Una declaración legislativa del FA está frenada por el oficialismo desde el 2 de abril por que menciona ese término en la acción inglesa en las islas. El viaje de Lacalle a Londres ahondó los lazos.
Para los uruguayos fue una novedad que, como en el siglo XIX, cuando era la potencia dominante, Gran Bretaña –el reino, el Estado, sus agentes, sus empresas– volviera a pisar fuerte en el país con el auspicio del presidente y su partido. La nueva realidad, en verdad la remake, quedó oficialmente blanqueada el 25 de mayo, cuando se dijo que el presidente viajaría a Londres, para permanecer tres días allí. No haría escalas en otro país europeo y llegaría sólo para encontrarse un rato con la desfalleciente pero aún representativa figura política del primer ministro Boris Johnson y sacarse la tan ansiada postal en la puerta del 10 de Downing Street, uno de los sitios en los que durante 400 años se cocinaron los destinos del mundo. Y, por fin, acercarse a Clarence House para conocer al príncipe Carlos.
Cuando en el Palacio Legislativo todos pensaban que la propuesta sería votada sobre tablas, apareció el senador Gustavo Penadés, un fiel ladero de Lacalle, para objetar varios aspectos del texto a votar, especialmente donde denuncia la “sostenida usurpación de las islas y su espacio marítimo circundante por parte de Gran Bretaña”, en lo que constituye uno de los últimos enclaves coloniales. Eso de “usurpación” no les gusta ni al gobierno ni a los blancos. En una propuesta alternativa dicen que respaldan el reclamo argentino y hablan de “territorios en disputa”. Sin embargo, se refieren a “la necesidad de que los gobiernos reanuden las negociaciones sobre la soberanía para hallar una solución pacífica”.
En su texto, el FA cita una declaración de la UNASUR del 30 de diciembre de 2012, en la que el organismo reiteró su respaldo a “los legítimos derechos de Argentina” y ratificó “el permanente interés regional de que Gran Bretaña se avenga a reanudar negociaciones para llegar a una solución pacífica”. Los blancos prefieren remitirse a una resolución de la OEA aprobada el 12 de noviembre del año pasado a instancias de su secretario, Luis Almagro. En ella se subraya el “interés de colaborar mediante los máximos esfuerzos con las más altas acciones diplomáticas” de la República Argentina siempre que las mismas estén amparadas en la paz y en los principios del derecho internacional”. Son bien diferentes.
Cuando este manoseo político vio sus primeros capítulos, la cancillería uruguaya ya estaba negociando la agenda del viaje de Lacalle. Haber aceptado el uso del concepto de “usurpar” era demasiado. Y así lo muestra lo que siguió. Según un despacho de la agencia Télam del 21 de mayo, en el que cita “fuentes oficiales uruguayas” sin identificar, el encuentro Johnson-Lacalle servirá para ahondar “vínculos económicos y comerciales, y aunque no hay expectativas concretas acerca de un tratado de libre comercio, el tema estará presente”. A fines de 2021, en Montevideo, el ministro británico de Comercio, Ranil Jayawardena, dijo que su visita buscaba “iniciar un diálogo bilateral para aumentar el intercambio de bienes y servicios”. Bilateral, es decir, puenteando al Mercosur. Lacalle lo aceptó.
En el grupo legislativo que sigue revisando los términos en los que acabará la declaración de respaldo a Argentina, ven con preocupación, y ligan un tema con el otro, que durante la visita de Lacalle se haya firmado un acuerdo de defensa recíproca. “¿Uruguay, solidario con Argentina, apegado a la vía diplomática, firma un tratado de defensa con la potencia ocupante? ¿Para defendernos de quién? ¿De Argentina?”, se preguntó el ex embajador en Buenos Aires, Juan Raúl Ferreira, en una nota del semanario uruguayo Caras y Caretas. Lo concreto y oficial es que el 25 de mayo Lacalle y Johnson asumieron el compromiso de “mejorar la cooperación en defensa y seguridad en asuntos de interés mutuo” y Londres se comprometió a invertir en la “capacitación de las fuerzas armadas uruguayas”.
Esta actitud inamistosa hacia Argentina se da tras la visita a Londres y en un contexto que apunta contra la misma historia. Trata de imponer la Ameripol, una especie de Plan Cóndor policial que en el norte opera como Europol. Intenta favorecer a una empresa desconocida para que monte un formidable negocio inmobiliario-turístico construyendo una isla artificial en las costas de Montevideo, Canelones o Colonia. Pese a la falta de interesados, insiste en el llamado a licitación para la construcción de un hotel de cinco estrellas en la costa atlántica de Rocha. Rompe el monopolio histórico estatal en la prestación del servicio de internet para favorecer a operadores de cable y a las empresas Claro y Movistar. Entrega a petroleras británicas la exploración marítima. Todo vale en esta especie de quién da más. «
A punto de llegar a la mitad de su mandato sin haber iniciado todavía la construcción del “glorioso nuevo Uruguay” prometido durante la campaña electoral, y ante la falta de algún resultado interno que atempere la persistente caída que registran los sondeos, el presidente Luis Lacalle Pou se lanzó a la conquista del mundo. Y, salvo cuando se abre generoso a la entrega de la soberanía nacional, no encuentra eco. Arremete sobre todo aquello que en una potencial agenda diga TLC, las tres letras mágicas que nombran a los Tratados de Libre Comercio. Pero no siempre está bien asesorado, mete la pata y muchos mal pensados dicen que la mano también, a causa de una cancillería que le erra hasta en las fechas.
Que se haya fotografiado con el primer ministro Boris Johnson el 25 de mayo en Londres, sin citar a Malvinas cuando aquí su vecino celebraba el día patrio, no habla bien de quién organizó el viaje, el canciller Francisco Bustillo, que además fue embajador uruguayo en Argentina. Tampoco habla bien del propio Lacalle, porque ningún uruguayo puede ignorar el significado de esa fecha. Lo grave es que Bustillo venía de otra también grave. Agendó una injustificada visita del canciller de Turquía, Mevlüt Çavuşoğlu para el 24 de abril, justo el día de 1915 en el que se inició el genocidio turco del pueblo armenio. Lo hizo pese a las advertencias de la comunidad armenia, la más numerosa y activa en los países americanos.
La colectividad armenia se expresó en todos los sitios donde el visitante hizo escala. En la céntrica Plaza Independencia Çavuşoğlu se asomó por la ventanilla de su auto y durante al menos un minuto sonrió burlonamente, mientras hacía la señal de guerra de los Lobos Grises, los nazis turcos que tienen la entrada prohibida hasta en Austria. Al día siguiente el visitante fue recibido por Bustillo. Del ofensivo gesto ni se habló. El comunicado oficial dijo que, además de “un Acuerdo de Promoción y Protección de Inversiones, los ministros convinieron el comienzo de las negociaciones de cara a la firma de un Tratado de Libre Comercio”. Como siempre, las tres sacrosantas letras que inicialan las buenas relaciones.
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