Hace rato que tengo la sensación de que estamos viviendo la noche antes del incidente de Gleiwitz, el 31 de agosto de 1939, cuando una serie de soldados nazis disfrazados de polacos atacaron un puesto fronterizo alemán. La nueva versión llegó, gracias a la disputa entre Estados Unidos y Rusia por el tema Ucrania. Y mientras las tropas rusas avanzaban sobre Kiev, el soporífero Biden continúa amenazando a Rusia. Putin a su vez ha obtenido el apoyo de China. ¿Vamos a una nueva guerra mundial? Con el problema de que todo el mundo ya no está armado con gas mostaza sino con bombas nucleares.
Las razones son conocidas: luego de la disolución de la URSS, Estados Unidos se comprometió a respetar su zona de seguridad y no extender la OTAN hacia el este. Gorbachov aceptó y dejó que las antes repúblicas soviéticas decidieran sus gobiernos. Ante la debilidad rusa la OTAN operó para desmembrar Yugoeslavia y Libia. Luego extendió la alianza militar para incluir países como Polonia, las repúblicas bálticas, y hasta Montenegro que no tiene frontera con Rusia. Y de ahí a operar para derrocar a los gobiernos pro rusos y reemplazarlos con gobiernos “democráticos y prooccidentales”: ultraderechistas católicos en Polonia, corruptos neoliberales en Hungría, Bulgaria y Rumania, y los neofascistas ucranianos y lituanos. En el medio Georgia plantea incorporarse a la OTAN, y Rusia en una rápida guerra da fin a esta ambición. Mientras tanto los medios acusaban a los rusos de expansivos y agresivos, todo mientras los “nuevos demócratas” se dedicaban a hacer una limpieza ética de rusos y pro rusos en sus países.
Los rusos se preocupaban cada vez más, y cuanto más dialogaban con los norteamericanos, más prometían éstos y luego seguían avanzando. Todo mientras gritaban que los agresores eran los rusos. Los yanquis, que nunca han invadido otras naciones (excepto 392 veces), ¿cómo no creerles? No es que Putin sea bueno, pero Estados Unidos es infinitamente peor.
El problema es que la guerra no beneficia a Rusia, pero ante la escalada norteamericana está claro que sus intereses no le permiten ceder más de lo que ha cedido en treinta años y sobrevivir como potencia y como nación. De hecho, enfrentar, junto con China, las pretensiones yanquis y de sus aliados ahora, es mejor que más adelante donde las condiciones sean menos favorables.
¿Por qué Estados Unidos está dispuesto a llevar esta confrontación hasta una guerra? Resulta que la crisis norteamericana es cada vez más profunda. Todos los analistas norteamericanos debaten qué hacer frente a la emergente locomotora china. La propuesta de Trump fue amigarse con Rusia y enfrentar a China con la idea de dividir a los enemigos. Biden no concordaba: su idea era enfrentar a Rusia para acceder a los abundantes recursos naturales de Siberia. El problema es que obliga a Rusia a acercarse aún más a China, y les permite a estos últimos acceder a esos recursos naturales. Agreguemos más complicaciones: Rusia, provee a Alemania con el 27% del petróleo y el 40% del gas natural que consume su industria. La guerra pone a la Unión Europea en un dilema terrible entre su desarrollo económico en época de crisis pandémica, y su alianza con el poderío norteamericano. Por ende, Alemania y Francia, apoyan a Estados Unidos, pero tratando de evitar una escalada bélica regional.
¿Qué pasará? ¿Estamos a los comienzos de otra guerra mundial? Ojalá no ocurra, pero cada vez hay más posibilidades de que se desate una conflagración que nos lleve a un genocidio de la raza humana. ¿Por qué? La respuesta debería ser simple: porque están surgiendo nuevas potencias, y se ha alterado el equilibrio de poder mundial. Estados Unidos no quiere ni modernizar su economía, ni resignar parte de su hegemonía para convertirse en una gran potencia entre varias. ¿Qué opción le queda? Utilizar su innegable poderío militar para postergar a los competidores. Mientras tanto, Biden, feliz por una vez en su vida, grita “America is back”, como si eso fuera algo bueno. Trump volvé te perdonamos… nah, en realidad no, pero tampoco lo queremos a Biden.