Las elecciones de hoy pueden definir drásticamente el futuro de Francia. Porque si el oficialismo de Emmanuel Macron pierde en la segunda vuelta de las legislativas frente al histórico referente de la izquierda, Jean-Luc Mélenchon, quien quedó detrás por solo 21 mil votos el domingo pasado, podría abrirse la posibilidad, entre otras pocas opciones, de un nuevo esquema de gobierno con inserción de un dirigente por fuera del partido gobernante, algo que no ocurría desde hace 20 años.
La eventual incorporación de un primer ministro surgido del frente progresista NUPES, que reunió por primera vez en 25 años a los principales partidos del sector entre ecologistas, comunistas, socialistas y Francia Insumisa podría producir un giro copernicano para el gobierno francés, en términos económicos y sociales, que pone en juego el programa del presidente que fue reelecto en segunda vuelta hace apenas dos meses.
Para empezar, bloquearía o modificaría ciertas medidas de corte liberal en la agenda de Macron, como la ampliación de la edad jubilatoria, la flexibilización impositiva para el empresariado y reformas en educación y salud. Pero el protagonismo del sector que encabeza Mélenchon iría más allá de lo económico. El candidato acaba de anunciar que si es primer ministro ofrecerá la ciudadanía francesa al periodista acusado de espionaje Julian Assange (ver aparte) dando a entender que de tener la chance, buscará imponer una nueva línea política y cultural.
La lectura de la izquierda francesa es que el presidente fue reelegido no por su programa, sino porque los franceses se encolumnaron a votarlo solo para evitar la llegada al poder de su rival de extrema, derecha, Marine Le Pen, lo que se llamó el «frente republicano». Según Mélenchon, «el partido presidencial está derrotado», por lo que llamó a la movilización en el balotaje «para rechazar definitivamente los funestos proyectos de la mayoría de Macron».
Este veterano político de 70 años, que se quedó a las puertas del balotaje de la presidencial con casi un 22% de votos, había convocado a su electorado a participar de la «tercera vuelta» en referencia a las elecciones de hoy, con cuyos resultados podría convertirse en «primer ministro», aunque para eso requerirá obtener la mitad más una de las 577 bancas en el Parlamento, lo que suma 289 escaños.
La alianza liberal Juntos de Macron obtuvo el domingo pasado el 25,75% de los votos, superando a la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (Nupes), que obtuvo el 25,66%, por apenas 21.442 votos en un universo de 23,3 millones de electores. Esta vez, la abstención alcanzó un nuevo récord ubicándose en 52,49% y superando la registrada en 2017 (51,3%), lo que también pone en evidencia el desinterés de los franceses en los comicios. A ese espectro apunta la izquierda, con más esperanza de sumar nuevos votos que el oficialismo, que tuvo una pérdida de siete puntos con respecto a las legislativas de 2017.
El sistema electoral en Francia establece que en la primera vuelta los candidatos de cada jurisdicción que superen el 12,5% pasan a segunda vuelta y quienes obtengan más del 50% confirman su banca. Por eso, para este balotaje participarán casi las mismas fuerzas, y no solo dos, como en las presidenciales, lo que hace más complejo el escenario.
Macron enfrenta otra situación crítica: perderá más de la mitad de sus ministros tras los comicios, ya que se presentaron como candidatos legislativos, entre ellos la primera ministra Élisabeth Borne. Frente a esto, si Macron logra revertir la tendencia y consigue la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, saldría fortalecido como para aplicar su programa. Pero por los números de la primera vuelta se considera posible que solo consiga la mayoría relativa, es decir, el bloque mayoritario pero sin llegar a la mitad más uno. En ese caso deberá pactar con otra fuerzas, posiblemente con la derecha moderada, en la previsión de que solo ese espacio aceptaría acompañar las reformas propuestas, aunque no se descarta que la derecha más dura se pliegue a las decisiones oficiales solamente por oposición a lo que llama “extrema izquierda”. A diferencia de la presidencial, la ultraderecha -dividida- no llega en posición de fuerza a esta instancia y el tradicional partido de derecha Los Republicanos (LR) se juega su porvenir tras la debacle de abril. Según los sondeos, LR mantendría entre 33 y 80 diputados, por delante de la Agrupación Nacional (RN) de Le Pen que con 10 a 45 escaños tendría posibilidades de formar bloque parlamentario. El ultraderechista Éric Zemmour quedó eliminado.
La opción que resta sería la posibilidad de que la fuerza de Mélenchon, que no es candidato a integrar la asamblea, sea la que obtenga la mayoría absoluta y fuerce a Macron a nombrarlo primer ministro, una ambición manifiesta del dirigente “insumiso” durante toda la campaña. Francia entraría entonces en lo que se conoce como cohabitación: un presidente de un signo político y un primer ministro de otro distinto. Francia vivió tres veces esta experiencia. Dos bajo la presidencia del socialista François Mitterrand y luego con el conservador Jacques Chirac, entre 1997 y 2002, cuando el primer ministro fue el socialista Lionel Jospin. «