El presidente planteó un plan de ocho años para infraestructuras y desarrollo tecnológico con el objetivo de competir con China. La suba de impuestos. Oposición de republicanos y demócratas.
El miércoles el mandatario estadounidense brindó un discurso para anunciar el plan Build Back Better (Reconstruir mejor), cuya primera parte consiste en inversiones en carreteras y puentes, vías férreas, servicios de agua, banda ancha en todo el territorio e incentivos para nuevas tecnologías respetuosas del medio ambiente.
Habló desde Pittsburgh, antiguamente la “Ciudad del Acero” porque era la cuna de la industria siderúrgica estadounidense. Es uno de los distritos tradicionalmente demócratas que cambiaron de bando por las promesas de Donald Trump. Gran parte de aquellas industrias afincadas en esa zona, el “cinturón de óxido” –desde Milwaukee y Chicago a Detroit y Cincinatti–, sufrió la deslocalización de empresas hacia China. La propuesta es que vuelvan, para lo cual la reconstrucción pasaría por ponerles una alfombra roja. El caso es si lograrán que las paguen los empresarios.
Es que mientras los sectores conservadores –entre los que están los republicanos y no pocos demócratas– amenazan con rechazar la propuesta, y desde la izquierda le encuentran sabor a poco. La representante neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez consideró que para recuperar puestos de trabajo y promover el crecimiento económico esa montaña de dinero es poca. El activista ambiental Ralph Nader, excandidato verde a la presidencia, recordó que Trump bajó los impuestos a las sociedades del 35% al 21% y que Biden apenas intenta elevarlos al 28%. “Los demócratas vuelven pequeños”, ironizó en un tuit. Y además dividió el monto total por los años previstos para el plan y halló que “son menos de 300 mil millones de dólares anuales para una economía de 21 billones en total”.
Más allá de estas críticas, la sola idea de aumentar impuestos resulta, para los tiempos que corren en el mundo occidental, toda una osadía. Y los republicanos están copados por el grupo Tea Party, que alude a la rebelión contra el impuesto al té que dio origen a la independencia de EE UU.
Sin embargo, estratégicamente es quizás la única posibilidad de volver a plantarse de manera pacífica en el escenario mundial. “Es un plan grande, audaz y podemos hacerlo”, alentó Biden. «Creará la economía más resistente, fuerte e innovadora del mundo para ganar la competencia con China», agregó.
“No se trata de penalizar a nadie, no tengo nada contra los multimillonarios, creo en el capitalismo estadounidense –aclaró–, pero nuestra infraestructura se está desmoronando, estamos en el puesto 13 en el mundo”.
Este es el gran problema de la competitividad de EE UU con relación a China. El país asiático, por aquellas leyes económicas del ruso Nikolai Kondriatev hace un siglo, como potencia naciente llega al desarrollo de un modo casi virginal: está en condiciones de acceder a lo más nuevo y eficiente. La base económica estadounidense quedó antigua y el gobierno de Biden espera resucitarla. Trump también sabía que ahí estaba la clave para recuperar el liderazgo mundial, pero lo enfocó desde la perspectiva empresarial solamente.
Por eso bajó tasas y amenazó con beneficios para las firmas que volvieran a producir localmente, pero se quedó a esperar que las empresas aceptaran esas reglas. En cierto modo, los demócratas apuestan a un ida y vuelta. Habrá una tímida suba fiscal, proseguirá el “compre EE UU” que había comenzado a desplegar Trump, pero promete volcar dinero contante y sonante a través de obra pública. La vocera de la Casa Blanca, Janet Yellen, detalló incluso que la propuesta beneficiará a “las empresas que inviertan en los trabajadores estadounidenses” y que en última instancia, “pondrá fin a la carrera mundial por impuestos más bajos y hará que las corporaciones dejen de llevar sus ganancias a paraísos fiscales en el extranjero”.
Es decir, un plan que tranquilamente podría verse como peronista, aunque sigue postulados de Franklin Delano Roosevelt de los años ’30. Dato a mencionar; en 1940 ese impuesto era del 24% y en 1968 fue elevado por Lyndon Johnson al 52,8% para gastos de la Guerra de Vietnam, para quedar en torno al 35% hasta 2017. «
Ambicioso pero con muchos obstáculos
El plan del presidente Joe Biden recibió críticas aun antes de darse a conocer. Para analistas del mundo financiero estadounidense, la propuesta tendrá que atravesar una gran cantidad de escollos y quizás en el tortuoso camino –no menos de nueve meses, un verdadero parto– deba sacrificar algunas de sus mejores intenciones.
Por lo pronto, la iniciativa propone las siguientes inversiones, entre las más sobresalientes.
Ciento ochenta mil millones de dólares a investigación y desarrollo no relacionado con la industria de la defensa.
Ciento quince mil millones de dólares para carreteras y puentes.
Ochenta y cinco mil millones de dólares para transporte público.
Ochenta mil millones de dólares para el ferrocarril de carga y Amtrak, de pasajeros.
Ciento setenta y cuatro mil millones de dólares para fomentar el desarrollo de autos eléctricos y fabricación de baterías.
Cien mil millones de dólares para banda ancha.
Cien mil millones de dólares para modernización de la red eléctrica y el cambio de cañerías de agua de plomo en algunos distritos.
Cincuenta mil millones de dólares para ayudar a trabajadores de la industria de combustibles fósiles que deban reconvertirse.
Diez mil millones de dólares para la creación de un “Cuerpo Civil del Clima”, destinado a vigilar el cumplimiento de normativas medioambientales.
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