En una entrevista exclusiva con Télam, Álvaro García Linera reflexionó sobre los desafíos del progresismo en la tercera década del siglo XXI, destacó la necesidad imperiosa de "unir lo popular con la clase media" y llamó a desarrollar "un nuevo lenguaje y programas" que conecten con las expectativas de ese sector social.
En una entrevista exclusiva con Télam, el intelectual y docente universitario reflexionó sobre los desafíos del progresismo en la tercera década del siglo XXI, destacó la necesidad imperiosa de «unir lo popular con la clase media» y llamó a desarrollar «un nuevo lenguaje y programas» que conecten con las expectativas de ese sector social.
Por videoconferencia entre La Paz y Buenos Aires, abordó con audacia cuestiones complejas que generan polémica, como el cortocircuito entre extractivismo, desarrollo y cambio climático, y, además, propuso una batería de medidas concretas para las administraciones de cuño progresista. «La singularidad de estos gobiernos es que están enfrentando la peor crisis económica de los últimos 100 años», argumentó.
Nacido en Cochabamba, en el seno de una familia a la que definió como de «clase media» en lo cultural y «clase baja» en lo económico, García Linera viajó a México antes de cumplir los 20 años para estudiar en la UNAM del país azteca y, a su regreso a Bolivia, se vinculó con las comunidades campesinas y mineras.
Luego sería uno de los fundadores del Ejército Guerrillero Túpac Katari, experiencia de lucha insurgente por la que fue detenido, torturado y trasladado a una cárcel con prisión preventiva y sin sentencia, donde estudió Sociología de manera autodidacta.
Salió en libertad en 1997 y, tres años después, conoció a Evo Morales, en el marco de la llamada «Guerra del Agua». Hoy tiene 59 años, una de las bibliotecas más grandes de Bolivia y lleva editados, como autor o coautor, más de una decena de libros.
Como parte de un listado propositivo para la gestión de la crisis, el intelectual boliviano destacó la necesidad de un impuesto a la banca que avance en una matriz impositiva progresiva, tanto como un acuerdo regional para una «reforma energética» basada en la explotación del litio y el desarrollo de «industrias encadenadas».
En su análisis de la nueva oleada progresista en América Latina, que en los últimos meses sumó los triunfos de Gabriel Boric en Chile y de Xiomara Castro en Honduras, el autor de «La potencia plebeya» advirtió que «el viejo mundo del libre mercado se resquebraja» aunque «sigue vigente», mientras surgen opciones que buscan sustituirlo.
Y en ese sentido subrayó: «Es un neoliberalismo retrógrado, anacrónico, autoritario, vigilante, que quiere vivir del pasado. Y que dura poco».
Para García Linera, «el nuevo progresismo ha afincado más su victoria en la movilización electoral que en la movilización callejera. Y eso establece ciertas características de esta nueva oleada, abre puertas y cierra otras: es un progresismo que ya no viene de la mano de líderes carismáticos, sino con líderes políticos moderados que están respondiendo a las nuevas circunstancias», razonó en diálogo con esta agencia.
«Las circunstancias van a llevar o van a obligar gradualmente a los liderazgos a tener que asumir una serie de transformaciones más radicales, porque el costo social de la crisis económica y la crisis médica es demasiado grande», vaticinó en lo que él mismo presentó como su principal hipótesis de trabajo para los dilemas del progresismo y las encrucijadas del presente en la región.
-En esta pospandemia, en un mundo más concentrado e injusto, ¿cuáles son las bases para una perspectiva progresista?
