En un contexto de cambio a nivel global, donde los bloques regionales están en el centro del debate, es importante pensar las estrategias y políticas necesarias paraavanzar en la profundización y consolidación del Mercosur, convencidos de que es la mejor vía para alcanzar un desarrollo sustentable para nuestros países y fortalecer nuestra voz en el ámbito multilateral, en pos de un orden mundial más democrático, justo y en paz.
A partir del año 2003 trabajamos por un modelo de integración que superara la mirada mercantilista de los años ‘90 y decidimos construir una relación estratégica que nos permitiera a cada uno de los países miembros del bloque potenciar las oportunidades del proceso de globalización, al tiempo que nos ayudara a minimizar los riesgos que ella implica.
En estos últimos dos años, con los cambios de gobiernos en la región –con un golpe institucional en Brasil contra Dilma y la prisión injusta que padece el principal líder opositor, Lula– vemos cómo los logros que alcanzamos en el proceso de integración se desarman y cada día perdemos más autonomía y soberanía a la hora de defender nuestros intereses nacionales y regionales.
El gobierno del presidente Macri parte de un gran equívoco en su concepción del mundo actual, y ese error, sin duda, amplifica la actual crisis económica. Las decisiones se toman en base a un modelo que ya fracasó. Gobiernan bajo el paradigma económico dela década del ‘90 –gran apertura y desregulación de la economía y el comercio internacional–, pero estamos viviendo en un mundo bastante distinto a ese modelo.
Los “nuevos” gobiernos en la región llegaron con propuestas que enarbolan la bandera de la antipolítica y la ausencia de ideologías pero, sin embargo, siguen prejuicios ideológicos y, así, desarman los fundamentos para alcanzar una verdadera integración regional.
En este sentido, el gobierno de Cambiemos prometió insertarnos en el mundo, pero lo único que consiguió es llevarnos a una dinámica de endeudamiento insostenible, que nos condujo al FMI, que es el pozo del mundo. Ese anuncio es el obvio reconocimiento de la crisis, y para enfrentarla han elegido al médico equivocado.
Durante la década pasada, los países de la región no sólo logramos altas tasas de crecimiento, sino que además mejoramos la distribución del ingreso. Esta mejora se produjo en un mundo en el que creció la desigualdad en países como China, pero también en Suiza, Finlandia o Dinamarca, tradicionalmente más igualitarios. La única región del mundo que disminuyó la desigualdad en el mismo período fue Latinoamérica. A pesar de ser la región más desigual del planeta, fuimos capaces de quebrar la tendencia gracias a las políticas activas que caracterizaron a los gobiernos populares. Este logro es una prueba importante de que la voluntad política y el fortalecimiento del rol del Estado en la asignación de los recursos pudieron modificar un proceso de desigualdad enraizado durante décadas en nuestros países.
Este nuevo ciclo económico mundial, cuyas manifestaciones más claras son la financiarización y la desaceleración de la actividad, se caracteriza en nuestra región por la reversión del ciclo redistribuidor y una mayor concentración de la riqueza. En los últimos años, debido a las políticas de ajuste, se calcula que entre ocho y diez millones de latinoamericanos han vuelto a la pobreza. Esta nueva realidad se manifiesta en varios países en protestas callejeras vinculadas al retroceso en las condiciones de vida, a las dificultades de acceso al trabajo decente, a la falta de una mayor participación en la toma de decisiones, al desgaste de la dirigencia, la corrupción en distintos ámbitos de la sociedad y las demandas de mayor transparencia en la financiación de la política.
Hoy vemos en nuestros países cómo las fuerzas conservadoras están recuperando espacio. Estamos transitando una nueva etapa en la que tenemos el gran desafío de actualizar un proyecto de desarrollo sustentable capaz de superar los obstáculos que hemos sufrido en el pasado. Ese proyecto debe tener una visión multidimensional de la integración que nos permita, como país y como región, superar los cuellos de botella y el problema de la restricción externa.
Los que creemos que la única posibilidad de desarrollo sustentable se basa en la integración regional, debemos multiplicar nuestros esfuerzos para que el debate y la lucha contra la pérdida de autonomía sea una tarea que se coordine entre las distintas fuerzas sociales, económicas y políticas que aspiramos a una región en paz, justa, libre, soberana e integrada.
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