Todas las encuestadoras uruguayas coinciden en que Luis Lacalle Pou, candidato del Partido Nacional y apoyado por todos los demás opositores, del centro a la derecha, ganará la presidencia en el balotaje de hoy, con una ventaja de seis a ocho puntos porcentuales sobre Daniel Martínez. Lo más probable es que el 1 de marzo del año próximo terminen 15 años de gobiernos frenteamplistas, encabezados por Tabaré Vázquez, Mujica y nuevamente Vázquez.
Estos gobiernos tuvieron logros destacados en términos de crecimiento económico, redistribución y derechos; con una forma de ejercer el poder mucho menos polarizadora que la típicamente «bolivariana». De todos modos, la derecha volcó sobre ellos el mismo relato que aplicó en el resto de la región, acusándolos de despilfarros a costa del «país productivo», políticas disolventes de los «valores tradicionales», corrupción y autoritarismo.
No todo influyó en la misma medida para que para que parte de la ciudadanía dejara de confiar en el FA, que perdió más de 180 mil votos desde las elecciones anteriores. Quizá lo más eficaz fue el aprovechamiento de diversas inseguridades propias de estos tiempos, causadas por los delitos contra la propiedad, la precarización laboral y la percepción de que el sistema educativo «no sirve». La derecha logró instalar la idea de que todo eso era culpa del FA, por su incapacidad para «poner orden», frenar los reclamos sociales y facilitar –achicando el Estado y su peso tributario– el improbable éxito de los pequeños «emprendedores».
Esto fue posible por las debilidades de un FA desgastado y distante, que recién definió sus relevos cuando Vázquez y Danilo Astori (responsable de la política económica desde 2005) se acercaban a los 80 años, y el Pepe Mujica los había cumplido hacía rato. En las elecciones anteriores, el sucesor designado fue Raúl Sendic, una figura de escaso vuelo, que terminó renunciando a la vicepresidencia cuando se le descubrieron corruptelas y una mentira infantil acerca de su formación universitaria.
La gran mayoría de los nuevos dirigentes creció centrada en tareas de gobierno, más semejantes a las de un «Estado benefactor» que a la promoción del involucramiento social, y en coordenadas ideológicas distantes de la cotidianeidad popular. No ayudó a la promoción de una cultura más solidaria y progresista que, durante los gobiernos del FA, los grandes medios de comunicación hayan permanecido en las mismas pocas manos, ninguna de ellas, zurda.
En este marco, y en ausencia de una narrativa potente de izquierda, la mejora de las condiciones de vida puede determinar que muchas personas se vuelvan más individualistas, e incluso más reaccionarias, cuando la coyuntura internacional empeora y no es posible mantener un consumo ascendente.
El candidato del FA tiene limitaciones, y en su campaña se cometieron errores, pero pasarle toda la factura a Martínez sería, además de injusto, miope.