-El tiempo que estamos viviendo es un momento liminar. Por una parte, se han manifestado un conjunto de límites, de contradicciones, de desgarramientos del orden mundial planetario vigente. Pero a la vez no se han abierto, con ímpetu radiante, opciones, alternativas, a esto que viene ya agotándose. Es un tiempo de ocaso, no un tiempo de amanecer. Es la paradoja de este momento. Las cosas no están funcionando bien, los antagonismos nos están desgarrando, pero no logramos visualizar lo que pudiera sustituirlo. El viejo mundo del libre mercado, del libre comercio, del Estado mínimo, de la ausencia de derechos sociales y despreocupación por la desigualdad, se resquebraja por todos lados. Y sin embargo sigue vigente: en las instituciones conservadoras, en el Banco Mundial, en el FMI, en el consenso de que, en el mundo, la globalización es lo más importante. Aunque comience a mostrar signos de ocaso, de debilitamiento, no sabemos qué cosa va a sustituir ese mundo. Sabemos de dónde venimos, de dónde estamos saliendo, pero no logramos eslabonar qué horizonte nos espera. Este es un momento muy complicado, de carencia de alternativas globales a la globalización, aunque América Latina ha hecho renovados esfuerzos por mostrar un camino. Pero ese esfuerzo no se irradia mundialmente y, a su vez, tiene contratiempos: avanza, retrocede, avanza, retrocede. Y en este tiempo liminal de certidumbres quebradas, de horizontes de previsibilidad del futuro mutilados, comienzan a surgir múltiples propuestas. El progresismo es una de esas propuestas. Pero ha tenido una contraparte con el surgimiento de propuestas neoliberales y ultraconservadoras, autoritarias. Nadie sabe con certeza lo que vendrá y van a surgir múltiples opciones de sustitución y de reemplazo, ninguna de ellas dominante, irradiante ni hegemónica, sino en pugna. Y así vamos a tener que vivir varios años hasta que alguna de las opciones pueda sustituir hegemónicamente a este ocaso del neoliberalismo. Esta disputa sobre el nuevo horizonte de época tendrá que dilucidarse en 5, 10 o 15 años, porque la gente no puede vivir indefinidamente en incertidumbre. Hoy el progresismo latinoamericano es una más de las opciones que en debilidad pugna por sustituir el horizonte neoliberal. No tiene la suficiente fuerza para imponerse, pero tampoco es lo suficientemente débil para desaparecer.
-Usted prefiere no hablar de ciclos sino de olas, porque son más breves. También dice que los nuevos líderes progresistas de América Latina no surgieron de grandes movilizaciones y los define como líderes moderados. ¿Ese tipo de liderazgos debe profundizar alguna de sus acciones o es un proceso que, en el futuro, traerá nuevas políticas?
-En América Latina surgió un debate sobre cuál era el futuro del progresismo. Nosotros propusimos el concepto de oleadas, la lógica de que cuando son procesos intensamente revolucionarios, no son cíclicos, sino que se despliegan por oleajes. Van y vienen, vuelven a ir y a venir. La primera oleada tuvo el mayor momento de irradiación entre 2005 y 2006, hasta el año 2014: el continente avanzó mucho, sacamos a 70 millones de latinoamericanos de la pobreza. Y luego hubo una contraoleada, un regreso de las fuerzas conservadoras: se perdió en Uruguay, en Argentina, en Brasil, en Bolivia con golpe de Estado, se perdió en Honduras, se perdió en Paraguay. Pero ese regreso de las fuerzas conservadoras, más endurecidas, más reaccionarias -el caso de Bolivia es el ejemplo paradigmático de este endurecimiento ´fascistoide´ del neoliberalismo- duró poco. Se inicia en 2015 y dura cuatro años, y otra vez, a partir de 2019, comienza a retroceder y se da una nueva oleada progresista. La victoria en México con (Andrés Manuel) López Obrador, la victoria en Argentina con el presidente (Alberto) Fernández, la victoria en Bolivia con Luis Arce, la victoria en Honduras con Xiomara (Castro), la victoria en Perú con (Pedro) Castillo, la victoria en Chile con (Gabriel) Boric. Una nueva oleada.
