Además de ser el primer país con coronavirus, Bolsonaro es el único mandatario en negarse a establecer el aislamiento, desoyendo indicaciones de la OMS e incluso los consejos de su alter ego, Donald Trump, que tuvo que revertir su política en EE UU y le sugirió a su caricatura, el presidente brasileño, que tome medidas al respecto. Sin embargo, sólo bravuconea a la prensa y reza contra la pandemia.
Para colmo de males, el perfil etario de la mortandad del virus es más joven que en Europa, con un 10% de muertos menores de 60 años, incluso un 4% menores de 40 años. Lo que muestra la idiotez de sostener que el coronavirus sea sólo es un resfriadito, que el sistema inmune brasileño se lo banca porque se aguanta todas las pestes de la pobreza, sino que está provocando una tragedia humanitaria.
Por eso, una cierta racionalidad política, está haciendo que los 27 gobernadores desoigan a Bolsonaro y establezcan medidas de aislamiento y restricciones, que insólitamente fueron boicoteadas por el mandatario que, con la campaña “Brasil no puede parar”, arengó a la población a seguir en la “normalidad”.
En medio de la explosión de la pandemia, Bolsonaro sigue considerando que el coronavirus es una “histeria que perjudica a la economía”, lo que aísla del establishment político y social en Brasil, incluso con quiebres en su Gabinete, y maltrata a su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, y al que para sostener su política irresponsable, ignorante y caprichosa amenaza con echar por sugerir la política de aislamiento. Incluso, muchos ven estratégicamente potable al vice Hamilton Mourão, que salió a cruzar al presidente. «La posición de nuestro gobierno es sólo una: el aislamiento y distanciamiento social”. Es más, un influyente periodista, Luis Nassif, sostuvo la hipótesis de que JB ya no gobierna Brasil y que el poder operacional del Ejecutivo recae en los militares, señalando al comandante general del Ejército, Edson Leal Pujol, quien recomendó a sus tropas la cuarentena, respondiendo al ministro de Defensa. Además, se suma el descontento social, que se expresa en caceroleadas que instalan cada vez más la idea de impeachment. Lo cierto es que todo parece indicar que Bolsonaro ya es un problema que la política deberá resolver.
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