La rebelión social inconclusa no se tradujo en opción electoral. Volverá a templar sus músculos con la última expresión de la moda derechista que recorre el mundo, esta vez de la mano de un pinochetista casi tan pinochetista como Pinochet. Otra vez el continente sentirá las vibraciones telúricas que intranquilizan su organismo desde que echamos a los españoles y llegaron los yanquis. Una era poscolonial incompleta, que vive frustrada, buscando siempre una salida de izquierda siempre asaltada por un espantajo derechista vestido con el último traje.
Otra vez, las mutaciones de una adaptación constante de sobrevivencia permitirán al fascismo residual recordarle a la población conservadora que es posible salvarse del “bicho comunista”, así ese bicho no sea tal en ninguno de los dos modos. Basta que sea una transcripción electoral incompleta de una rebelión social inconclusa, para combatirla como si fuera una invasión extraterrestre.
Kast convierte la incompletitud ajena en fuente de temores terribles. Fantasías de un terror insondable que tensa las cuerdas emocionales de masas sociales programadas para obedecer. En Chile, América Latina le dice a EE UU que su dominación no será las centurias de opresión inmóvil impuestas a espadazos y caballos por el imperio romano en Hispania y las Galias, o el Mongol sobre las estepas asiáticas.
Esta dominación no logró un solo lustro de paz y letanía desde que en 1910 los mexicanos le armaron una revuelta campesina de la que se salvaron por la ingenuidad histórica de haberse levantado del sillón presidencial de Axayacatl. Esa memoria levantisca acaba de expresarse en Honduras de la mano de una mujer corajuda.
Chile no es la marca de América latina, es la marca de Chile. La dictadura más siniestra entre las siniestras. La que aportó a nuestra historia el general de mayor impronta terrorífica: 17 años de sepultura medieval en el largo país de los y las poetas, la Constitución más esclavista desde 1980 y una sociedad civil resquebrajada, adolorida, postrada, asustadiza y temerosa en sus capas medias y altas. Casi medio siglo hasta 2019, cuando las rebeldías gritaron que ya no los dominarían más como antes porque se negaban a seguir dominados como siempre y menos a soportar a una esposa presidencial que confesó sus “excesivos” privilegios.
La rebelión desplazó la lápida que aplastaba sus cabezas desde 1973, elevó sus voces hasta una Convención imposible, pero nadie entendió por qué no se completó como candidatura presidencial lo iniciado como rebelión. ¿Qué tiene Boris que no tenga Loncon? Se preguntaron en la Plaza Italia.
La izquierda chilena no completa su adaptación de sobrevivencia en el brusco cambio. No encuentra suficientes mutaciones para sobreponerse a tantos años de clausura. Kast, en cambio, es la señal peligrosa de esa inteligente adaptación del lado purulento de Chile. Como Milei en Argentina, Kast fue un espejismo de un 8% de sufragios hace muy poco tiempo. Sobrevivió con el favor de dos elementos. Primero, supo ser más de derecha que la derecha frente a un opositor que no sabe ser suficientemente de izquierda. Luego, supo usar la gracia que no puede tener la izquierda: mentir. Mintió todo lo que pudo hasta vaciar y llenar lo que tenía como programa. Una amplia capa media sintió en su mensaje las cargas de temor, incertidumbre, desazón y otras señales irracionales de los “tiempos de agitación y nerviosismo”. Noam Titelman retrata estas adaptaciones inteligentes de Kast con buena letra en la última edición de Nueva Sociedad.
En ese punto nació “Chilenzuela”, la versión trasandina del macrismo. Desde hace mucho, los enemigos crearon miedos de fantasía para tocar las teclas irracionales de la existencia. Lo consiguen destruyendo un país o un líder, luego los convierten en cuco, engendro, monstruosidad rechazable de la especie que deben aplastar como se hace con las cucarachas.
Iniciada por Otto von Bismark contra los ascendentes comunistas y sindicalistas alemanes de 1890, es una técnica con variadas fórmulas de miedo usada para abrirse espacio en situaciones de riesgo y bloquear a la izquierda cuando puede ganar: destrozan el buen ejemplo, lo convierten en desesperanza y miedo para dividir a la masa votante.
No pudieron hacerlo con el Che, pero sí con Venezuela, el último ejemplo de esa renovada esperanza que Chávez proclamó como Estado comunal y socialismo del siglo XXI. Kast apuesta a ganar con los mismos artilugios. El problema no es lo que haga Kast, es lo que no hace, o teme, la izquierda chilena.
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