Ante el eclipse de la influencia de los Estados Unidos en la convulsionada región y el ascendente rol mediador de Rusia, una actitud más prudente de los gobiernos de Israel, Irán y Siria podría ayudar a que esta vez un camino hacia la paz sea vea posible. El papel crucial que juegan Arabia Saudita y Turquía.
Fuentes estadounidenses e israelíes dieron cuenta ese sábado del retiro de las fuerzas iraníes y del Hezbolá libanés del sur y el suroeste de Siria. La retirada iraní sigue a un acuerdo ruso-israelí que permitirá al Ejército Árabe Sirio (EAS) avanzar hasta la frontera jordana en el sur y el confín con los territorios ocupados del Golán, en el suroeste. Los grupos terroristas estacionados en esas provincias entregarían sus armas a los rusos, en tanto los norteamericanos se retirarían del límite sirio-jordano para pasar a vigilar esa frontera junto a Rusia.
Ya a mediados de mayo, representantes iraníes e israelíes habrían acordado en una reunión en Jordania el retiro de los iraníes y de Hezbolá del confín con el Golán, a cambio de que Israel cese de atacar objetivos iraníes en Siria. Finalmente, el jueves 31, el presidente ruso Vladimir Putin y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu hablaron por teléfono, mientras el ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, se encontraba en Moscú discutiendo la seguridad del borde sirio-israelí.
Como demuestra la reanudación de los choques en la valla que circunda Gaza, sobran las fuerzas que intentan sabotear las negociaciones, sea porque quieren la guerra o, simplemente, porque quieren conquistar su asiento en la mesa de diálogo. Entre los incendiarios está el teniente general Kenneth McKenzie, jefe del Estado Mayor Conjunto de EE UU, quien advirtió a Bashar al Assad que no intente recuperar los territorios del tercio noreste del país, ocupados por el Frente Democrático Sirio (FDS) –alianza liderada por las milicias kurdas con el apoyo de 3000 efectivos estadounidenses–, como amenazó el presidente sirio en una entrevista con la televisión rusa, si el FDS no se aviene a negociar. La clave de la liberación del norte de Siria, empero, depende mucho más de la estabilización de Turquía.
Turquía, en el cruce entre dos mundos
Unos 50 millones de votantes turcos se preparan para ir el próximo 24 de junio a las urnas, en una elección anticipada que no sólo puede cambiar radicalmente su régimen político sino también el lugar del país en el Medio Oriente ampliado. Cuando en abril pasado el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan convocó a los comicios, justificó el adelantamiento (originariamente tendrían lugar en 2019) por la cambiante situación internacional, que exigiría acelerar la actual fase de transición hacia el sistema presidencialista.
Entre los desafíos más urgentes de Turquía se encuentran la lucha contra la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) –hoy financiada desde Occidente–; el conflicto con EE UU por la protección que éste da a los kurdos en el norte de Siria; la extradición del clérigo Fetulá Gülen (acusado por el intento de golpe de estado de 2016), refugiado en Estados Unidos; la paralización del proceso de adhesión turco a la Unión Europea; el viejo conflicto en Chipre; y las problemáticas relaciones del país con Egipto, Israel, Libia y Yemen.
A partir de la intervención rusa en Siria en septiembre de 2015, Turquía dio un giro de 180 grados y pasó a sostener la unidad del país árabe, aunque manteniendo la ocupación de una franja en el norte del país. Para ello acaba de acordar con EE UU el retiro de las milicias kurdas de la ciudad de Manbij (ver recuadro) y su remplazo por tropas turcas, pero sin que los norteamericanos deban retirarse.
A los factores internacionales se han sumado las malas condiciones económicas internas. Tanto la inflación como el desempleo han superado el 10% y siguen subiendo. El déficit presupuestario se incrementó el 58% en 2017, y en lo que va de 2018, la lira turca se devaluó un 20% respecto del dólar. Como agravante, por primera vez desde que llegó al gobierno en 2003, Erdoğan afronta el acuerdo entre tres partidos opositores, para apoyar juntos al candidato que llegue a la segunda vuelta.
En estas condiciones, la convivencia con Rusia e Irán es vital para el sostenimiento del régimen religioso conservador.
