Maia Sandu ganó una votación polémica. La diáspora de un país pobre entre Ucrania y Rumania, independizado en '91 tras la disolución de la URSS.
La elección en el empobrecido país del este europeo, atenazado entre Ucrania y Rumania e independizada en 1991, cuando se produjo la disolución de la antigua Unión Soviética, se vio en todo momento como una disputa entre Occidente y Rusia. Entre el europeísta Partido de Acción y Solidaridad de Sandu y el pro ruso Partido de los Socialistas Moldavos, de Alexander Stoianoglo. En un clima de choques y acusaciones cruzadas, los gobiernos de Chisinau y Moscú se esforzaron en todo momento por alejarse de cualquier posibilidad de diálogo. En realidad, se generó un abismo entre ambos, profundizado ahora, al probarse con los datos del escrutinio definitivo que Sandu ganó con una mayoría mínima, que apenas logró reafirmar su adhesión a la UE (10.500 votos de diferencia) y, sobre todo, que esos resultados fueron producto de una elección con rasgos espurios.
Formalmente, Moldavia (2,6 millones de habitantes) es una democracia parlamentaria con un primer ministro fuerte y un presidente “simbólico”. Sin embargo, con Sandu no ha sido así. En las legislativas de 2021, en plena pandemia de Covid, su partido logró la mayoría plena del Congreso unicameral, confiriéndole una presencia dominante, excepcional, que le ha dado a ella el poder absoluto en el gobierno del primer ministro Dorin Recean. Ahora como entonces, el voto de la diáspora fue decisivo. Medio millón de moldavos distribuidos entre Estados Unidos y otros 27 países dieron vuelta la tortilla cuando al final del escrutinio se abrieron las urnas de los 231 centros de votación exterior dispuestos de una forma por demás inequitativa. Valga saber, por ejemplo, dos mesas en Rusia, donde estaba habilitado otro medio millón de moldavos, y 60 en Italia, donde los votantes no llegaban a 100 mil.
Hasta que apareció el conteo de las mesas del exterior, Stoianoglo ganaba, pero Sandu seguía denunciando que Ilan Shor, un oligarca fugitivo de la justicia moldava, residente en Moscú, intentaba “comprar la elección para favorecer a Vladimir Putin”. El alto delegado de la UE para las relaciones exteriores, Josep Borrell, tomó la idea y, sin pruebas, felicitó a Sandu “por la exitosa realización de elecciones pese a una interferencia rusa nunca vista, incluso con compra de votos”. Ese día, un juez de Filadelfia, Estados Unidos, midió la ética con la vara de Occidente y dijo que era democrático que Elon Musk sorteara un millón de dólares/día para definir votos a favor de Donald Trump y el presidente Joe Biden hablaba del “éxito moldavo, que siguió la ruta de las democracias ejemplares, como la nuestra”.
En la UE –y de la UE a la OTAN, con toda su parafernalia nuclear, no hay más que un paso– celebraron la votación. En junio, los 27 miembros de la entente comercial iniciaron el proceso de integración de Moldavia (también el de Ucrania) a su estructura y su marcha se acelerará ahora. Sandu da todas las garantías. Más allá de ser una anti rusa enfermiza tiene un pasado que llena con creces los estándares exigidos por Occidente.
Pese a tener sólo 52 años ya pasó por los filtros de la Universidad de Harvard, selló su formación en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y ocupó varios cargos de alto nivel en la escala jerárquica del Banco Mundial. Aunque el referéndum de integración a la UE (50,4% por Sí contra 49,6% por No) la inhabilita para cualquier aventura, más allá de su opción personal jamás les dijo a los moldavos cuáles serían los beneficios del ingreso.
El mundo occidental tendrá en Moldavia una fiel aliada. Y también cargará con su pesada mochila. A costa del bienestar de los moldavos, Sandu ha sobreactuado a un alto costo su extremismo anti ruso. El país sufre los efectos de un estrés económico derivado de su decisión personal de no negociar con Rusia, su mayor importador y exportador de bienes y servicios. En 2023 se negó a comercializar con Gazprom y en una actitud económicamente suicida, que ella no podía ignorar, se sumó a las onerosas sanciones impuestas por la UE, lo que en su conjunto provocó un estado de emergencia signado por el desabastecimiento, un violento aumento de los precios de la energía y una inflación superior al 30%. Canadá y el FMI fueron esta semana en su ayuda para tapar el agujero presupuestario, pero sus créditos totales por apenas 236 millones de dólares no escapan a la categoría de miserables.
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