Por otro lado, el neoliberalismo, cuando regresa en el contra-oleaje de 2015 o 2016, no trae nada nuevo: recicla y recalienta esa vieja sopa, esos viejos ñoquis que habían sido elaborados diez años atrás, y los trae podridos, verdes, agrios. Es un neoliberalismo retrógrado, anacrónico, endurecido, autoritario, vigilante. En Bolivia se hace un golpe de Estado, en Argentina se habla de la Gestapo (antisindical): es una lógica ya de libre mercado policíaco. En Brasil se habla de que habría que haber matado a todos los comunistas, y en Estados Unidos con (Donald) Trump que por poco más casi queman el Parlamento para no reconocer la victoria de (Joe) Biden. Es un neoliberalismo endurecido pero no propositivo, ya no es portador de esperanza. Un neoliberalismo endurecido y melancólico, que quiere vivir del pasado. Y dura poco. Entonces emerge esta nueva oleada de gobiernos progresistas. Pero el nuevo progresismo no viene acompañado por luchas sociales o grandes rebeliones sociales, como el 2001 en Argentina, o el 2003 y 2005 en Bolivia. Es un progresismo que ha afincado más su victoria en la movilización electoral que en la movilización callejera. Es un progresismo que no viene de la mano de líderes carismáticos, sino con líderes políticos que están respondiendo a las nuevas circunstancias del momento. Los liderazgos carismáticos surgen en momentos excepcionales y ahora es momento para líderes más moderados. En su moderación estuvo la clave de la victoria también, y eso hay que saberlo entender desde la izquierda. Pero la singularidad de estos nuevos gobiernos es que están enfrentando la peor crisis económica de los últimos 100 años.
–¿Cuáles son los principales desafíos, entonces, que deben asumir los nuevos movimientos progresistas en este contexto inédito?
-Ningún progresismo se había preparado para enfrentar un momento tan excepcional como este. Y ahí surge la nueva paradoja: nuevos líderes, nuevos gobiernos progresistas que se prepararon para una gestión más administrativa y de reconstitución de derechos cercenados por la restauración conservadora, pero que no se habían preparado para enfrentar semejante gravedad de crisis económica y médica. En esta segunda oleada progresista tenemos gobernantes con una mirada más de administración de la gestión pública, que hubiera correspondido si es que no se hubiera dado la crisis de la pandemia. Entonces, mi lectura, que es una hipótesis de trabajo, es que el nuevo progresismo de esta segunda oleada tiene que enfrentar con renovados brillos los efectos de una pandemia y de una crisis económica que nadie había previsto. Y esta nueva oleada se va a ver obligada a asumir retos más audaces para remontar favorablemente los efectos de esta crisis económica y médica. Las circunstancias van a obligar gradualmente a los liderazgos a asumir una serie de transformaciones más radicales, porque el costo social de la crisis económica y la crisis médica es demasiado grande. Y ahí se van delineando ciertos ejes de trabajo sobre los cuales el progresismo podría trabajar para remontar esta crisis. Uno es un nuevo papel del Estado: más audaz en términos de redistribución de la riqueza y de las cargas, lo que lleva también a una reforma tributaria más audaz. Algunos países lo han hecho implementando los impuestos a la riqueza, a la gran riqueza, y ese es un buen camino que quizás habrá que profundizar un poco más. Con impuestos a la banca, llegado el momento, porque es un sector que ha ganado mucho en la crisis y que debe compartir la carga de las responsabilidades con el resto de la población. Luego la reforma energética, algo que se tiene que hacer gradualmente, desde una mirada que dialogue con la naturaleza y no sea depredadora, sin abandonar la obtención de excedentes de formas extractivas para redistribuirlos inmediatamente en la sociedad, no para que se queden en manos de unos cuantos ricos. Luego, por supuesto, también la ampliación de derechos de los sectores más vulnerables, de fortalecimiento y empoderamiento del movimiento de mujeres, en la perspectiva de la soberanía de la mujer sobre su cuerpo. Que son temáticas nuevas a las que el primer progresismo abordó tangencialmente y este nuevo progresismo debería abordar como elementos nucleares de su nueva agenda de emergencia ante un momento de catástrofe mundial.
