A tres días del repliegue final, ayer EE UU. desarticuló un objetivo del grupo yihadista que reapareció el jueves con el bombardeo en Kabul. Asfixia financiera al futuro gobierno afgano y la amenaza de una guerra civil por el control del país asiático a 20 años de la invasión.
Un mensaje en Telegram se adjudicó a nombre de Estado Islámico de Khorasan (ISIS-K) el atentado del jueves en las inmediaciones del aeropuerto de la capital afgana que causó alrededor de 90 de muertos y más de 160 heridos. Desde entonces, ese movimiento fanático aparece como el gran competidor y enemigo interno de los talibanes en ese país. Con lo cual, para medios y dirigentes occidentales, la caída de Kabul se convierte en el regreso de un horror que los biempensantes deberían combatir.
Según un conocedor de los grupos yihadistas como el italiano Antonio Giustozzi, investigador del King’s College de Londres y autor de Estado Islámico en Khorasan, publicado en 2018, ISIS-K nace en esa región de Afganistán, Pakistán, Irán e India cerca de 2014. Giustozzi, habitual fuente de consulta de medios europeos a estas horas, dice que la “sucursal” de ISIS es aun más extremista que los talibanes en cuanto a la imposición de las leyes islámicas. Que recibieron financiamiento y recursos externos, y que en el camino fueron sumando talibanes descontentos con las cúpulas locales.
Otro que sabe, el francés Thierry Meyssan, creador de la Red Voltaire, sostiene que ISIS, al igual que Al-Qaeda, “son engendros de la CIA” y recibieron no solo dinero sino armas y entrenamiento de británicos y estadounidenses. La tesis ISIS=CIA se puede fundamentar en que tras la llegada de Donald Trump al poder, en 2017, cesaron milagrosamente los demenciales asesinatos yihadistas a que nos tenían acostumbrados y desapareció su amenaza en el llamado Medio Oriente Extendido. Trump fue el primero en negociar esta salida con los talibanes, además.
Cómo no interpretar que el ataque del jueves, a pesar de que murieron también 18 efectivos militares de EE UU –¿daños colaterales?–, es una buena noticia para la Casa Blanca de cara al futuro regional. Qué mejor que marcar la cancha a los talibanes con un grupo tanto o más fanatizado que ellos, con similar poder de fuego y capacidad destructiva, que alcanza visibilidad con los demócratas de nuevo en el Salón Oval.
Otra forma de disciplinamiento interno –esboza el brasileño Pepe Escobar desde las páginas de Asia Times– consiste en el ahogo financiero, algo en lo que la Casa Blanca tiene mucha experiencia. Los casos más conocidos son el bloqueo a Cuba desde hace 60 años y más recientemente a Venezuela. Así, mientras no queda claro quién estará al frente del Poder Ejecutivo en Afganistán, Washington congeló 9500 millones de dólares en reservas del Banco Central afgano y el FMI hizo lo propio con 460 millones del programa de ayuda Covid-19. Otro símil: Fulgencio Batista huyó de Cuba en 1959 con valijas cargadas con varios cientos de millones de dólares; el presidente Ashraf Ghani se escapó con 169 millones.
El escenario, para los talibanes, no pinta fácil, como se ve. A la falta de efectivo tendrán que agregarle que los países con los que necesitan arreglar para poder ejercer el liderazgo necesitan garantías y van a intentar imponer condiciones. Tanto para Pakistán como India y China, de que no buscarán extender una revolución islámica a las poblaciones de fe musulmana dentro de sus propios territorios. A Rusia, de que hará lo posible para olvidar viejos rencores de la invasión de 1979. Con Irán e Irak también tendrán que establecer acuerdos que no aviven las diferencias entre sunníes y chiítas.
Pero lo más complicado será puertas adentro. Afganistán, es un territorio diseñado en tiempos del Imperio Británico con el propósito de separar a pueblos afines bajo distintas administraciones con el principio romano de “divide y reinarás”. Dentro de los límites fronterizos afganos conviven 25 etnias –la más numerosa es la pastún, a la que pertenecen los talibanes– que, a su vez, tienen más fidelidad y sentido de pertenencia con la familia o los clanes que con la idea de una nación.
Si la invasión pretendía establecer las bases para crear un país al que los habitantes sientan como propio, ahí radicó el gran error de la Otan y el Pentágono. Confiaron en estrenar y armar a un ejército y una clase dominante con ciertas líneas de democracia occidental. Pero crearon un monstruo político corrupto y en cuanto todos notaron que se querían sacar la papa caliente de encima, todo volvió a la “normalidad”.
Los talibanes regresaron sin disparar un tiro. Si su avance era indetenible es porque nadie quiso detenerlos. Una anécdota que cuenta David Zucchino en The New York Times resulta ilustrativa: a principios de mayo un comandante talibán llamó a Muhammad Jallal, líder de la provincia norteña de Baglán. “Si no se rinden los vamos a matar”, dice que le dijeron. Todos dejaron las armas bien acomodadas al costado del camino. Joe Biden se dio cuenta, tardíamente. “Los estadounidenses no pueden ni deben luchar o morir en una guerra que los afganos no están dispuestos a luchar». «
El negocio del escape
Erik Prince sabe ganar dinero en cualquier circunstancia. Creador de una empresa “contratista” del Pentágono que se hizo famosa como Blackwater y ahora se llama Academi –proveedora de mercenarios, básicamente– este exteniente de navío retirado tiene un ejército privado de unos 40 mil efectivos desperdigados en varios países.
Hacen normalmente el trabajo sucio que las tropas regulares no pueden y además tienen la ventaja de que si mueren, la sociedad no va a llorar ante las bolsas negras con sus restos como si fueran reclutas.
Sus esbirros resultaron acusados de crímenes de guerra en Irak pero él sigue elucubrando la manera de acrecentar su fortuna sin medir consecuencias.
El último negocio que se le ocurrió fue ofrecer una salida segura para todos los que quieren huir de los talibanes. Por la módica suma de 6500 dólares, el asiento en un avión privado. Nadie apostaría que cuando se vaya el último soldado invasor también se vayan sus mercenarios. Siempre pueden resultar útiles en tiempos caóticos.
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