El extraño "asesinato" del periodista ruso exiliado en Ucrania que apareció 27 horas más tarde con el jefe del espionaje de ese país diciendo que fue una operación para desarticular un atentado que iban a cometer agentes de Putin.
Babchenko es presentador de televisión en el canal ATR TV de la capital ucraniana. Nacido en Rusia hace 41 años, Babchenko se jacta en su página de Twitter de ser suboficial de reserva y ex combatiente del ejército ruso, con el que participó en las dos guerras de Chechenia. El año pasado, luego de publicar en diversos medios sus enormes diferencias con el presidente Vladimir Putin, decidió exiliarse junto con su familia y terminó recalando en Ucrania, donde pronto consiguió ubicarse en la televisión local.
El martes, el ministerio del Interior ucraniano informó que habían recibido mediante un llamado a la línea de emergencia 102 el mensaje de una mujer que dijo que había encontrado en la entrada de su departamento a su marido tirado en el piso y cubierto de sangre. El informe decía que la víctima era Banchenko y que los médicos documentaron su muerte camino al hospital. Según el certificado, había recibido tres balazos por la espalda cuando salía del edificio donde vivía con su esposa para comprar pan.
En pocos minutos la noticia se expandió por todo el mundo y causó respuestas inmediatas tanto del gobierno ruso como de organismos europeos e instituciones de defensa de la libertad de prensa y de los periodistas, azorados todos ellos por el poco respeto a los trabajadores de prensa en esos distritos.
Entre los primeros que hablaron estuvo el jefe de la policía de Kiev, Andriy Kryshchenko, quien deslizó la sospecha de que el motivo del asesinato eran las «actividades profesionales» de la víctima, enfrentado con Putin y al cobijo de un gobierno enemistado con Moscú. El primer ministro de Ucrania, Volodymyr Groysman, se sumó a la versión y describió al periodista y ex combatiente como un «verdadero amigo de Ucrania que estaba contándole al mundo sobre la agresión rusa». Efectivamente, Banchenko dejó Moscú luego de haber denunciado amenazas de muerte tras haber descrito en su Facebook a Rusia como país agresor en Siria, en un artículo donde contaba las incidencias de la caída de un avión militar con un coro militar en el Mar Negro.
La acusación hacia Rusia despertó la rápida respuesta del canciller Sergei Lavrov, quien exigió una pronta investigación independiente y se declaró «triste» porque «Arkadi Babchenko fue asesinado, abatido en la escalera de su edificio y el primer ministro ucraniano responsabiliza a los servicios especiales rusos».
No tardaron en llegar mensajes de condolencia y pedidos de que se aclaran los tantos. Todavía sonaban por allí los reclamos tras el crimen de Pavel Sheremet, que murió por el estallido de una bomba colocada en su auto el 20 de julio de 2016.
Los rusos también anotaron en al cuenta la detención de Kiril Vishinski, corresponsal de la agencia RT en Kiev, quien fue apresado por autoridades ucranianas hace dos semanas acusado de traición a la patria por la cobertura de los sucesos en el este de Ucrania, la región pro-rusa de Donetsk y Lugansk. En los momentos previos al anuncio de la muerte de Banchenko, el Kremlin negociaba con el Servicio de Seguridad de Ucrania (SBU) el canje del periodista por el director de cine ucraniano Oleg Sentsov, condenado en una causa por terrorismo en Rusia.
Cuando el caso Banchenko escalaba en la agenda diplomática internacional, sorpresivamente el conductor televisivo «renació» en una conferencia de prensa que brindó el jefe del SBU, Vasili Gritsak. Juntos explicaron que todo había sido una operación para desarticular un atentado que estaba en marcha contra el periodista. El jefe de los espías, en un arranque de euforia, dijo que el plan había sido un éxito y que el autor intelectual del presunto atentado ya estaba detenido. Por supuesto, lo vinculó a los servicios rusos.
Babchenko, en tanto, pidió disculpas públicas a su esposa porque según parece la mujer no estaba informada de la escenificación y cuando le informaron que su marido había muerto sufrió un ataque de nervios y debió ser internada en el mismo hospital.
En 2008, Banchenko publicó «La guerra más cruel», un libro donde describe sus experiencias en Chechenia. Según su relato, vibrante por lo que coincidieron las críticas, en 1996 tuvo que abandonar sus estudios de abogacía en Moscú porque fue reclutado para la primera guerra en ese rincón de Rusia que buscaba su independencia. «Allí murió mi primer yo y empezó a existir una persona completamente distinta», dijo entonces en una entrevista con la agencia española Efe. Esa guerra no sería menos salvaje que todas las que en el mundo han sido, pero para un chico de 18 años fue un golpe demoledor.
Para la segunda guerra, en 1999, Banchenko no esperó a que lo llamaran: se presentó como voluntario. «No es que decidiese irme a la guerra, sino que escapé de un mundo en paz que no me había aceptado», dijo aquella vez. Tampoco en este aspecto, la de Chechenia fue diferente a otras posguerras. Pero de esta segunda salido con la convicción de que Putin había armado el conflicto para fortalecerse como «un poderoso zar de todas las Rusias» y de que en adelante quería transmitir sus vivencias a través de los medios que tuviese a su alcance.
Un día antes de su asesinato, Banchenko escribió en su cuenta de Twitter, ilustrado con una imagen ahora histórica: «Hace cuatro años, el general Kulchytskyy no me llevo en ese helicóptero. Debido a la sobrecarga. No había lugar. Dos horas después de esa foto, lo derribaron. Catorce personas fueron asesinadas. Tengo suerte. Resultó mi segundo cumpleaños», anotó. Serhiy Kulchytsky fue el director militar y de entrenamiento especial de la Guardia Nacional de Ucrania y murió el 29 de mayo de 2014, cuando ese helicóptero fue abatido por separatistas pro-rusos.
Si computara su paso por Chechenia tal vez Banchenko debiera decir que aquel fue su tercer nacimiento. Ni bien comenzaba a circular este recordatorio entre sus más de 190.000 seguidores cuando Babchenko se sumergía en lo que sería su tercera muerte.
Como bromeaban luego algunos de sus acólitos, no espero tres días para resucitar, envuelto en un mar de misterio sobre lo que verdaderamente ocurrió en esas poco más de 27 horas de estupor.
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