Cuando Carles Puigdemont evocó la "independencia de Cataluña", hubo lágrimas y abrazos. Pero en la multitud que escuchaba al presidente catalán en Barcelona, otros no ocultaron su decepción a falta de una tajante declaración de secesión.
Y en otras zonas de la capital catalana, el discurso solemne de Puigdemont ante el Parlamento regional no generó más que desdén, muestra de la profunda división de los catalanes frente al tema de independencia.
Al igual que las miles de personas en el paseo Lluís Companys, cerca del Parlamento, Mercé Hernández escuchaba sin perderse ni un detalle de las palabras de Puigdemont, retransmitadas en una pantalla gigante.
Cuando Puigdemont habló de «independencia», Hernández soltó lágrimas de emoción. A su alrededor, entre la marea de banderas independentistas, se desataron ovaciones y abrazos.
«Estoy muy emocionada, este es un día histórico», dijo a AFP con la voz entrecortada Hernández, de 35 años.
«Han valido la pena todos estos años» de batalla independentista, indicó Albert Llorens, un jubilado de 69 años. «El discurso me pareció perfecto, era lo que esperaba».
Cerca de ahí, Pere y Antonia Valldeneu se abrazaron emocionados. Pero al concluir el discurso, en el que Puigdemont pidió suspender «los efectos de la declaración de independencia» para emprender un diálogo con Madrid, la confusión se apoderó de la pareja sexagenaria.
«En el fondo estamos contentos pero esperábamos más», dijo Pere, lamentando que probablemente el gobierno central «no va a dejar» que vayan a más las intenciones de las autoridades indedependentistas de Cataluña.
«Yo hubiera sido mucho más tajante», estimó Gemma Faura, una enfermera de 32 años, sentada sobre el césped del paseo, donde antes de que hablara Puigdemont la multitud había coreado el lema «Independencia».
Sheila Ulldemolins, de 28 años, resumió el sentimiento general de la noche: «Fue un discurso ambigüo».
Apenas terminó de hablar Puigdemont, el paseo se comenzó a vaciar. Los que se quedaron aplaudieron a rabiar las palabras de Anna Gabriel, diputada del partido de extrema izquierda radical CUP, quien dijo que «hemos perdido una ocasión» de proclamar una república catalana.
– Las manos a la cabeza –
En el centro de Barcelona, cerca de la Plaza de Cataluña, Tomás Piñero y su mujer Laura Teruel, de 59 y 58 años respectivamente, tomaban una cerveza en una terraza, con cierta tranquilidad tras el mensaje de Puigdemont.
Tomás, un vigilante que vota al partido antiindependentista Ciudadanos, se mostró «muy tranquilo. Esto volverá a ser lo que era antes de este lío».
Ella quedó menos convencida. «Tengo esperanza, pero el miedo sigue», dice la panadera. «Con mis compañeros nos metíamos todo el rato en el teléfono móvil» para ver las noticias. «Estábamos todos pendientes».
La presión era total sobre Puigdemont, luego de que el 1 de octubre los independentistas ganaron con el 90% de los votos un referéndum de autodeterminación, que había sido prohibido por la justicia: por un lado los que pedían una ruptura inmediata con Madrid, por el otro lado los catalanes que quieren seguir siendo españoles y el Estado español que considera ilegal todo el proceso.
En Nou Barris, un distrito barcelonés obrero y modesto y menos separatista, el discurso de Puigdemont suscitaba indiferencia en varios bares. En otros, rechazo. «Cuando ha dicho república, me llevé las manos a la cabeza», dice Sergio Palacios, quien atendía en un bar de la zona.
«Hasta ahora nunca habíamos tenido un problema, ahora ya las diferencias se empiezan a ahondar», lamenta Palacios, mientras discutían acaloradamente dos clientes, una independentista y uno unionista.
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