Los relatos estremecen, la cifra de migrantes muertos, indefinida. La recurrencia de episodios es sinónimo de complicidad en la intrincada relación entre Marruecos, Argelia, España y sus colonias norfricanas.
La versión de España y de Marruecos –que no es la misma y está en las antípodas de la que dan los pocos humanos que se atreven a desafiar el terror instalado por la monarquía de Mohamed VI y elogiado por el presidente español Pedro Sánchez– minimiza el número de muertos. Ya eran NN, indocumentados, cuando iniciaron su éxodo. Ahora, en los pozos a cielo abierto en los que fueron tirados, en los cementerios o en las áreas rurales, después de haberlos dejado morir en las calles del Barrio Chino de la marroquí Nador, lindante con el enclave español, ya nadie podrá contarlos, ¿para qué? Y nadie podrá llorarlos tampoco. Los que hablan lo hacen a cuentagotas, pero en ese lenguaje escueto dejan ver que allí, en el norte africano, Marruecos inició una limpieza étnica con la complicidad de España.
Los relatos sobre lo ocurrido estremecen. Hablan de una crueldad propia de tiempos del nazismo. Gente agonizando durante horas bajo la mirada y las patadas de quienes debieron socorrerlos. “La morgue está repleta, en el hospital no atienden a los heridos, en el cementerio no sepultan a los muertos, los tiran. Caminar por las calles desiertas del Barrio Chino es entrar a un mundo de terror en el que el hedor de los cuerpos en descomposición es la síntesis del histórico desprecio que han sufrido los hermanos del África subsahariana”, describió un militante de la organización humanitaria Caminando Fronteras. En Nador hay cuatro sitios a los que ningún periodista o activista puede acercarse: la morgue, el cementerio, el hospital y el Barrio Chino. Allí no sólo se ocultan los cadáveres.
Nada de lo que pase en el Magreb, el lugar árabe por donde se pone el sol, les es ajeno a otros dos países que siempre convivieron a las patadas con Marruecos y a los empujones con España. Son Argelia, que ganó su independencia peleando, en los años ’60 del siglo XX, y el Sahara Occidental, que siempre fue una colonia española. Hoy, más que nunca, muchas cuestiones se dirimen por allí: a temas de soberanía se les agregan los estratégicos y los económicos (el punto más cercano entre los dos continentes, la frontera entre la Otan y el mundo del que salen los migrantes que desvelan a Europa, grandes riquezas minerales y pesqueras). Y así como de golpe, un día de marzo de este año, España y Marruecos se convirtieron en aliados, Argelia y la República Saharaui siempre lo fueron.
El Sahara fue posesión española hasta 1975, cuando la ONU designó a Madrid “potencia administradora” y contempló la realización de un plebiscito para que el pueblo saharaui definiera democráticamente su futuro. Una burla. La consulta nunca se hizo y, antes de morir (1975), el dictador Francisco Franco se deshizo de todo compromiso y entregó la parte sur de la colonia a Mauritania y el norte a Marruecos, que lo ocupó por la fuerza. Para asegurarse el “donativo” español levantó un muro de 2720 km con un área militarizada, con bunkers y campos minados. Lo construyó con créditos de Arabia Saudita y bajo control de expertos de Israel, a semejanza de la Línea Bar Lev que recorre la costa oeste de Suez.
Con el visto bueno de EE UU, que le otorgó un supuesto derecho soberano sobre el Sahara, y la mirada cómplice de España, plasmada en marzo con el reconocimiento de la soberanía marroquí, el reino de Rabat completó una vieja maniobra de chantaje a Europa que, hace años, ejecuta regulando el flujo de migrantes africanos. Primero impulsó una ola migratoria hacia las españolas islas Canarias y amplió en 50 km el muro minado que lo separa del territorio de la República Árabe Saharaui Democrática. Luego ofreció refugio a los líderes separatistas catalanes y amenazó con romper relaciones con España. Obtuvo las mejores notas: en marzo Madrid dijo que el Sahara es marroquí y el último martes logró que Madrid haya empezado a enviarle gas, en plena crisis energética y a tres días de la matanza de Melilla.
“Después de la masacre del viernes en Nador/Melilla, la policía marroquí hizo un proceso de limpieza de migrantes africanos. Donde antes había miles de personas, en su mayoría de Sudán del Sur, ahora sólo hay calles vacías custodiadas por agentes de Rabat. Nadie sabe dónde están los cuerpos de los difuntos. Presuntamente se hallan en la saturada morgue de Nador, de la que se desprende un hedor insoportable”, se animó a escribir desde el lugar un enviado de La Jornada. Eduardo de Castro, presidente de la Ciudad Autónoma de Melilla, planteó sus dudas al comentar el anuncio de ambos países sobre el inicio de una investigación: “El estado de derecho no existe en Marruecos y el reino necesita ocultar lo que pasó. Me refiero a la limpieza humana”. «
El hallazgo de al menos 50 migrantes muertos dentro de un camión abandonado en una ruta próxima a San Antonio, en Texas, cerca de la frontera con México, originó inmediatas muestras de pesar de los gobiernos de México y de EEUU. El estupor de la noticia se mezcla con la indignación. No se trata de un episodio aislado. Otros 16 migrantes que viajaban en el camión, entre ellos cuatro niños, fueron rescatados con vida aunque en estado gravísimo. Estaban hacinados en el camión un día en que la temperatura ambiente rondaba los 40°. «Los pacientes ardían al tacto», relató el jefe de bomberos Charles Hood. La mitad provenía de México, los restantes de Guatemala, Honduras y otros países.
Joe Biden y Andrés Manuel López Obrador, los presidentes de EE UU y México, se encontrarán el 12 de julio, con el tema migratorio como eje central. Ante el hallazgo del camión atestado de muertos, Biden dijo en un comunicado que «esta tragedia fue provocada por contrabandistas o traficantes» y destacó los 2400 arrestos en los últimos tres meses. Pero los muertos, muertos seguirán siendo. El papa Francisco también expresó su «dolor» por las tragedias de migrantes. Nada sorpresivo. Son las voces que se escucharon siempre y que se escucharán en la próxima tragedia.
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