-Frente a la reflexión de los liderazgos moderados aparece la paradoja de un tiempo con una derecha cada vez más radicalizada. ¿Es una nueva derecha o es la misma con diferentes manifestaciones? ¿Es oportunismo para captar a nuevos sectores?
-Ciertamente, estamos ante nuevas expresiones de la derecha. Es el neoliberalismo, no ha variado el programa. Anti-Estado, anti- derechos, anti-igualdad. No ha variado. Ha renovado parte de los rostros, una nueva generación que ha emergido y que porta un aire de renovación, de nueva generación, pero los argumentos centrales siguen siendo los mismos. La igualdad en el trabajo, en la riqueza, en la relación hombre y mujer, entre pueblos indígenas y oligarquías, les resulta una inmoralidad, para decirlo visceralmente, que tiene que ser combatida por todos los medios. Hoy es un liberalismo enfurecido, rabioso, bota espuma, no irradia esperanza. Se enoja, insulta, agrede. Y a la democracia la ve como una herramienta prescindible, si fuera el caso. Es un neoliberalismo rabioso y, por lo tanto, cada vez más autoritario. Y eso no es fuerza, es debilidad. Cuando ya no puedes convencer y recurres al garrote, es que eres débil, aunque seas violento y te impongas temporalmente por tu violencia. Pero es la debilidad, porque un pensamiento es poderoso, es fuerte, cuando se irradia; cuando se impone a palazos, ya no es fuerte. Lo que está sustituyendo a la impronta expansiva de un pensamiento es la impronta de garrote, de masacre, de muerte. Los procesos de globalización comienzan a mostrar debilidades, comienzan a retroceder; sigue la globalización y va a durar seguramente, pero ya no es expansiva, sino que ha entrado en una etapa de contracción.
-Hoy el progresismo también enfrenta la fragmentación de distintas demandas e intereses que, por su especificidad, muchas veces cuesta unir en una idea global. ¿Cómo se enfrenta la dificultad de dar repuesta a temas específicos con peso propio sin que se anule la posibilidad de una construcción colectiva?
-Este es un tema clave en cualquier construcción de políticas progresistas: cómo se combina lo universal con lo particular. Muchas veces las propuestas universalistas son un particularismo dominante; y también hay universalismos que están planteando el beneficio de todos. Por ejemplo el tema indígena. En sociedades como la boliviana, la peruana o la guatemalteca es claramente un tema universal, porque son mayoría. En el caso de Bolivia esa mayoría demográfica se ha vuelto mayoría política, y ahora son los que conducen el país. y el mestizaje que hay que construir es desde la indianitud; porque antes el mestizaje que se reivindicaba era el de clase media, castellano hablante, propietario, blancoide.
Pero en sociedades donde el movimiento indígena no es mayoría, uno diría, ¿es un tema de minorías? En algunas cosas sí, pero en otras no. Que no te discriminen por tu color de piel, por tu apellido y por tu forma de hablar. Es un tema universal, no es un tema de minorías; porque evidentemente al indígena se lo discrimina más. Es el indígena, es el hombre de la villa, es el cabecita negra, que también va a ser discriminado en ciertos momentos. América Latina, Argentina, Chile, tienen apellidos extranjeros y apellidos locales, y ambos tienen el mismo derecho de entrar por las puertas grandes de las plazas, de las instituciones, de la educación, de los bancos, del aprecio ciudadano. Es una política universal. Esa reivindicación es universalista. Entonces, en cada país, el progresismo tiene que tener esta habilidad de plantearse propuestas universales y reivindicar lo local. El movimiento social tiene esas etapas; momentos de luchas universales y momentos de luchas corporativas. Y el momento en que surgen las luchas más fragmentadas, más corporativas, es un momento complicado; porque es más fácil para un gobierno progresista tomar decisiones cuando el estado de ánimo te apunta a políticas universales para todos. Y es más complicado moverte en el oleaje de demandas corporativas, sectoriales, fragmentadas. Pero ahí está la gran habilidad del progresismo para saber moverse y destacar en cada fragmentación, cosas comunes.
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