La terrible situación de los esclavos sexuales de los policías afganos

Por: Anuj Chopra

Una tradición ancestral en un país invadido por EE UU, que mira para otro lado con tal de que los uniformados combatan a los talibanes.

Lashkar Gah, Afganistán

Temblando de rabia, Shirin muestra una foto de su cuñado, secuestrado por policías afganos que lo convirtieron en su juguete sexual, una tradición centenaria en Afganistán socialmente tolerada.

Su desesperación es compartida por numerosas familias que luchan por arrancar a los adolescentes de una esclavitud sexual institucionalizada.

Shirin forma parte de una de las 13 familias entrevistadas por la AFP en tres provincias de Afganistán, que cuentan cómo un hijo o un sobrino fueron secuestrados para la práctica del «bacha bazi», que consiste en mantener a un muchacho prepúber como pareja sexual.

Su historia destaca el combate, generalmente en solitario, contra esta forma de violación socialmente tolerada y extendida entre las fuerzas afganas apoyadas por Occidente.

Shirin se acuerda de cómo gritaba y se debatía el chico de 13 años cuando fue secuestrado de su casa hace varios meses por un comandante de policía de la provincia de Helmand.

«Cuando les supliqué, sus hombres apuntaron con sus armas y dijeron ‘¿quiere que su familia muera? Será mejor que lo olvide'», cuenta Shirin a la AFP en Lashkar Gah, capital de Helmand.

«Nuestros chicos son secuestrados a la vista de todo el mundo para el ‘bacha bazi’. ¿A quién deberíamos pedir ayuda, a los talibanes?», se desespera.

Estos testimonios, recogidos en Helmand y en las provincias de Uruzgán y Baglán, continúan una investigación de la AFP que reveló en junio cómo los talibanes emplean el ‘bacha bazi’ contra las fuerzas de seguridad, reclutando a chicos para luchar contra quienes abusan de ellos.

Los talibanes niegan haber reclutado a estas jóvenes víctimas, mientras que el gobierno ha abierto un investigación sobre los abusos.

La AFP decidió no publicar el nombre de los chicos ni de los policías acusados porque las víctimas siguen cautivas en su gran mayoría.

Impotencia en las familias

Un sentimiento es recurrente entre las familias: la impotencia.

La mayoría de las víctimas fueron raptadas a plena luz del día, mientras jugaban, en el campo o en su propia casa.

Una vez secuestrados, se les obliga a cohabitar con los policías en los puestos de control e incluso hay ocasiones en que se los ve en la ciudad, lo que conlleva escenas desgarradoras para ellos y sus familias.

Tras meses de búsqueda infructuosa, Sardarwali encontró a su hijo rodeado de policías en un mercado de Gereshk.

Quería ir y abrazarlo, pero no se atrevió a acercarse. «Lo vi alejarse y desaparecer», lamenta. «Su madre está loca de pena», agrega.

Las familias temen que sus hijos se conviertan en adictos a los opiáceos obligados por sus captores.

Peor aún, que sean enviados al frente a combatir a los talibanes o que mueran en un ataque contra la comisaría en la que se encuentran retenidos.

Para ciertas familias, saber que no están solas es una especie de consuelo. En sus aldeas encuentran a numerosos exbacha bazi, que son devueltos cuando empieza a crecerles la barba.

Competición por el ‘bacha’ más bello

Esta práctica ha regresado de forma inquietante en el Afganistán post-talibán, sin que sea considerada pedofilia o homosexualidad ni, por ende, contraria al islam.

Los chicos imberbes de rasgos finos, vestidos de forma femenina, son un signo apreciado de masculinidad y de estatus en una sociedad donde hombres y mujeres viven separados.

Esto implica una competición malsana en las filas de la policía entre ciertos comandantes, que compiten por la belleza de sus «bachas», explica un exresponsable de seguridad de Helmand.

«Con frecuencia, la única vía para esos chicos reducidos a la esclavitud pasa por un acuerdo con los talibanes: ‘vosotros me liberáis y yo os traigo la cabeza y las armas de mi captor'», afirma este responsable.

El gobierno afgano, por su parte, se apresura a negar que tolere las violaciones de niños en sus instituciones.

Pero el portavoz del gobernador de Uruzgan, Dost Mohamad Nayab, reconoce que hay un ‘bacha’ casi en cada puesto policial de la provincia. Explica que teme que cualquier intento de liberar a los chicos desate la cólera de los policías y estos abandonen su puesto, abriendo la puerta a los talibanes.

Para el investigador Charu Lata Hogg, del instituto Chatham House, es inexcusable no hacer nada en nombre de la seguridad. «La ONU y Afganistán firmaron en 2011 un plan de acción que prevé explícitamente la rehabilitación de niños víctimas de abusos sexuales», subraya. «¿Por qué no se ha hecho nada?», pregunta.

´Huid o volverán’

Por su parte, el activista Sardar Hamdar considera que la práctica compromete el apoyo popular a las fuerzas de seguridad y favorece las campañas de reclutamiento de los talibanes.

Esta práctica «crea estragos en nuestra sociedad», advierte Hamdard. «Nuestros hijos crecen pensando que es normal violar a chicos».

Ante la cultura del silencio y la impunidad, sin recurso legal posible, numerosas familias han abandonado toda esperanza. Solo los más pudientes, con contactos en las altas esferas, aspiran a pedir una intercesión para recuperar a sus hijos.

El imán Haji Mohammad se dirigió a un alto responsable de la Inteligencia afgana dos semanas después del secuestro de su hijo por parte de un jefe de la policía de Helmand.

El niño de 11 años, liberado tras 18 días, regresó aterrorizado. Su familia contó a la AFP que, ante la falta de ayuda psicológica profesional, dos años después el chico sigue traumatizado.

«La familia quiere justicia pero yo les he dicho ‘Huid o volverán a por vuestro hijo'», explica el responsable de Inteligencia. «El bacha bazi no es un crimen que requiera un castigo».

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