Los franceses recuerdan al Gran Corso a 200 años de su muerte como un héroe. Pero esta historiadora de origen haitiano cuenta la parte que se oculta del mito.
En su honor, se han organizado decenas de eventos. El más importante es en primavera, con la exposición “Napoleón” en París de la Réunion des Musées Nationaux.
Como mujer negra de ascendencia haitiana y estudiosa del colonialismo francés, me parece por completo vergonzoso que Francia rinda homenaje al hombre que restableció la esclavitud en las islas francesas del Caribe, al arquitecto del genocidio moderno, cuyas tropas construyeron cámaras de gas flotantes (“asfixiaderos”) para matar a mis antepasados.
Pero veamos, primero, un poco de historia: en 1794, tras la Revolución que llevó a Francia de la monarquía a la república y después de que una inmensa rebelión de esclavos pusiera fin a la esclavitud en la isla francesa de Saint-Domingue (hoy, Haití), Francia proclamó la abolición de la esclavitud en todo su territorio.
Pero, en 1802, tras arrogarse el poder, Napoleón revocó dicha decisión y convirtió a Francia en el único país que reinstauró la esclavitud tras abolirla. Las acciones de Napoleón tuvieron repercusiones que se extendieron aún mucho tiempo después de su destitución en 1815: los franceses no abolieron definitivamente la esclavitud hasta 1848.
El pueblo francés menosprecia, ignora o desconoce, en general, esta historia. De hecho, el sistema educativo francés, donde enseñé de 2002 a 2003, promueve la creencia de que Francia es un país sin discriminación por el color de la piel, con una “historia emancipadora”.
En las escuelas francesas, cuando se enseña la historia colonial, suele destacarse el hecho de que Francia fue la primera de las potencias mundiales europeas en abolir la esclavitud. Por lo general, no se aclara por qué ni cómo la esclavitud fue reinstaurada ocho años después por Napoleón, quien afirmó que, si no la restablecía, tarde o temprano el “cetro del Nuevo Mundo” caería en manos de los negros.
Además, en 1804, cuando se proclamó emperador, Napoleón destruyó esa república que los franceses dicen venerar. A pesar de todo esto, es habitual que los franceses lo consideren un héroe, aunque un héroe poco simpático, que no solo pisoteó a toda Europa en la batalla de Austerlitz, sino que también creó el Banque de France, el Código Civil moderno y el sistema educativo que sigue vigente.
“Conocer a Napoleón es entender el mundo en el que vivimos”, afirma la página oficial de la exposición. Es un “personaje fascinante que modeló la Francia de hoy”.
La idea de que la gente negra cuyas vidas destruyó Napoleón es menos importante que las instituciones francesas que construyó ha suscitado cierta controversia. El pasado mes de febrero, las minorías étnicas que forman parte del personal de La Villette, sede de la exposición, amenazaron con ir a la huelga a causa de este homenaje al hombre que los especialistas consideran, con razón, un empedernido racista, sexista y déspota.
Sin embargo, hay que señalar el papel que desempeñaron los franceses en el violento retorno de su país a la esclavitud. Esto no fue solo el resultado de los caprichos de un terrible dictador. Los legisladores y el ejército franceses, con un amplio apoyo del pueblo, respaldaron las acciones de Napoleón, con lo que demostraron la persistente incoherencia del republicanismo francés.
Con el Tratado de Amiens, firmado en marzo de 1802, no solo se puso fin a la guerra entre Francia y Gran Bretaña, sino que los británicos también cedieron Martinica a los franceses, junto con otros territorios en los que nunca se había abolido la esclavitud. Por consiguiente, el Gobierno francés se enfrentaba a dos opciones: incorporar esos territorios en la República Francesa como colonias de esclavos o bien abolir la esclavitud allí también.
En mayo de ese año, Napoleón resolvió la cuestión mediante un decreto que permitía la continuidad de la esclavitud. Posteriormente, el cuerpo legislativo de la República ratificó esa resolución por 211 votos a favor y 63 en contra, con lo que se allanó el camino para el retorno de la esclavitud en otros lugares. Los negros de la isla de Guadalupe lucharon contra las tropas francesas que Napoleón había enviado para volver a esclavizarlos, pero terminaron perdiendo la lucha, y la esclavitud se restableció oficialmente en julio.
