Jair Bolsonaro fue condenado por decir que una diputada "ni siquiera merece ser violada". No es lo peor que se le escuchó a este ex militar que iría a balotaje con Lula si las elecciones fueran hoy.
Bolsonaro trascendió las fronteras brasileñas cuando comenzó el juicio político contra Dilma Rousseff al dedicar el voto por su separación del cargo al coronel Carlos Brilhante Ustra, el sádico personaje de la dictadura militar que gobernó el país entre 1964 y 1985 y que se ufanaba de haber torturado a la joven Dilma, por entonces militante de un grupo guerrillero.
Desde las redes sociales, que aprovecha al máximo tiene cuatro millones de seguidores en Facebook, sin ir más lejos-, este ex capitán de paracaidistas de 62 años que fue arrestado en 1986 bajo el cargo de haber planeado la colocación de un artefacto explosivo en un cuartel del ejército en Río de Janeiro, acostumbra despotricar contra lo que considera un legado comunista, como las políticas implementadas por el PT desde que llegó al gobierno, en 2003.
Tuvo otras intervenciones provocativas que levantaron críticas a granel, según recopiló el periodista gaúcho Pedro Henrique Leal. Como cuando dijo que el ex presidente Fernando Henrique Cardoso debería ser fusilado en una plaza pública. O como cuando llamó animales a los activistas negros y por tanto, pidió que regresen al zoológico. En esa misma línea, llegó a tildar a refugiados haitianos, africanos y de Oriente Medio que pidieron asilo en Brasil de ser la escoria de la humanidad y considerar que el ejército debería encargarse de ellos.
Por si fuera poco, reveló su homofobia extrema cuando dijo que los homosexuales tienen esa preferencia sexual por no haber recibido suficientes palizas. Padre de tres hijos que ya comenzaron sus respectivas carreras políticas, dijo en consecuencia que no estaba preocupado por posibles desviaciones de sus vástagos (como salir con mujeres afrodescendientes o ser gay, porque les dio una educación adecuada.
Sin pelos en la lengua, como se dice aunque en su caso con gruesa pelambre en todo el cuerpo por su inaudito gorilismo- sostiene que si cometieron un error los militares que protagonizaron las más cruentas dictaduras en la historia latinoamericana en los 70 fue no haber matado a suficientes personas. Sobre todo, a militantes y simpatizantes de sectores de izquierda, a los que califica, sin distinciones, como comunistas.
Para combatir el delito y las costumbres que considera desviadas tanto en lo sexual como en lo político, propone aplicar mano durísima. Lo que incluye autorizar el uso de armas, a la manera de la sociedad estadounidense.
Por lo pronto, una de sus bravuconadas le costará algo más de tres mil dólares. La causa fue refrendada en segunda instancia por la Tercera Sala del Superior Tribunal de Justicia brasileño, que ratificó por unanimidad la condena en una causa promovida por la diputada del Partido de los Trabajadores María do Rosario Nunes.
Hace tres años, en un discurso en la Cámara de Diputados, Bolsonaro tuvo y fuerte cruce con la legisladora, que condenaba las violaciones a los derechos humanos cometidas por el régimen militar. Despectivo, como siempre, el entonces representante del Partido Social Cristiano espetó: «No la voy a violar porque ni eso merece».
No contento con el revuelo que levantó, en una entrevista posterior al diario Zero Hora insistió: «Ella no lo merece porque es muy mala, muy fea; no califica para mi gusto. Jamás la violaría. No soy violador, pero si lo fuese, no la violaría porque no lo merece».
Lo llamativo y al mismo tiempo peligroso, desde otra perspectiva, es que Bolsonaro -que ya anunció su postulación a presidente con una nueva agrupación política, Partido Ecologista Nacional (PEN)- según una última encuesta del instituto DataPoder360 sigue creciendo en las preferencias del electorado brasileño y ya araña el 25 % de voluntades. Lula, condenado el mes pasado por el juez Sergio Moro en una causa por la supuesta compra de un departamento en Guarujá, también creció y ronda el 32 % del electorado. Lo que implica que si las elecciones fueran hoy, el ex metalúrgico y el ex paracaidista irían a segunda vuelta.
Cierto es que Bolsonaro no está implicado en los escándalos que sacuden a la política brasileña, lo que quizás le granjee la simpatía de sectores sociales hastiados de las denuncias de corrupción.
El riesgo es que este personaje salido de las cavernas estaría a las puertas de gobernar la mayor economía de América Latina, con lo que esto implica para el resto de los países de la región.
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