Ciafardini es integrante del Instituto Argentino de estudios Geopolíticos (IADEG) y delObservatorio Geopolítico de Conflictos (OGEOC) y analiza el cambio en Estados Unidos y el mundo.
Lo que aparece hoy en el mundo es Trump, y vaya si aparece. Desde que ganó las elecciones el planeta no deja de hablar de él. En Argentina ha logrado lo imposible: que los medios periodísticos y televisivos levanten, aunque sea de tanto en tanto, la mirada del ombligo vernáculo para hablar algo de política y economía internacional.
Trump aparece en primer lugar como lo que es personalmente: un derechista xenófobo, misógino y racista, de modales brutales, lenguaje poco cuidado y dispuesto a encarar una estrategia poco clara de endurecimiento de su gobierno tanto política como económicamente frente al resto de la humanidad.
Llega con una «aparente» intención de cerrarse en principio a acuerdos de cualquier tipo y, a partir de allí, renegociar punto por punto todo con todos con la supuesta intención de volver a convertir a EEUU en el centro mundial más importante de radicación de establecimientos industriales que exporten al mundo al estilo de los tiempos en los que reinaba el «made in USA».
Con el mismo fin quiere expulsar del territorio estadounidense a la mayor cantidad de inmigrantes posible para reducir la oferta laboral y aumentar las posibilidades de empleo y la calidad del empleo para enormes masas de trabajadores norteamericanos que constituyeron su base electoral. Esto es lo que aparece.
Pero no es lo único que aparece (la dialéctica de la esencia y la apariencia da sus frutos si se toman sus términos integralmente y no en forma sesgada).
Aparece también que esta cerrazón hacia el mundo va dirigida a todos sin excepciones. Más allá de las alusiones directas contra China, entendibles porque allí están la mayoría de las empresas «norteamericanas» que quiere re-radicar, lo cierto es que no hay preferencias ideológicas o geográficas ni culturales.
De hecho se enfrenta a aliados históricos como los de Europa Occidental y coquetea con enemigos históricos como Rusia. Algo impensable de un presidente norteamericano por lo menos a partir de los últimos cien años.
También aparece, por otro lado, el hecho históricamente inédito de que un presidente de EEUU, habiendo ya ganado las elecciones y hasta asumido el cargo, tiene a toda la gran prensa norteamericana y «occidental» en su contra, con ataques y denuestos sistemáticos, al punto que (desprevenidamente) podría llegar a pensarse el oximoron de que, nada menos que en EEUU, habría ganado un candidato en contra de los intereses de todo el poder mundial occidental, que es el poder al que esos medios responden.
Lo que si es cierto y también aparece es que personajes claramente integrantes de ese poder globalizador financiero imperialista como George Soros están haciendo esfuerzos económicos descomunales en su contra.
Además Trump aparece enfrentado con gran parte de los organismos de inteligencia norteamericanos a los que acusa entre otras cosas nada menos que de haber fraguado el 11 S y de haber ayudado a desarrollar el Isis
Estas son las apariencias. ¿Cuál es la esencia?
La esencia no se deriva de las apariencias, si no estaríamos reincidiendo en el pensamiento aristotélico moderno, que es el camino fácil y generalizado pero que no conduce más que a tautologías o descripciones de lo ya sabido.
Por el contrario, la esencia del asunto es lo que subyace, es el fundamento de lo que aparece, y lo comprende también. Para encontrar la esencia del fenómeno es necesario siempre regresar al todo. Y el todo en este caso es el sistema político-económico global dominante y sus movimientos históricos internos.
Desde este punto de vista no pueden caber dudas de que estamos ante una tremenda contradicción interna del poder mundial capitalista, que dentro de los grandes grupos capitalistas y financieros con origen y punto de referencia en EEUU, Europa Occidental y Japón se han agudizado sustancialmente las contradicciones y amenazan con profundizarse aceleradamente.
La última vez que el mundo estuvo en una situación aparentemente parecida se sucedieron la primera y la segunda guerras mundiales. Claro que la situación era parecida pero no la misma, sobre todo por los cien años de distancia y la muy distinta estructura política y económica global.
Otro asunto esencial a tener en cuenta es que en el comienzo mismo de la agudización de esta confrontación interimperialista existe, en el escenario mundial, otro polo que no está dentro de la contradicción sino que aparece en una posición alternativa, como lo es la alianza ruso-china junto con el Grupo de Cooperación de Shangai, los Brics y el proyecto de la ruta de la seda, todos ámbitos que incluyen a estos dos gigantes con un pasado reciente bastante común y sobre todo bastante distinto del del resto del mundo.
No estamos diciendo que este polo alternativo no tenga contradicciones pero por el momento las mismas no parece que tiendan a agudizarse. Tampoco estamos diciendo que este polo «sur-oriental» esté planteando una alternativa clara anticapitalista. Al menos no es lo que por el momento aparece. Pero es evidente que si lo que representa hoy el punto máximo de desarrollo del capital son los grupos financieros globalizados y las empresas transnacionales asociadas a ellos, este polo o estos varios polos aunados en esta diversidad de lazos de cooperación no son parte de ello.
Frente a este escenario cabe a las fuerzas populares de América Latina tomar nota de la esencia del momento lo que implica en primero término entender (lo que es casi evidente) que en semejante panorama un actor simplemente nacional no tiene expectativa alguna de escapar al tornado global que se avecina y mucho menos de incidir en él. México que está además cerca del ojo del huracán losabe muy bien trágicamente.
La única alternativa y que puede ser además una gran oportunidad histórica es avanzar en la construcción del bloque regional político económico que esté en condiciones de escala que le permitan pararse como un actor más en el turbulento momento histórico y desde allí elegir las alianzas y tratados que convenga a los pueblos del continente como un pueblo único. Las batallas políticas nacionales deben darse con esta consigna como cabeza de la lista y como ordenadora del resto. De otro modo el resto de las reivindicaciones que son muchas y muy importantes se van a ir licuando en el imposibilismo o lo que es peor aún en el posibilismo.
A tal efecto resulta de máxima importancia el gran paso que ha dado recientemente el Foro de San Pablo al elaborar un primer documento de lo que se ha dado en llamar El Consenso de Nuestra América una suerte de base para un programa político económico y social de América Latina y el Caribe consensuado por una gran cantidad de partido s populares y de izquierda de la región con invitación a los demás a integrarse al debate.
Este puede ser un instrumento para la militancia y la organización que permita salir de los callejones en los que pretende encerrarnos la contraofensiva de la derecha.
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