El secretario de Estado, Mike Pompeo, visita Riad y Ankara para tratar de calmar las aguas. Se sospecha que Jamal Khashoggi fue desmembrado en el edificio consular y sus restps diluidos en ácido por un grupo comando. Las relaciones del periodista con los servicios, y su carrera vinculada al régimen y su repentina oposición como columnista de Washington Post.
La culpa por esa muerte recaería así sobre el personal subalterno que habría participado del hecho pero no en el príncipe heredero Mohamed bin Salman, de 33 años, que se venía perfilando como un líder reformista que intentaba actualizar un modelo de gobierno feudal basado en conceptos religiosos ultra-ortodoxos. Sin embargo, la oscuridad se cierne sobre este caso que conmueve a Turquía y Arabia Saudita desde que el 2 de octubre se vio entrar a Khashoggi al edificio céntrico de Estambul y no registró su salida.
En principio, los medios occidentales se apuraron a pintar al periodista como un comprometido profesional crítico del régimen que tuvo que exiliarse en EEUU y escribía columnas encendidas contra la monarquía desde el Washington Post. Un liberal perseguido por sus ideales. Pero la realidad no se parecería tanto a este panorama.
Khashoggi -descendiente de una familia de origen turco pero de las más ligadas el establishment saudí desde el inicio de la dinastía, en la segunda década del siglo XX- tiene 59 años y estuvo íntimamente vinculado a medios oficiales, que son los únicos permitidos en la nación saudita. Su ruptura con el gobierno coincide con la designación de Salman como el príncipe heredero.
Quienes conocieron a Khashoggi en esos años o siguieron su carrera lo muestran como un personaje que sabía acomodarse a los vientos que soplaron en cada momento y añaden, misteriosos, que estuvo ligado a los servicios de inteligencia y «sabía dónde estaba enterrado cada cadáver». En sentido figurado pero también en sentido literal.
«Algunos escritores sufrieron mientras Khashoggi era su jefe en el periódico Al-Watan. Khashoggi, al contrario de lo que se está escribiendo, nunca fue castigado por el régimen, excepto un poco hace dos años, cuando el príncipe heredero de la corona saudita Mohammed bin Salman le prohibió que tuiteara y escribiera para Al-Hayat, el periódico panárabe con sede en Londres, de propiedad del príncipe saudí Khalid bin Sultan», lo describió Assad Abu Khalil, profesor de nacionalidad libanesa que ejerce en la Universidad de California.
El escocés Finian Cunningham, otro muy bien informado reportero especializado en ese rincón del planeta, recuerda que Khashoggi fue asesor de medios del príncipe Turki al Faisal, quien fue el enlace con los servicios estadounidenses y británicos y que dirigió la Mukhabarat, el aparato de inteligencia saudita desde 1977 hasta -sospechosamente- diez días antes de los ataques a las torres Gemelas del 11-S de 2001. Quizás por ese lado habría que buscar la enemistad de Salman, ya que Al Faisal resultaría ser medio hermano del actual rey, Salman bin Abdulaziz, el padre del príncipe Mohamed bin Salman.
Si es verdad que Khashoggi tiene data peligrosa para el joven Mohamed, esa podría ser una razón conveniente para eliminarlo, de acuerdo a todos los cánones de la novela de suspenso. El problema en este caso sería que este tipo de crímenes no suelen hacerse a la luz del día. Y la desaparición del periodista deja muchas hilachas a la vista.
Khashoggi estaba por casarse con una joven turca, Hatice Cengiz, para lo cual debía tener todos los papeles en regla. Por eso el 28 de septiembre fue al consulado saudita en Estambul a buscar los documentos de su divorcio. Poco después de salir del edificio recibió un llamado donde le informaban que tenía que completar un trámite. Según parece, algo sospechó porque le dijo a su novia y avisó a un corresponsal de la BBC de que tenía que pasar nuevamente por las oficinas el 2 de octubre.
Ese mismo día un grupo de 15 personas bajó en Estambul en dos jets Gulfstream privados procedentes de Riad. De acuerdo a los medios turcos, que difundieron imágenes de las cámaras del aeropuerto y del trayecto hasta el consulado, los recién llegados entraron al edificio en una furgoneta negra que salió horas después del ingreso de Khashoggi. El periodista nunca salió.
La presunción es que ese grupo fue el que mató al columnista del Washington Post, que llevaban una sierra para trozar el cuerpo y que diluyeron los restos con ácido. Esa misma noche viajaron de vuelta a Arabia Saudita.
Lo que ocurrió después es un grave incidente diplomático. Ankara reclamó por la violación a su soberanía y ordenó allanar la sede diplomática. Las autoridades turcas aseguran que encontraron indicios de que algo raro había ocurrido allí adentro. Habían pintado algunas paredes y retirado alfombras.
El presidente Recep Tayyip Erdogan dijo que también habían encontrado vestigios de tóxicos y pidió urgentes aclaraciones a Riad. Trump hizo lo propio, enviando a su secretario de Estado, Mike Pompeo, a mantener un encuentro con Mohamed bin Salman. Luego trascendió en la cadena CNN que el príncipe estaría dispuesto a reconocer que hubo un interrogatorio que se les fue de las manos.
Sobre posibles represalias en la misma línea de las sanciones a Irán o Venezuela, Trump dijo que quería cuidar los puestos de trabajo en su país ya que hay acuerdos pendientes para la venta de armamento por 110.000 millones de dólares. Desde la capital saudita, en tanto, fuentes oficiosas salieron a recordar la inconveniencia de enfrentar a un país que provee de un millón de barriles de petróleo al día a Estados Unidos.
Pero más allá de la vidriosidaa que rodea al caso, el incidente revela ciertos pliegues en que se desenvuelve la política en Medio Oriente, el poco apego a la vida de muchos y el papel que juegan los servicios de espionaje de las potencias mundiales.
Cómo evolucionarán los hechos es también un enigma. De la gravedad del caso da muestra el viaje de Pompeo a Riad y el que hará este miércoles a Ankara. Como en algunas series televisivas, puede decirse que la historia continuará. Esto recién comienza.
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