De quedarse, el exdirigente cocalero también podría haber sido perseguido, encarcelado y ahorcado como Saddam Hussein, tras un juicio que llevó adelante un tribunal controlado por Estados Unidos, en diciembre de 2006. La suerte de Irak también quedó sellada desde que una coalición organizada por el gobierno de George W Bush con el Reino Unido, Australia, España y Polonia invadió a esa nación árabe en busca de armas de destrucción masiva. Las armas aún no aparecieron, mientras tanto, el sitio Iraq Body Count registra al cierre de este artículo 288.000 muertos, de los cuales el 80% son civiles. Pero muchas víctimas ni aparecen en los registros: cuando son eliminadas familias o pueblos enteros y porque además hay millones de desplazados.
Cada sitio donde tropas occidentales llegaron para “llevar la libertad y la democracia”, padece una sangría cotidiana y han desaparecido las entidades estatales: en Libia dos facciones se disputan el control, mientras que en Irak los levantamientos de estas últimas semanas en contra del sistema político diseñado por los invasores ya dejaron un saldo de 300 muertos por la represión. La principal riqueza de ambos territorios, el petróleo, fluye con total normalidad.
Tampoco la situación de Afganistán es floreciente luego de recibir a esos enviados de la civilización que llegaron a poco de los atentados a las torres gemelas, del 11-S de 2001. Principal productor mundial de opio, en 2000 los talibán había prohibido el cultivo de amapolas y la oferta mundial de heroína cayó un 73%. Luego de la invasión, la maquinaria anda a todo vapor y actualmente cerca de 600.000 personas viven de ese negocio: el 32% de la producción mundial de opio sale de esa región asiática y la dirigencia política se sustenta de esos ingresos.
Hubo elecciones el 28 de setiembre y aún los resultados no fueron confirmados. Abdulá Abdulá -que compite contra el presidente Ashraf Ghani- pidió detener el conteo para «salvar al proceso ante maniobras fraudulentas». Tal vez la demora es porque allá no está la OEA. Mientras tanto, la semana pasada Donald Trump indultó a dos militares de EEUU acusados de asesinar a mansalva a civiles afganos.
En Libia, el mariscal Jalifa Haftar mantiene el asedio sobre Tripoli, la capital, donde se asienta el Gobierno de Unidad Nacional -reconocido por los organismos internacionales- a cargo de Fayez Al Sarraj.
Haftar junto a Khadafi derrocaron al rey Idris, en 1969. Caído en desgracia en el conflicto con Chad, en 1986, huyó a Estados Unidos, desde donde participó en varios intentos por derrocar a su ex compañero de armas, con financiación de la CIA.
Lo lograría en 2011, pero los mismos que apoyaron su regreso en la llamada “Primavera árabe”, luego le fueron reacios, no fuera cosa que se convirtiera en otro líder inmanejable. Con apoyo de Arabia Saudita, Egipto, algunos países europeos y últimamente Rusia, Haftar tiene todo para hacerse del control total del país y avanza desde Tobruk.
Había un compromiso de realizar elecciones este año, que dificilmente se cumpla, y una Conferencia en Berlin para debatir el futuro de Libia que se realizaba estos días, sin resultado. Un intento de reconstrucción del país desde los escritorios centroeuropeos para licuar culpas.
Hasta 2011 Libia era un oasis para africanos que buscaban mejores horizontes. Desde entonces es el paso para atravesar el Mediterráneo hacia Europa. Cientos de miles intentan esa vía diariamente, muchísimos murieron ahogados antes de la otra orilla. La “ayuda europea” consiste en el apoyo al servicio de Guardacostas de Libia para evitar que crucen y generen mayores problemas migratorios. Ya tienen una avalancha de los huyeron por tierra de la guerra en Siria, donde también las fuerzas occidentales tienen mucho que decir sobre ese desastre humanitario.
El Irak de estos días no es un lugar mucho mejor donde vivir. El 1 de octubre pasado comenzaron manifestaciones exigiendo al renuncia del primer ministro Abdel Andul-Mahdi en protesta por los altos índices de pobreza y de violencia en un país que literalmente nada en petróleo y genera riquezas obscenas en la cadena ligada a su comercio internacional. Como en Chile, fueron los jóvenes los que encendieron la mecha, acosados por el desempleo. La respuesta del gobierno fue brutal: hay más de 300 personas asesinadas por fuerzas policiales. La falta de datos ciertos es una señal de la poca atención que medios e instituciones internacionales le están brindando a esta crisis desatada desde 2003, cuando el general Colin Powell, secretario de Estado de la administración Bush Jr ordenó el operativo contra Hussein
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