La primavera parece regresar para la democracia brasileña que está padeciendo un crudo invierno político, con un establishment que dejó en el gobierno a un desbocado neofascista que, si bien no controla totalmente, cumple con el cometido de sostener sus intereses y con el objetivo de impedir el regreso de Luiz Ignacio Lula da Silva a la presidencia con su proyecto de inclusión y ciudadanía para Brasil.
Un establishment político que, impedido de lograr una mayoría electoral, recurrió a los magistrados, encabezados por el ex juez Sérgio Moro, para planificar una “lawfare” (guerra jurídica) a partir de la “Operación Lava Jato”, por el cual se acusó al ex presidente de recibir un departamento como soborno por contrataciones en el Estado. Una imputación sostenida sin ninguna prueba, solo con la “convicción” por parte de los magistrados de su culpabilidad, que llegaron a tenerlo encarcelado 580 días, impidiendo su elección como presidente en 2018.
Pareciera cumplirse la proclama de Lula, momentos antes de su aprehensión, que citaba la frase del fallecido premio nobel Pablo Neruda que decía “podrán cortar todas las flores, pero no detendrán la primavera”. Es que esa operación de los medios hegemónicos que igualaba al “manu pulite italiano”, deviene más bien en una opereta típica de los servicios de inteligencia de los peores regímenes autoritarios. De hecho, un magistrado que investiga a su artífice, el ex Juez Moro, equiparó sus acciones ilegales con los procedimientos de la Stasi (policía secreta de la ex Alemania oriental).Se avecina un devenir primaveral con el derrumbe de una causa de un lawfare orientada a la persecución política. Es que Lula obtuvo una victoria clave en ese campo de batalla jurídico, logrando que el Supremo Tribunal Federal le otorgue el derecho de acceder a los mensajes filtrados entre Moro y el ex jefe de los fiscales de la Operación Lava Jato, Deltan Dallagnol, donde lo orientaba a juntar pruebas a través de delatores para condenar por corrupción a “9”, la forma en que nominaba a Lula en su mensajes.
Todo indica que Lula volverá a la arena electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2022. Sin embargo, las blancas también mueven, y seguro el establishment buscará alguna treta para impedir su regreso, tal como lo intentaron en otros países latinoamericanos. Quizás el enroque de candidaturas, como hizo en Argentina, Cristina Fernández y siguieron Evo Morales en Bolivia y Rafael Correa en Ecuador, pueda ser la forma de eludir los ataques futuros.
Además, podría ser la forma de habilitar una renovación generacional y política de las fuerzas de izquierda en Brasil, teniendo presente que el ex presidente Lula ya tiene 75 años y aunque haya incluso superado un cáncer de garganta en 2012 y un contagio de COVID-19 a fin del 2020, no es inmortal. En ese plano, se encuentran nombres como el de Marilina Arraes del Partido dos Trabalhadores; Manuela D´Avila del Partido Comunista do Brasil; o Guillerme Boulos del Socialismo y Libertad.
En ese marco, también será importante corregir errores pasados. En principio el esquema de alianzas, porque los casos de corrupción del gobierno petista (Lula y Dilma Rousseff 2002-2016) tuvieron como epicentro a miembros de partidos aliados, especialmente del MBD -partido ejecutor del Golpe Parlamentario, y sobre todas las cosas aumentar los mecanismos de control, porque también hubieron ex miembros del PT que cruzaron la línea del enriquecimiento personal y son las espinas de las rosas primaverales