Las elecciones municipales brasileñas dejan una incertidumbre en la proyección electoral de 2020, porque no presentaron ninguna figura clara de cara a la próxima disputa presidencial. Incluso, dejaron debilitadas las perspectivas del actual jefe del Ejecutivo Jair Bolsonaro y del exmandatario Luiz Inácio Lula Da Silva. Lo primero a destacar es que las candidaturas apoyadas por el presidente Bolsonaro no lograron plasmar el apoyo en victoria y tampoco lograron tener éxito los discípulos de Lula.
En tanto, el espectro de partidos se fragmentó, manteniendo el peso relativo de los tradicionales y marcando un posicionamiento de nuevas estructuras partidarias que tienden a converger en coaliciones de poder; al ser «partidos cartel» (que se pueden alquilar para una elección, Bolsonaro utilizó uno para ser presidente), dan apoyo, especialmente cuando le garantizan cargos y fondos públi-cos, algo que propicia gobernabilidad al gobierno actual, en tanto tenga flexible la billetera.
Obviamente que los medios salieron a instalar la idea de un fortalecimiento de la centroderecha y el debilitamiento de la izquierda, especialmente del PT –Partido dos Trabalhadores–, intentando ponerlo como un colapso del mismo. Es que comparado con los 644 obtenidos en 2012, el número de 183 logrados en esta elección mostraría una retracción. Sin embargo, sigue teniendo peso institucio-nal importante, con la mayor bancada de senadores y diputados, además de tener la mayor cantidad de gobernadores.
Además, el PT cuenta con la gallina de los huevos de oro, al tener al principal referente de la izquierda brasileña, aunque esa forta-leza puede ser su mayor debilidad, atento a la edad del exmandatario y el nuevo poder que enfrentan las fuerzas progresistas en la región: las corporaciones mediáticas. Que no son un cuarto poder que expresa a la sociedad civil, como sugiere el ideal tocquevilliano, sino un poder fáctico corporativo que condiciona al gobierno democrático.
Cabe destacar que las candidaturas de Ghillerme Boulos en San Pablo y Manuela D’Ávila en Porto Alegre fueron sistemáticamente agredidas, no solo por fake news de un ejército de trolls, sino que además se sumaron periodistas “independientes” alineados con el poder, que se apoyaban en ellas como fuentes, sin hacer lo mínimo de un profesional objetivo: verificar la información. De hecho, si bien el Lava Jato fue un armado judicial que proscribió a Lula, también tuvo un soporte mediático que lo instaló como verdad incues-tionable.
A su vez, el PT tiene que afrontar su pérdida de hegemonía en el espectro de izquierda, con lo cual son varias las estrategias a impulsar. La primera es la más difícil, recomponer su crecimiento, aunque tiene alternativas, como ser el epicentro de una reorganización de la izquierda. Algunos improvisan incluso con refundar un partido, aunque lo más viable sería el armado de un esquema al estilo del Frente Amplio uruguayo y ser al mismo tiempo como el PSU (Partido Socialista Uruguayo), de manera tal de dar contención a las nuevas expresiones surgidas, muchas de ellas escisiones del PT