La política argentina y la italiana surfean etiquetas y almohadillas, como las últimas tendencias #Milei #Meloni, que treparon el índice de popularidad por los últimos encuentros “amorosos”, políticamente hablando, que ambos mandatarios tuvieron.
El nuevo encuentro político se dio en ocasión de la reunión partidaria de Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia): el festival juvenil del partido, denominado Atreyu, que tuvo lugar en el Circo Máximo de Roma el último viernes. Para Milei fue otro de los tantos viajes que hizo, en esta ocasión a los pocos días de cumplir un año en el gobierno.
Hay un refrán que dice: si quieres saber cómo es el gato, caza al ratón. De Milei y su partido sabemos bastante: nacido de la nada, con pretensiones políticas cercanas al menemismo, mezcladas con principios antihumanistas y discriminatorios al estilo Trump y del famoso Tea Party norteamericano.
Es más bien de Meloni y de su partido que, tal vez, el lector desconozca. Giorgia Meloni, heredera de los valores del disuelto partido, Alleanza Nazionale (Alianza Nacional) de Gianfranco Fini (que se acercó a Berlusconi en el Popolo delle Libertá, Pueblo de la Libertad). Fini fue, a su vez, el portador y continuador más democrático y políticamente correcto del difunto Giorgio Almirante, fundador del histórico Movimiento Social Italiano (MSI), primer representante político de los valores fascistas en la primera vuelta republicana de la nueva Italia surgida después del segundo conflicto mundial. Almirante y su partido encarnaron los valores del nacionalismo europeo cercano a las ideas nacionalsocialistas alemanas sobre la raza, resaltando el valor heroico de cuerpos paramilitares de dudoso origen antidemocrático y fomentando la lucha atávica contra todos los ataques a la familia biológica y natural, aborreciendo el aborto y el divorcio como derechos civiles. Hoy se le suma las batallas contra la igualdad de género, homosexualidad e inmigración, sobre todo africana y árabe. Valores nefastos y principios inspirados en el concepto de una raza italiana “pura” y exaltados en todos aspectos públicos y privados por el partido Fratelli d’Italia: léase las declaraciones del ex general Vannacci, hoy uno de los políticos más votados y cercano al gobierno:
«Nos guste o no, no nacemos iguales en esta tierra. Por eso, los que llegan a Italia deben estar inmensamente agradecidos por nuestra compasión y generosidad. Paola Egonu (jugadora de voleibol italiana) tiene nacionalidad italiana, pero está claro que sus características físicas no representan la italianidad», escribió David Allegranti, en El Grand Continent, el 9 de junio pasado.
Fratelli d’Italia que aún lleva en su símbolo la flama tricolor como emblema del resurgido espíritu fascista, entre sus filas alimenta a los jóvenes militantes organizando campos de entrenamiento y fiestas temáticas con saludos y abrazos fascistas: recuerdo demasiado vívido de las escuadrillas con camisas negras de Mussolini.
Todo este relicario político, condimentado por el peligroso populismo de una derecha internacional conservadora, racista y nacionalista, en un Italia que va perdiendo su competitividad industrial en cuanto a pymes y medianas empresas en comparación con multinacionales que generan oligopolios que tanto les gustan a Milei y Meloni (véase el caso Stellantis en el sector automotriz y el cierre de fábricas en Italia). A esto, se le suman los problemas de un desempleo siempre más creciente, un PBI per cápita que no despega y la desilusión respecto a la verdadera capacidad de la política de solucionar los problemas más pragmáticos de la gente. Pero la mayoría de los italianos también votó con conciencia a esta derecha con la ilusión de poder tener un mejor trabajo y el deseo de limitar la inmigración africana y árabe que mira con recelo cuando se toma el tren, el colectivo o la metropolitana (Informe ECRI – Consejo de Europa sobre el racismo en Italia).
Si mirás al ratón, te das cuenta de que algo muy parecido comparte con el gato, o mejor dicho, con el gatito mimoso.
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