El autor del El viejo malestar del Nuevo Mundo se basa en el filósofo Baruch Spinoza para analizar las "emociones tristes" que atraviesan a nuestras sociedades, más parecidas de lo que se quiere aceptar. El arielismo cultural.
–¿Qué son las emociones tristes?
–Spinoza habla de que los seres humanos sentimos algunas emociones que nos apocan, nos disminuyen. Entre ellas está el miedo, la venganza, el resentimiento, la envidia. Él decía que había que tratar de evitarlas en lo posible. Yo utilizo ese concepto, concebido para los individuos, para aplicarlo a los grupos sociales, a los países. Yo podría haber escrito sobre las emociones tristes en Francia, un país que conozco relativamente bien. O más bien sobre EE UU, que está lleno de emociones tristes. Pero escribí sobre América Latina porque es el continente que más me interesa. Las emociones tristes no explican todos nuestros pesares, pero explican algunos, nos iluminan. Parto de la base de lo parecidos que somos. Durante muchos años fui sociólogo del Derecho y me ocupé de algo que es igual, desde la Patagonia hasta el río Bravo: la cultura de incumplimiento de reglas. La viveza criolla y la arrogancia del «usted no sabe quién soy yo» y esas cosas. Yo era consciente de la unidad de América Latina sobre todo en ese aspecto, pero mirando temas históricos culturales y políticos hoy estoy convencido de que la unidad es más profunda, de que somos un mismo pueblo separado por unas murallas ficticias, jurídicas, que son las fronteras. En la colonia esa unidad era muy clara, porque había un solo poder monárquico que imperaba en todo el continente.
–Las guerras de la independencia se hicieron con tropas de los actuales países sudamericanos junto a San Martín y Bolívar.
–Cuando (Alejandro) Humboldt pasó por acá también existía esa idea, porque la naturaleza es igual, diversa pero igual. En el siglo XIX muchos pensaron lo mismo, como Andrés Bello y Martí y en el siglo XX Carlos Monsiváis, Alfonso Reyes, Enrique Ureña y otros…
–A muchos argentinos les cuesta un poco admitir que somos latinoamericanos, se ven como europeos en el exilio, al decir de Borges.
–Yo creo, por lo que conozco, que cada vez se sienten menos europeos. Y eso debido a que tienen los mismos problemas del resto del continente. En Europa y EE UU puede haber unos 20 millones de latinoamericanos o más. Mientras nosotros creemos que somos muy distintos, ellos saben, porque lo han vivido, que somos muy parecidos. Yo experimenté eso cuando era estudiante en los ’80 en Lovaina (Bélgica), que estaba llena de latinoamericanos de todos los países. Cuando nos comparábamos con los belgas sabíamos que éramos iguales. Europa, con lenguas distintas, religiones distintas, culturas distintas ha logrado unidad. ¿Por qué nosotros no?
–Esa unidad se construyó sobre la base de guerras devastadoras.
–Es que a veces las cosas malas tienen consecuencias buenas y viceversa. La guerra ha sido muy importante para la construcción de los estados y las guerras internacionales fueron esenciales para unir a Europa. Eso no justifica que ahora busquemos la guerra para conseguir unidad, por supuesto que no. Tenemos que buscar esa unidad por otros medios. Una de las emociones más fuertes de los latinoamericanos es la desconfianza, muy ligada al miedo y al desconocimiento. Como no hemos tenido muy pocas guerras internacionales, hemos vivido a espaldas los unos de los otros, desconfiando de todo lo que sobrepasa la frontera. Como sea, tenemos que crear instituciones internacionales autónomas; independientes de la política, que no dependan de los gobernantes de turno. En América Latina es muy usual que, cuando llega un nuevo gobierno, acomode las instituciones a sus intereses partidistas.
–Sí, hubo instituciones como la Unasur que con un giro conservador fue desarticulada, mientras que la OEA, creada por EE UU, sigue sus intereses en detrimento de la región.
–Es un círculo vicioso. EE UU es muy celoso de la autonomía de los países de América Latina y siempre se ha manifestado con dureza contra quienes se salen de su órbita. Pero esa actitud se origina en nuestra debilidad. Si estuviéramos unidos seríamos más fuertes y Estados Unidos se lo pensaría dos veces antes de imponernos sus políticas. Nos hemos dejado imponer, por ejemplo, la llamada «guerra contra las drogas», que ha sido una catástrofe para América Latina. Claro, otro obstáculo para liberarnos de esa política nefasta es que nuestras élites conservadoras están aliadas con Estados Unidos.
–¿Qué sería el arielismo?
–El arielismo es un fenómeno cultural, un sentimiento de unidad latinoamericana. No creo que haya que rescatar el arielismo tal como lo planteó Rodó a principios del siglo XX. Pero sí creo que debemos acabar con la mentalidad parroquial. Debemos aprender de la literatura latinoamericana, que es una sola, tal vez el producto más noble que tenemos para mostrarle al mundo. Hay que empezar por construir esa misma conciencia en el ámbito de la política. Esa es la base para crear un mercado común, una moneda única y unas instituciones internacionales que estén por encima de la soberanía de los países.
–Se me ocurre pensar quién querría a los argentinos en ese club (risas), además de que algunos ya tienen el dólar como moneda de curso legal.
–La unidad de la moneda tiene que estar precedida de un fortalecimiento del sentimiento americanista, de la conciencia de la unidad cultural y espiritual del continente, y claro, del fortalecimiento de las instituciones regionales. Cuando eso se logre, todo lo demás: monedas únicas, leyes iguales, identidades comunes son posibles.
–Pero hay mentalidades colonizadas.
–Hay que evitar los extremos, como decir que la colonia sigue intacta. Sí, hay muchos rasgos coloniales que aún persisten. Yo digo en el libro que los latinoamericanos somos más españoles del barroco que los españoles actuales. Y ser eso implica arrastrar una cultura del pasado y también con cosas materiales del pasado, como el latifundio, la desigualdad, las jerarquías sociales. En Argentina eso es menos visible, pero en países con una cultura indígena fuerte eso es muy claro: la separación entre los blancos y los negros, el racismo, el menosprecio por los que no son de clase alta, la arrogancia de las élites y también el arribismo de las élites frente a los estados poderosos del mundo. Esos son rezagos del barroco. Los latinoamericanos somos producto de la hibridez: tenemos mucho de España y de la cultura occidental y tenemos mucho del pasado precolonial, para no hablar de la influencia africana en algunos países. Somos todo eso, ni más ni menos y debemos asumir esa mezcla y esa complejidad.
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