Arabia Saudita, en una transición sin rumbo
Desde que en junio de 2017 el hijo del rey Salmán, de 82 años, Mohammed bin Salmán, de 32, desplazó de la línea sucesoria a su primo Mohammed bin Nayef, puso en marcha un proceso de modernización autoritaria que lo ha enemistado con buena parte de la familia real saudí, y eso sin resolver ninguno de los problemas internos y externos que afronta.
El principal dilema exterior del reino está en la guerra que desde hace tres años lleva en Yemen. Al menos mil soldados saudíes han muerto ya desde el inicio, en marzo de 2015, de una guerra que nadie sabe cómo acabar. En los últimos días, el movimiento noryemení Ansaralá (conocidos como “los huti”), apoyado por la mayoría del ejército, intensificó sus ataques al suroeste de Arabia. La guerra se inició cuando sauditas, emiratíes y bahreiníes invadieron Yemen para reponer al renunciado presidente Abd Rabuj Mansur Hadi. Ya costó las vidas de más de 10 mil yemeníes, hambrunas y epidemias. No obstante, la coalición todavía no ha logrado restaurar en el poder al exmandatario ni eliminar al movimiento chiíta Ansaralá, que cuenta con el activo apoyo de Irán.
Tanto más desconcertante resulta para los observadores el avance de la coalición hacia el puerto norteño de Hodeida, principal vía de abastecimiento de la capital Sana’a. Informes recientes sostienen que los atacantes se han acercado a 20 kilómetros del puerto. Hasta no hace mucho, rusos y norteamericanos –cada uno respaldando a uno de los bandos– se habían opuesto a que los sureños atacaran esta ciudad de 400.000 habitantes, por la catástrofe humana que se desencadenaría. La Casa Blanca dice que no levantó su veto al avance. El Kremlin, en tanto, no se manifestó. El ex embajador norteamericano Gerald Feierstein supone que los huti piensan luchar en la propia ciudad, lo que provocaría un desastre entre la población civil. Otro ex embajador, Stephen Seche, interpreta el avance sureño como una presión, para obligar a los norteños a retornar a la mesa de negociaciones auspiciadas por la ONU, pero nadie puede asegurar que sea así.
No sería de extrañar que exista un medio guiño ruso y norteamericano para el ataque, pero es más probable que la solución provenga de Irán, que desde febrero pasado ha venido negociando la paz en Yemen con las potencias europeas como parte de los intentos por mantener a EE UU dentro del acuerdo nuclear de 2015. Si este común interés iraní y europeo tiene éxito, Yemen reencontraría la paz.
Irán busca su camino
En tanto, en Irán las cosas no están tan claras. Cuando Donald Trump anunció la retirada de EE UU del Joint Comprehensive Plan of Action, es decir, el acuerdo nuclear 5+1 con Irán, Hasan Rohaní (un “reformador” contrario a la propagación de la revolución islámica) reaccionó recurriendo a los europeos. Los Guardianes de la Revolución, por su parte, convencieron a su aliado sirio de atacar el Golán ocupado (el pasado 10 de mayo); Hezbolá anunció que esa operación iniciaba una nueva estrategia regional; y Hamás intensificó las movilizaciones contra la valla que rodea la franja de Gaza. Como Israel temió que los Guardianes la atacaran simultáneamente desde Siria, Líbano y Gaza, lanzó una serie de bombardeos contra objetivos iraníes en Siria que movieron a los diplomáticos hacia los acuerdos de los últimos días.
Los Guardianes de la Revolución han logrado el repudio unánime de los pueblos de la región a la represión israelí contra los manifestantes palestinos. Dentro de Irán, en tanto, han mostrado que el acuerdo nuclear estaba en un callejón sin salida. Ahora negocian con todas las potencias desde sus posiciones. Vladimir Putin y Donald Trump lo han entendido. Por eso el acuerdo sobre el retiro de las tropas iraníes se limita al sur de Siria, y Teherán es parte de las conversaciones sobre Yemen.
¿Qué chance tiene Palestina?
Después de la Guerra Fría, Estados Unidos tuvo la oportunidad de negociar una paz ampliada para todo Oriente Medio, pero fracasó por la resistencia del Likud israelí. Bill Clinton y George Bush hijo se limitaron a negociar la solución bautizada “dos naciones, dos estados”, en la que Israel nunca creyó. Desde principios de la década pasada, Netanyahu la sepultó con la ocupación de Cisjordania, adonde se establecieron 800 mil colonos. El territorio palestino quedó allí segmentado y sin posibilidad alguna de sostener un Estado.
