Los demócratas no lograron el knock out buscado pese a que el establishment sacó al ruedo sus pesos pesados (hasta Obama) para apoyar a actual presidente. El anterior, por su parte, está en leve declive, pero sigue siendo el candidato republicano más fuerte y con mayores niveles de aprobación.
Con estos guarismos, el oficialismo de Biden salió a cantar victoria, y varios medios han insistido que «Biden ganó, y Trump perdió», mientras repetían que era un «triunfo histórico» y que «se ha salvado la democracia». Es evidente que todos los pronósticos de un arrasador triunfo republicano estaban errados. Asimismo, es evidente que a Trump no le fue tan bien como esperaba. ¿Fue un triunfo histórico para los demócratas? ¿Perdió el trumpismo?
Indudablemente fue una derrota si partimos de las expectativas, sobre todo de aquellas que pronosticaban un repudio generalizado a Biden que podía forzarlo a renunciar. Pero al hilar más fino, las lecciones de estos resultados son mucho más complejas.
Primero, el trumpismo retuvo la adhesión de casi la mitad del electorado, a pesar de la campaña de Biden y sus aliados (Obama, Clinton y compañía) insistiendo en que peligraba la democracia a manos de hordas semi-fascistas. Fue notable porque una demanda de las «hordas» fue que se definiera una ley para que los candidatos tuvieran fiscales en las urnas, para dificultar lo que consideran el fraude cometido en 2020. Fue rechazada porque iba a demorar los resultados electorales con numerosas impugnaciones. En ese sentido, las diversas reivindicaciones trumpistas dirigidas a garantizar el voto popular fueron tildadas de «negacionistas» (de la democracia norteamericana) y rechazadas de plano. Más o menos como con las impugnaciones de 2020; todavía alguien debe explicar por qué ni una sola de las más de 60 impugnaciones judiciales fueron investigadas y sí rechazadas por improcedentes. ¿No hubiera sido mejor darles curso y así refrendar la transparencia de los comicios?
Lo anterior refleja que, si bien el trumpismo retrocedió en las zonas suburbanas (concentran a sectores medios acomodados) mantuvo y expandió su base entre trabajadores, hispanos, negros y sectores agrarios. Esos sectores rechazaron fuertemente las acusaciones de Biden de que son semi fascistas.
Otro factor es que las estrellas ascendentes y renovadoras del ala «moderada» demócrata (en realidad de centro derecha), como Beto O’Rourke en Texas, fueron aplastados por candidatos cercanos a Trump. O, por ejemplo, en New Hampshire, tierra de Bernie Sanders, un candidato a senador trumpista duro perdió pero se llevó 47%. Ni hablar que bastiones demócratas como el condado de Miami Dade en Florida, los de Nassau y Suffolk y el norte de Nueva York y varios de California pasaron a manos republicanas. De hecho, ganaron el norte neoyorkino por primera vez en 20 años. Asimismo, en Texas y en Florida, el trumpismo aumentó su caudal entre hispanos y negros, cosa que le permitió al republicano gobernador Ron De Santis arrasar en Florida (54 a 42). Es importante porque una táctica, comúnmente utilizada, que aplicaron los demócratas fue lo que se llama gerrymandering: redibujar los límites de cada sección electoral para que los resultados te favorezcan (por ejemplo, modificar un distrito republicano y diluirlo en varios que favorecen a los demócratas). Esto alimentará las denuncias de fraude así como el triunfo demócrata en Pennsylvania, a pesar de todas las encuestas y pronósticos, repetirá problemática de 2020.
¿Qué consecuencias tendrá todo esto? Por un lado, es posible que el establishment republicano desafíe y rechace la candidatura de Trump dentro de dos años. Posible, pero no necesariamente probable. Trump sigue siendo el candidato más fuerte y con mayores niveles de aprobación de ese partido. Si quieren ganar la Casa Blanca tendrán que, por lo menos, mantenerlo dentro del redil partidario. También, y dada la edad de The Don, es posible que ceda su candidatura para convertirse en el gran elector del partido.
Por otro lado, si el objetivo del trumpismo era impulsar su agenda política, entonces fueron singularmente exitosos. Muy a pesar de la insistencia de los medios de que la elección de una gobernadora LGBT en Massachusetts es una señal progresista, la realidad es que muchos candidatos (de ambos partidos) adoptaron perspectivas cercanas a la ultraderecha trumpista, particularmente en estados del Sur, el medio Oeste y Ohio. Ni hablar de que el mero hecho de que una mujer sea LGBT no la hace progresista, aunque sea electa por el liberal Massachusetts, el único estado que votó en contra de Nixon en 1972. Y si bien, tres estados aprobaron legislación permitiendo el aborto, no hay que perder de vista que es una concesión a la decisión de la Corte Suprema que no lo prohíbe, sino que permite que cada estado legisle al respecto, rechazando una ley nacional y federal. Todo, en un contexto donde el establishment sacó a todas sus personalidades, desde Hollywood hasta Obama, a apoyar a Biden.
En este sentido, el próximo Congreso va a ser más trumpista, más allá del empate técnico. Implica que no habrá más «crisis de gobernabilidad», o por lo menos no más de la que hubo hasta ahora. Pero también que Biden se verá obligado a negociar, sobre todo en la Cámara de Representantes, con gente que no comparte su partido, su perspectiva, y su política exterior, en particular en torno a la Guerra de Ucrania. Es probable que el trumpismo siga denunciando irregularidades electorales y una cantidad importante de norteamericanos confirmen su pérdida de fe en la «gran democracia del Norte».
Si bien Biden no tuvo un knock out, tampoco Trump lo ha tenido. La crisis puede continuar ininterrumpida al menos hasta 2024. «
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