Es claro que la victoria de Jair Bolsonaro en las elecciones presidenciales de Brasil consuma el golpe institucional perpetrado contra el gobierno de Dilma Rousseff, bajo la hegemonía del PT (Partido de los Trabajadores), colocando al poder fáctico militar y evangélico en lo más alto del mismo. Sumado a eso, redefine el escenario político reordenando la composición parlamentaria, con una fuerte fragmentación que alcanza a 30 partidos en Diputados y 21 en Senadores. Con el dato relevante de que los partidos tradicionales redujeron su participación en el Congreso.
El MDB (Movimiento Democrático Brasileño), del presidente Michel Temer, pasó de tener 51 diputados y 18 senadores a 33 y 12 respectivamente. En tanto que el PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, pasó de 49 representantes en la Cámara Baja a 34, en tanto que en la Cámara Alta pasó de 12 a 8. Y el PP (Partido Progresista) de derecha pasó de 49 en Diputados a 34, aunque mantuvo los 6 Senadores.
En tanto que el PSL (Partido Social Liberal) de Jair Bolsonaro se reposiciona en el Parlamento brasileño, consiguió 4 lugares en el Senado donde no tenía representantes y de 8 diputados a 52 bancas. Situación que le permite articular una base aliada, especialmente a partir de los vínculos de los casi 70 militares y 80 evangelistas representados en los diferentes partidos del Congreso, lo que daría sustentabilidad y gobernabilidad al nuevo presidente.
Frente a la consolidación de la derecha, el interrogante que surge es qué sucederá con la oposición, especialmente con el PT, que si bien fue el más atacado en las elecciones y con pérdidas, pasó de 61 a 56 diputados y de 9 a 6 senadores, y termina siendo el partido con mayor representación en el Congreso brasileño. Además, cabe destacar que el PT obtuvo cinco estados, junto a sus aliados que ganaron en 18 gobernaciones de las 27 en disputa, dándole un peso regional para contraponer la política de Bolsonaro, donde se puede señalar que de los 10 millones de votos diferencia con Fernando Haddad, 7 de ellos los obtuvo en el oscilante estado de San Pablo.
Sin embargo, la gran incógnita es pensar un PT sin Lula. La cruda realidad es que se especula en que el establishment político no le concederá la libertad y que el líder petista continúe en prisión, donde podría morir a voluntad de Bolsonaro. Así, crujen las internas en el partido, con la duda de si Haddad tendrá la capacidad de erguirse en el nuevo conductor. Más aún, un interrogante mayor: ¿podrá el PT mantener la capacidad de liderazgo de una oposición?
Existen posiciones radicales en el mismo PT, que ante el desgaste y preponderancia antipetista del electorado plantean en formar una nueva agrupación, pasando por quienes sostienen la necesidad de formar un Frente, al estilo uruguayo o más de izquierda como el argentino, hasta los más estoicos que quieren sostener la identidad partidaria.
Al respecto, Tiempo conversó con Ana Prestes, politóloga y nieta de Luis Carlos Prestes –legendario fundador del Partido Comunista de Brasil, quien sostuvo «ya está en proceso de formación en el Congreso Nacional una oposición, aun con una configuración un poco compleja para los partidos de izquierda para ver cómo se van a organizar en un bloque de oposición, aunque veo con dificultad que todos los partidos estén en un mismo bloque, aquellos partidos que harán oposición a Bolsonaro». A su vez, Prestes sostuvo: «Si bien no es probable un bloque de todos los partidos opositores, el PT sigue siendo el mayor partido de la izquierda y habrá un frente amplio en la sociedad, bastante mayor que los partidos».
Siguiendo el planteo de Prestes, el PT deberá profundizar los lazos sociales con las organizaciones de masa, como la CUT (Central Única de Trabajadores) o el MST (Movimiento de los Sin Tierra); o la UNE (Unión Nacional de Estudiantes) y la UNES (Unión Nacional de Estudiantes Secundarios), federaciones de donde surgió Manuela D’Avila, otra dirigente que quedó posicionada en la oposición. «