El presidente brasileño logró reunir a los mandatarios de Suramérica después de ocho años y medio. Los acuerdos y desacuerdos que dejó la cumbre. La vuelta de Venezuela a los foros continentales. ¿Empieza a asumir Lula el rol de liderazgo regional?
Como anfitrión y mentor del encuentro, el presidente brasileño abrió el debate haciendo un recorrido por los vaivenes que atravesaron los procesos de integración en las últimas décadas y destacó las distintas iniciativas que lograron concretarse durante el tiempo en que tuvo vida la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), hasta que fuera implosionada por los gobiernos conservadores.
«Ante tantos cambios y desafíos en el mundo, ningún país puede hacer frente solo a las amenazas sistémicas actuales. Solo actuando juntos podremos superarlos. América del Sur tiene ante sí la oportunidad de transitar el camino de la unidad, y no tiene que empezar de cero: Unasur es un bien colectivo, es importante retomar su proceso de construcción», arengó el brasileño y luego presentó un decálogo de iniciativas concretas para ampliar los mecanismos de cooperación en comercio, servicios, infraestructura, energía, defensa y frente a la crisis climática. Y volvió a proponer lo que llamó uno de sus «sueños»: la creación de una moneda común regional para comercializar sin depender del dólar.
«Consenso de Brasilia»
Así se titula la declaración de nueve puntos con la que concluyó el evento, que reunió en el Palacio de Itamaraty (la sede de la cancillería brasileña, uno de los edificios que los golpistas intentaron tomar el 8 de enero) a 11 de los 12 presidentes del subcontinente; la única ausente fue la cuestionada mandataria peruana Dina Boluarte, quien participó a través de un video y envió a su jefe de Gabinete.
A pesar de que Gustavo Petro anunció el regreso de Colombia a la Unasur —siguiendo los pasos de Argentina y Brasil—, el texto final desnudó la falta de consenso para el primer objetivo trazado por Lula: resucitar ese organismo. En ese sentido, se opusieron el ecuatoriano Guillermo Lasso (que está a punto de dejar su gobierno), el chileno Gabriel Boric (cada vez más corrido a la derecha) y el uruguayo Luis Lacalle Pou (decididamente en esa vereda ideológica), quien vociferó: «Basta de instituciones».
En cambio, se acordó, según dice la declaración, «establecer un grupo de contacto, encabezado por los cancilleres, para evaluación de las experiencias de los mecanismos sudamericanos de integración y la elaboración de una hoja de ruta para la integración de América del Sur, a ser sometida a la consideración de los jefes de Estado».
Los mandatarios se comprometieron «a trabajar por el incremento del comercio y de las inversiones entre los países de la región» y a promover iniciativas de cooperación «bajo un enfoque social y de género». Finalmente, el texto afirma que los presidentes «prevén volver a reunirse en una fecha y lugar que próximamente se determinará» para precisar los pasos a seguir.
El saldo de la cumbre
En definitiva, el cónclave significó un primer paso para retomar el diálogo, para volver a verse las caras después de un largo rato, con la «foto de familia» y su importante carga simbólica, aunque sin dejar mayores avances en planes de acción concreta. Sólo la intención, en potencial, de que «podrían considerarse» algunas iniciativas como las que propuso el colombiano Petro, en el sentido de impulsar el canje de deuda pública por acción climática y «promover la transición ecológica y energética a partir de energías limpias».
Como hecho político, lo más trascendente tal vez sea la proyección de Lula como posible articulador de una nueva arquitectura regional —seguramente con menos marco institucional y más acotada a lo económico-comercial— y como puente entre Sudamérica y los BRICS en la transición que asistimos hacia un mundo multipolar.
No será sencillo. El mundo no es el mismo que en el anterior ciclo progresista. La región tampoco. Hoy asistimos a una etapa sumamente volátil y de mayor pluralidad estatal: casi ningún gobierno logra una estabilidad duradera y los constantes cambios de signos políticos conspiran para tejer estrategias de largo aliento.
Pero ahora parece asomar el líder que la época necesita para reconstruir el tejido de un subcontinente de vital importancia en la reconfiguración geopolítica global, que concentra las mayores reservas de petróleo, biodiversidad, litio y agua potable. Una región que necesariamente deberá sortear las divergencias político-ideológicas para tener una voz unificada y plantarse como bloque ante las complejidades del mundo que se viene. «
La cumbre en Brasilia marcó el regreso de Venezuela a los foros continentales y un fuerte espaldarazo de Lula a Nicolás Maduro, que no pisaba suelo brasileño desde 2015. El presidente brasileño le dio un lugar diferencial invitándolo un día antes, en el que compartieron una serie de reuniones y celebraron «una nueva época en las relaciones entre nuestros países». El local apoyó la idea de que Venezuela se sume a los BRICS, calificó de «inhumano» el bloqueo económico de Estados Unidos y definió como «un absurdo» que muchos países hayan reconocido como presidente a Juan Guaidó, a quien llamó «impostor».
Lula también defendió la idea de una «narrativa negativa» que pesa sobre Venezuela, lo que le valió las críticas de los presidentes de Uruguay y Chile. «La situación de los Derechos Humanos en Venezuela no es una construcción narrativa, es seria y he tenido la oportunidad de verla en los ojos y en el dolor de cientos de miles de venezolanos que hoy en día están en nuestra patria», señaló Gabriel Boric, sumándose al coro mundial de indignación selectiva.
El contrapunto sobre Venezuela fue el principal tema que la gran prensa cartelizada decidió destacar, incluso por encima de la relevancia histórica del encuentro, disparando sus dardos contra el presidente brasileño y su audaz jugada que ofuscó al establishment occidental.
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