El juicio a un lobista puede revelar las relaciones con los rusos de Trump y de los Clinton

Por: Alberto López Girondo

Paul Manafort fue jefe de campaña del actual presidente pero tuvo que renunciar cuando se supo que había sido asesor de Viktor Yanukovich, el mandatario ucraniano depuesto en 2014. La injerencia de agentes rusos en la elección de 2016 y la venta de una mina de uranio a una firma rusa que habría beneficiado a la Fundación Clinton.

El presidente Donald Trump salió a apurar al fiscal general Jeff Sessions para que cierre la investigación por la presunta injerencia de servicios rusos en la campaña que lo llevó a la presidencia en 2016. La ofensiva incluye al fiscal especial encargado del caso, Robert Mueller, quien  fuera titular del FBI en los gobiernos de George W Bush y Barack Obama y ahora es el que lleva adelante la pesquisa por este affaire. Pero la Procuración en realidad también debería abrir una investigación paralela sobre otro tipo de interferencia rusa, aunque durante la gestión Obama: la compra de una empresa que explota una mina de uranio en EEUU por parte de una firma rusa que además habría acercado sustanciosos aportes ilegales a la Fundación Clinton.  Mientras tanto, el que fuera jefe de campaña de Trump, Paul Manafort, espera ver cómo avanza un juicio en su contra por fraude fiscal y bancario encerrado en una celda casi todo el día para, según las autoridades “garantizar su seguridad”.Señal de que sabe demasiado.

Manafort había sido detenido el 15 de junio luego de que lo encontraron tratando de “convencer” a dos testigos de que declararan a su favor en el juicio. El hombre es un viejo lobista de intereses extranjeros y fue durante los primeros tres meses de campaña el principal asesor del candidato republicano. Tuvo que renunciar cuando se filtró la información de que había sido consejero de Viktor Yanukovich, el presidente ucraniano pro-ruso que fue destituido en febrero de 2014 tras las revueltas en la Plaza Maidán que promovió la dirigencia proeuropea de esa ex nación soviética. Pero el proceso en su contra no tiene nada que ver con la denunciada injerencia rusa en las elecciones.

Este jueves, Trump abrió una serie de tuits en los que descargó sus enconos contra la investigación del FBI que lo tiene en vilo desde antes de llegar a la Casa Blanca. Esa que sostiene que agentes rusos operaron para que derrotara a Hillary Clinton en la elección presidencial. Una posición que también sustentaba el gobierno de Obama, un poco para justificar el resultado del comicio, pero mucho más para marcarle la cancha al nuevo mandatario, que desde entonces no hace sino avanzar en el sentido contrario a cada una de las iniciativas que impulsó el demócrata, sobre todo en política exterior.

«Es una situación terrible y el Fiscal General Jeff Sessions debería interrumpir esta cacería de brujas ahora mismo, antes que manche aún más a nuestro país», escribió Trump el jueves. Sessions se excusó de encabezar esa investigación porque él mismo mantuvo encuentros con diplomáticos rusos antes de llegar a su cargo, un detalle que casi le cuesta la renuncia antes de asumir. Por eso el sabueso en jefe es Mueller, que en esto sigue la agenda que le marcó el FBI y por la cual ya ordenó procesar a 31 personas, entre ellos a 12 agentes de Rusia, justo dos días antes de la cumbre Trump-Vladimir Putin de Helsinki.

A él, Trump le dedicó este tuit: «Bob Mueller está totalmente en conflicto, ¡y sus 17 demócratas enojados que están haciendo su trabajo sucio son una desgracia para EE.UU.!»

«La colusión de Rusia con la campaña de Trump, una de las más exitosas de la historia, es un EMBUSTE», prosiguió el primer mandatario estadounidense, que recordó luego que «Paul Manafort trabajó para Ronald Reagan, Bob Dole y muchos otros líderes políticos prominentes y respetados. Trabajó para mí durante muy poco tiempo. ¿Por qué el gobierno no me dijo que estaba bajo investigación? Estos viejos cargos no tienen nada que ver con colusión, ¡un engaño!».

Lo interesante es cómo Manafort aparece envuelto en una causa que lo puede dejar entre rejas por varios años.  El FBI venía investigando delitos de cometidos por dignatario extranjeros. Eran los tiempos de Eric Holder como fiscal general y Obama en el Salón Oval.  Uno de los objetivos era Yanukovich, el aliado de Putin en Kiev. Así habrían llegado a cuentas sospechosas en Ucrania, Chipre y Letonia. Pero en el camino se cruzaron con Manafort -según detalla Jason Leopold  en BuzzFeed News Reporter- quien parece que administraba al menos 40 millones de dólares un tanto oscuros, a titulo personal o de terceros.

A la caída de Yanukovich, Manafort siguió con sus negocios, que no son pocos, en el resto del mundo. De hecho, regentea varias empresas y con uno de sus asociados,  el puertoriqueño Héctor Hoyos, tienen importantes intereses en Puerto Rico. Entre los últimos emprendimientos figura el “cabildeo” en favor del inversor chino Yan Jiehe, de la Pacific Construction Group, de Shanghai.

Entrevistado por Kennet Vogel, del portal Politico, de EEUU, Hoyos reconoció que había presentado a Manafort con los chinos, pero dijo que el estadounidense al principio fue muy cauto. “Paul no hace negocios sin saber con quién se está metiendo en la cama”, describió. De lo que puede deducirse que con Yanukovich hubo buen clima en la alcoba.

¿Por qué tantas medidas de seguridad en torno de Manafort? Quizás porque el lobista, de 69 años, puede ser silenciado abruptamente antes de declarar en el estrado donde lo juzgan por sus ingresos no declarados en bancos ubicados en varias cuevas fiscales. No tanto por lo diga en torno de esos depósitos no del todo limpios como por la posibilidad de que contraataque para salvar su pellejo.

Ya en 2015 el The New York Times había publicado que «poco después de que los rusos anunciaran su intención de adquirir una participación mayoritaria en Uranium One”, una firma minera canadiense que explota el estratégico mineral en tierras estadounidenses, el ex presidente Bill Clinton “recibió 500.000 dólares por un discurso en Moscú de un banco de inversión ruso relacionado con el Kremlin que estaba negociando acciones de la compañía».

«En total, la Fundación Clinton recibió 145 millones de intereses vinculados a Uranium One, que fue adquirida por la agencia nuclear del gobierno ruso Rosatum», abundó el NYT.

En enero de 2013 Hillary Clinton era secretaria de Estado de Obama. El gobierno autorizó entonces que Rosatom comprara Uranium One -que es propietaria del 20% de las reservas de uranio estadounidenses y tiene minas en Wyoming y Utah-por 1300 millones de dólares. Como se trata de un mineral estratégico, la operación debió recibir el aval del Comité de Inversión Extranjera, del que forman parte los Departamentos de Justicia, Energía, Tesoro, Defensa, Comercio, Seguridad Nacional y la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos. Pero también de la cartera que comandaba la excandidata demócrata.

Sessions, por lo que trascendió, analiza la posibilidad de nombrar un fiscal especial para hurgar en estas negociaciones y en el oportuno aporte para la Fundación cuando se negociaba la venta de la Uranium. Ahí tal vez estuvo la clave del “apriete” de Trump al Procurador General de Estados Unidos.

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