En Saint-Domingue, la historia se desarrolló de un modo algo diferente, aunque no menos trágico. Napoleón envió dos generales a la isla para, según sus palabras, “destrozar el Gobierno de los negros”. El ejército francés recibió la orden de “aniquilar a todos los negros de las montañas, tanto hombres como mujeres, y conservar solo a los niños menores de doce años, destruir a la mitad de los negros de la llanura y no dejar en la colonia ni un solo hombre de color que hubiera llevado la charretera”. Los soldados franceses gaseaban a los revolucionarios, los ahogaban y hasta utilizaban perros para masacrarlos; los colonos franceses se jactaban abiertamente de que, tras el “exterminio”, sería sencillo repoblar la isla con más africanos venidos del continente.
Esta solución monstruosa no hizo más que incitar a los soldados negros a luchar por “la independencia o la muerte”. Tras derrotar al ejército de Napoleón y declarar su independencia, Haití se convirtió en el primer Estado moderno en abolir definitivamente la esclavitud.
Mis estudiantes y mis colegas de Francia y de los Estados Unidos suelen sentirse conmocionados y horrorizados cuando describo cómo los franceses asesinaron con crueldad a miles de negros de Saint-Domingue que solo luchaban por libertades que la mayoría de la gente hoy da por sentadas.
Insisto en recordar esta dolorosa parte de la historia de la independencia de Haití, porque el mismo hecho de que este intento de genocidio permanezca en gran medida oculto demuestra que la República Francesa aún es incapaz de asumir plenamente su historia de esclavitud y colonialismo.
Además, el “Año de Napoleón” ha llegado en un momento peligroso. Justo cuando se ha lanzado una ofensiva contra los académicos franceses que estudian la raza, el género, la etnia y las clases sociales. El presidente Emmanuel Macron ha ridiculizado el campo de los estudios poscoloniales al sugerir que “fomenta la etnización de la problemática social” hasta el punto de que la República corre el riesgo de “partirse en dos”. La ministra de Educación Superior, Investigación e Innovación pidió, sin rodeos, que se abriera una investigación para distinguir “lo que es investigación académica de lo que es activismo y opinión”, y afirmó que los académicos que estudian la teoría crítica de la raza y la descolonización, así como la identidad sexual y las clases sociales, estaban promoviendo la ideología “islamo-izquierdista”.
Dicha investigación se presentó como una simple indagación sobre los méritos de determinadas escuelas de pensamiento, pero es, en realidad, un intento de silenciar a cualquiera que se atreva a hablar sin tapujos sobre la historia del racismo en Francia. Napoleón dijo al Consejo de Estado en 1799: “Estoy a favor de los blancos porque soy blanco, no tengo otra razón, y esta es la correcta. ¿Cómo hemos podido conceder la libertad a los africanos, a hombres por completo carentes de civilización…?”. Se trata de palabras poco conocidas, poco citadas, hasta podría decirse que deliberadamente reprimidas. Dedicar un año entero a homenajear a Napoleón demuestra a las claras que la represión de la historia en nombre de la ideología favorita de Francia, el universalismo, es ya una parte esencial de la República.
En lugar de pedir que se investigue a los académicos que se dedican a crear conciencia sobre el papel que juegan la raza y el racismo en la vida de los descendientes de la esclavitud y el colonialismo, quizás los dirigentes franceses deberían abrir una investigación sobre por qué Napoleón, belicista, racista y genocida, sigue glorificado en el país cuyo lema nacional es “Libertad, igualdad, fraternidad”.
Lo cierto es que la denuncia de las consecuencias inhumanas de la lucha de Francia por reinstaurar la esclavitud pone de manifiesto el incómodo hecho de que el racismo y el colonialismo que coexisten con las proclamaciones de los derechos humanos universales no es una aberración. Esta aparente contradicción resulta, de hecho, fundamental en el republicanismo francés. Es probable que Francia necesite dedicar al menos un siglo a pensar en ello.
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