Mateo dos Santos labura cerca de la Praça Tiradentes, a pasitos del soberbio edificio del Real Gabinete Portugués de Lectura. El joven se gana el mango en un sebo de libros de segunda mano, pero primerísima calidad. Por 15 reales, poco menos de 800 devaluados pesos, Dos Santos ofrece obras excelsas de don Rubem Braga y Lima Barreto. El pibe sabe mares sobre literatura brasileña. También da cursos acelerados sobre Historia contemporánea del gigante sudamericano: «Bolsonaro nos metió en un pozo. Crisis, carencias, inseguridad. La gente no tiene ni para comer y este presidente no liga nada». El comerciante no se equivoca. Los últimos guarismos son demoledores: casi 50 millones de brasileños están hundidos en la pobreza. Mateo debe volver al trabajo, pero antes deja una reflexión postrera: «Para entender los años de Bolsonaro le recomiendo leer a Orwell, vivimos en una distopía».
Lilian está en el gremio del textil. Pilotea un local en el barrio de Saara, un Once carioca. La piba es hija de sacrificados migrantes peruanos, diseñadora de modas y dealer de remeras rockeras: Ratos de Porão, Titãs, Sepultura, et. al. Viene de tres años al hilo de una malaria fulminante: «Todavía pago las deudas de la pandemia que el presidente negaba». Lilian confiesa que es adventista. Su fe la acercó al credo de Jair Messias Bolsonaro en las pasadas elecciones: «Pero me defraudó al poco tiempo. No puedo soportar la forma en que trata a las mujeres, con soberbia. No es buen cristiano. El 2 de octubre voy con Lula, otra oportunidad».
¿Un temita para describir el presente? Lilian se queda con el clásico de clásicos ochentoso “Qué país é este?” de Legião Urbana: “En las favelas / En el Senado / Suciedad por todos lados / Nadie respeta la Constitución / Pero todos creen en el futuro de la nación».
«Hay que votar al PT para cambiar el presente y construir un futuro mejor”, explica la morocha Thais Ferreira, candidata a diputada federal por el PSOL, el mayor partido de izquierdas brasileño, aliado al frente que comanda el expresidente obrero metalúrgico. Thais hace campaña en Pedra do Sal, meca del samba carioca. La Pequeña África es territorio bello, plebeyo, memorioso de la historia silenciada de los esclavizados.
«Nosotros defendemos los derechos de las minorías. Lo digo como mujer, como trabajadora, como luchadora social. Bolsonaro no es solo un mal para Brasil, sino para toda la humanidad», dice la piba de cabellos eléctricos y dibuja la L de Lula con los dedos. Antes de despedirse, también una F de «Fora Bolsonaro».
El samba flota en el aire de Saúde. Cerveja y maconha por 12 reales. Se baila lento cuando cae la noche de un lunes tropical. Thiago dice que no le teme a la campaña del miedo bolsonarista. «Ellos hablan del fantasma del comunismo, nosotros de la realidad de pobreza, violencia y miseria que trajo su gobierno para ricos», sostiene el joven abogado, militante petista desde la cuna. Recomienda un samba con esperanza de Cartola para iluminar al próximo gobierno. Se llama “Alborada”, amanecer. Dice más o menos así: “Amanece en el morro / Qué belleza / Nadie llora / No hay más tristeza”.
Todos los días, el tachero Wagner empieza a trabajar al amanecer. Diez horas en un eterno retorno a Copacabana. Pese al cansancio, anda feliz por el triunfo del Flamengo sobre San Pablo. Para celebrar: bolinhos de camarón en un boteco de Ipanema. Dice que en octubre votará al excapitán del Ejército: «No quiero ladrones en el gobierno. Eso es el PT». En su auto lleva pegada una calco con la foto del actual mandatario. Al pie de la imagen se lee: «Brasil por encima de todo y Dios por encima de todos».
Sérgio Rica vende sus libros de poesía de bar en bar por la zona del puerto. Es de Pernanbuco y apoya a su paisano Lula: «No me gusta el país del impeachment, que Bolsonaro se vaya por el voto popular». Si tiene que elegir a un poeta para contar al Brasil presente, sin dudar se queda con los versos de Caetano Veloso. Al partir recita de memoria «Podres poderes», poderes podridos: «Nunca haremos más que confirmar / La incompetencia de la América católica / Que siempre necesitará tiranos ridículos / Lo es, ¿verdad? / ¿Qué será, qué será? / Esta estúpida retórica mía / Tendrá que sonar, tendrá que ser escuchada / Por más años». «
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