El plan trazado por el yerno del presidente Trump, Jared Kushner –hoy asediado por los fiscales que investigan el Rusigate–, pretende sólo detener la adquisición de territorios por parte de Israel y que los árabes acepten el nuevo trazado, pero esto es imposible.
La salida de la guerra en Siria mediante acuerdos ruso-israelíes e irano-israelíes ofrece, paradójicamente, la posibilidad de que una mediación rusa a varias bandas contemple los intereses de turcos y sirios, de israelíes e iraníes, de norteamericanos y kurdos, y restablezca de ese modo un cierto equilibrio regional. Para que los palestinos también tengan su parte, Netanyahu debería ser persuadido de abandonar su política de apartheid a cambio de obtener el reconocimiento internacional del río Jordán como la nueva frontera de un Estado israelí-palestino binacional.
El 4 de mayo se supo que es inminente una cumbre Trump-Putin para tratar las condiciones de la paz en el Oriente Medio ampliado. Ante el ocaso de la hegemonía norteamericana en la región, el creciente rol arbitral de Rusia, la prudencia de los liderazgos de Irán, Siria y Turquía y el súbito realismo de la conducción israelí están preparando una paz negociada. Es la primera chance realista en muchos años de salir de la guerra, al menos, por ahora.
Excesos en Gaza
La sesión de emergencia del miércoles 13 de junio, convocada al cierre de esta edición por la Asamblea General de las Naciones Unidas, difícilmente haya terminado de otro modo que con EE UU utilizando su derecho al veto, con lo que no habrá condena a Israel por el “uso excesivo de la fuerza” en Gaza.
La crítica situación humanitaria en la Franja, luego de la muerte de decenas de manifestantes por la violenta represión del ejército israelí allí y en los territorios ocupados de Cisjordania, disparó una petición formal de Argelia y Turquía para que la asamblea debatiera un proyecto de resolución instando a detener “cualquier fuerza excesiva, desproporcionada e indiscriminada” contra los palestinos, además de exigir “medidas inmediatas para poner fin a las restricciones impuestas por Israel a la libertad de movimiento de la población en la Franja de Gaza”, sitiada desde 2007.
No hay mayores diferencias entre este documento y otro que el Consejo de Seguridad analizó a principios de junio, que recibió diez votos a favor y cuatro abstenciones, pero cuyo borrador fue vetado por Estados Unidos.
Al menos 135 palestinos murieron en Gaza desde el 30 de marzo pasado, y otros 12 mil resultaron heridos a manos de las fuerzas armadas israelíes, mientras se movilizaban en las llamadas “marchas del Retorno”, que reclaman el derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus hogares.
Desde la organización Human Rights Watch denunciaron que fotografías y videos de la represión muestran ”un patrón de las fuerzas israelíes, que disparan con munición real contra personas que no representan una amenaza inminente a la vida”, y exigieron que la ONU identifique a los oficiales “responsables de emitir órdenes ilegales de abrir fuego”.
No todos van a la paz
Los partidos oficialistas israelíes presentaron un proyecto de ley para que Israel promueva la creación de un Estado kurdo. Ya durante la Guerra Fría, Tel Aviv se alió con los kurdos iraquíes. Ambos combatieron juntos a los kurdos de Turquía y ayudaron en 1999 al secuestro de Abdulá Öcalan, líder del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), desde entonces preso en Turquía. En 2017, Israel fue el único país que reconoció la independencia del Kurdistán iraquí, pero la supresión del autogobierno regional por Bagdad –con la aprobación internacional– abortó la invención de un Estado tapón entre Irán, Irak y Turquía.
Entre tanto, el secretario de Estado norteamericano Mike Pompeo y el ministro de Relaciones Exteriores turco Mevlüt Çavuşoğlu acordaron el lunes 4 de junio en Washington el remplazo progresivo por unidades del ejército turco de las milicias kurdas en Manbij, al norte de Alepo. El acuerdo fortalece la faja de seguridad que Turquía ha erigido en el noroeste de Siria y le evita chocar con los estadounidenses acantonados en la ciudad fronteriza.
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