El presidente Sebastián Piñera y las fuerzas de seguridad no logran controlar la situación de estallido social, a pesar de la ferocidad de la represión, que hace recordar los peores años del pinochetismo.
«Estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie y que está dispuesto a usar la violencia y la delincuencia sin ningún límite», dijo Piñera a la prensa.
El peor estallido social desde el retorno de la democracia en Chile hace casi tres décadas se intensificó este domingo con violentos enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad y saqueos que dejaron al menos siete muertos y casi 1.500 detenidos.
«No nos engañemos. Estamos enfrentando una verdadera escalada que sin duda es organizada para causar un grave daño a nuestro país y a la vida de cada uno de los ciudadanos», dijo el ministro del Interior, Andrés Chadwick, en un mensaje en el palacio presidencial de La Moneda la noche del domingo
El ministro confirmó la muerte de siete personas el domingo, todas en saqueos: dos en el incendio de un supermercado y cinco en el de una fábrica téxtil.
El caos se extendió al aeropuerto de Santiago, donde cientos de vuelos fueron cancelados. Miles de personas esperaban en las terminales la reprogramación de sus vuelos, durmiendo en los pasillos, a los que empezaron a sumarse quienes llegaban a la capital y preferían no trasladarse a sus alojamientos en pleno toque de queda.
«No hay autos para ir a Santiago y se acabaron las bebidas de máquinas expendedoras. El hotel se llenó y se acabó la comida», explicó el usuario @renenaranjo en Twitter.
Los estudiantes llamaron a nuevas movilizaciones para el lunes y se prevé una gran dificultad en los traslados, al mantenerse gran parte del metro cerrado por los daños sufridos en 78 de sus estaciones y vagones, en destrozos valorados en más de 300 millones de dólares por el presidente de esta empresa estatal, Louis de Grange.
El centro de Santiago ofrecía imágenes dantescas de destrucción, con semáforos en el suelo, restos de autobuses quemados, comercios saqueados y miles de piedras y palos sobre las calles.
«Es muy triste todo lo que está pasando, pero la gente está indignada porque no la escuchan», dijo a la AFP Antonia, de 26 años, en el corazón de la capital.
El saldo de estas revueltas sociales sin precedentes desde el retorno a la democracia en Chile, en 1990, sumaba este domingo 70 hechos de violencia graves, entre ellos 40 saqueos, según Chadwick, que obligaron a los vecinos a organizarse para proteger sus casas.
Dos personas fueron también heridas graves a bala en un incidente con una patrulla militar de madrugada y la Fiscalía informó de 1.462 detenidos en todo Chile.
Ante la virulencia de las manifestaciones y el pillaje, las autoridades decretaron por segundo día un toque de queda, aunque adelantaron el inicio de la medida para las 19H00 locales (22HOO GMT), en medio del «estado de emergencia» que fue extendido ahora tambien a ciudades del norte y sur de Chile.
«Estén en calma y estén todos en sus casas», instó al anunciar la medida el general Javier Iturriaga, jefe militar a cargo de la seguridad tras la instauración del estado de emergencia en Santiago tras el inicio de las protestas el viernes.
El pueblo unido jamás será vencido
Las manifestaciones estallaron por el aumento del precio del pasaje del metro -medida que el gobierno luego revirtió- y eran inimaginables hasta hace solo algunos días, cuando el mismo presidente Sebastián Piñera se refería a su país como un «oasis» de estabilidad.
En ese contexto, los tres poderes del Estado buscaron dar una señal de unidad con un encuentro este domingo entre sus máximos exponentes en el palacio presidencial de La Moneda.
«La democracia no solamente tiene el derecho, tiene la obligación de defenderse usando todos los instrumentos que entrega la propia democracia y el estado de derecho para combatir a aquellos que quieren destruirla», dijo Piñera tras la reunión.
Manifestantes encapuchados se enfrentaron durante casi todo el día con efectivos policiales en la céntrica Plaza Italia de Santiago, fuertemente resguardada por policías y militares.
«El pueblo unido jamás será vencido», gritaban a coro los manifestantes aquí, rememorando una consigna que se hizo popular durante las protestas contra la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990).
En el barrio de Ñuñoa, unas 5.000 personas se manifestaron pacíficamente por varias horas, con cánticos festivos y gritos en contra del gobierno de Piñera. Muchos incluso desafiaron el toque de queda y sigueron manifestándose.
Pese a que el disparador fue el aumento de la tarifa del metro, las protestas se fueron haciendo eco de otras reivindicaciones en una sociedad que incuba desde hace años un gran descontento, y se fueron extendiendo a otras ciudades como Valparaíso y Concepción.
Al grito de «basta de abusos» y con la consigna «ChileDespertó» en las redes sociales, los manifestantes reclaman contra un modelo económico en el que el acceso a la salud y a la educación es prácticamente privado, con una alta desigualdad social, bajas pensiones y un alza de los servicios básicos.
Ciudad paralizada y desolada
En el pequeño comercio que decidió abrir y en algunas gasolineras habían extensas filas para abastecerse de víveres y combustible ante el temor de que se genere un desabastecimiento y un mayor caos.
Los taxis y las diversas aplicaciones móviles de transporte -cuyas tarifas estaban por las nubes- eran por lo pronto prácticamente la única forma de movilizarse en esta ciudad de siete millones de habitantes y que tiene previsto acoger a mediados de noviembre la cumbre de líderes del Foro de Cooperación del Asia Pacífico (APEC) y en diciembre la cumbre del clima de la ONU COP 25.
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