Asunción rojo shocking. Al colorado vivo está el termómetro en la primavera asuncena. La térmica debe arañar los 40° C y sigue trepando. Frente a la Cárcel del Buen Pastor, una vendedora de bananas y uvas me cuenta que en la época del dictador Alfredo Stroessner (1954-1989) estaba prohibido decir que la temperatura pasaba de los 30°. “Quería dominarnos hasta en lo psicológico, en lo informativo, en todo», sentencia la comerciante, mientras se derrite.
El Paraguay es el único país cuya bandera presenta dos caras con imágenes diferentes. El único que celebra dos fechas de independencia. El único de América donde los conquistadores adoptaron la lengua de los conquistados. También, el más desigual del Cono Sur. Setenta años de hegemonía del “Tiranosaurio” Stroessner y sus crías coloradas neoliberales dejaron un sólido legado: penurias para todos. Con un índice de Gini empobrecido del 0,93%, Paraguay ocupa el podio con la mayor desigualdad global en la concentración de tierra: el 90% del territorio cultivable está en manos de 12 mil grandes propietarios; las migajas que quedan se reparten entre 280 mil pequeños productores. El 19% del territorio se concentra en manos de corporaciones extranjeras. El campesinado paraguayo, a la deriva en un mar de soja transgénica, sigue esperando la reforma agraria. Una isla rodeada de tierra, decía Augusto Roa Bastos.
La transpirada delegación humanitaria se apiña frente al portón de la cárcel de mujeres. El colectivo variopinto viajó en bondi los 1333 kilómetros que separan Buenos Aires de la capital guaraní. Referentes sociales, organizaciones de Derechos Humanos, trabajadores cooperativos, religiosos de la Iglesia de base, militantes políticos de a pie y luchadores de la izquierda. Combativos argentinos, sabios uruguayos y exiliados paraguayos a secas. La brigada internacionalista exige que el gobierno del colorado Santiago Peña abra una investigación por la desaparición forzada de Elizabeth Carmen Villalba, “Lichita”. La niña paraguaya, migrante en Argentina, desapareció en noviembre de 2020, durante la pandemia, en las cercanías del Cerro Guasú, departamento de Amambay. La pibita de 14 años había sido testigo del asesinato de sus dos primas pocos meses antes, durante un operativo sangriento contra un refugio del Ejército del Pueblo Paraguayo (EPP), perpetrado por las Fuerzas de Tareas Conjuntas (FTC), grupo de choque de las Fuerzas Armadas.
Sólo cinco miembros de la misión logran ingresar al penal para hacerle llegar la solidaridad a Carmen Villalba, mamá de Lichita, militante comunista, detenida a pesar de haber cumplido en 2021 una condena de 20 años. La mujer fue fundadora del partido de izquierda Patria Libre y militante del EPP desde los años noventa. Sin previo aviso, violando todo derecho, al estilo colorado, los carceleros cierran la puerta en la cara: no quieren prensa en el penal. “Vimos a una mujer entera, que quiere dar pelea. La orden de impedir el acceso vino de arriba, del gobierno. Está claro: no hay Derechos Humanos en Paraguay. Vamos a seguir peleando para que se respeten los derechos de Carmen y del resto de los presos políticos”, reflexionan la diputada electa Vanina Biasi y el dirigente piquetero Eduardo “Chiquito” Belliboni al salir de las mazmorras.
El joven Fidel es hijo de Margarita Andino, militante del EPP también detenida hace añares. Nació en los campos de Pedro Juan Caballero, pero creció junto a su madre en el penal. Es exiliado político y económico en la Argentina. Milita en la Columna Boli Lescano de La Plata. Hacía un año que no veía a su mamá: “Está bien, pero muy flaca, la cárcel te destruye. Está presa por pelear por los derechos de los campesinos”. Fidel cuenta que compartió abrazos y empanadas con ella en el patio del penal. Después recuerda cuando su mamá lo acunaba y le cantaba en guaraní polkas combativas que denunciaban las penurias del campesinado, la represión stronista, la resistencia que crece desde el pie. La historia de una familia paraguaya, o de miles.
Infusión milagrosa contra el calor, el tereré pasa de mano en mano antes de la marcha por el centro asunceno. Ceba Lila Báez, secretaria de Trabajadores Migrantes y Refugiados de la UTEP: “Vamos a entregar un millón de firmas ante la Justicia, para que se abra la investigación por la desaparición forzada de Lichita y el infanticidio. Ni Uribe en Colombia se atrevió a tanto como el expresidente Mario Abdo Benítez, hijo del secretario privado y mano derecha de Stroessner, que salió a decir que habían matado a guerrilleras peligrosas, nenas en edad escolar. Peña es la continuidad”, dice.
La deriva de la columna internacionalista va del frígido Palacio de Justicia hasta el Ministerio Público, cuyo frente está, obviamente, pintado de hegemónico colorado. El Poder Judicial paraguayo se maquilla a la moda stronista. “¡No estamos todos, falta Lichita!”, es el grito que se escucha fuerte por las calles de Asunción cuando cae la noche. Antes de subir al micro para emprender la retirada, recuerdo las palabras del anarquista Rafael Barrett hace más de cien años en ese libro triste y luminoso que es El dolor paraguayo: “No espero justicia del Estado. Porque legaliza injusticias, atropellos y matanzas.” Ay, Paraguay.
*Cobertura colaborativa de Tiempo Argentino y La Retaguardia.