El representante en el organismo creado a instancias de Estados Unidos cree necesario reactualizar una Tercera Posición para no atarse a a ninguno de los ejes de poder, el noratlántico o el asiático.
–Yo celebré la vuelta de Lula, qué duda cabe, pero creo que sería un error creer que esta confluencia implica una especie de retorno automático a la etapa en que la Argentina celebró el Bicentenario de la Revolución de Mayo. Porque en el medio hubo un retroceso muy fuerte, y los retrocesos siempre llevan a las cosas mucho más atrás de cuando el proceso emancipador se suspendió. En el caso de la Argentina fue el endeudamiento estructural, en otros países la entrega de la explotación de los recursos o el deterioro social, que no se repara de manera sencilla. Es cierto que todo lo que suceda en Brasil irradia a escala regional, además por la dimensión de estadista de Lula. Por otro lado yo creo que el propio gobierno de EE UU lo va a elevar a Lula a la categoría de su interlocutor regional.
–¿Por qué razón?
–Porque es la contrafigura de (Jair) Bolsonaro, y en el sistema político de EE UU esa figura está muy asociada a la de (Donald) Trump. Lula no es la persona que hubieran preferido, pero les resulta mucho mas predecible. Hablar con Brasil es hablar con el Caribe, con los países petroleros, con el continente africano. Ahora bien, sería un error gravísimo que Argentina y Brasil se retrotraigan a una época en que competían por ver quién podía ser el interlocutor a nivel regional. No puede haber celos en este sentido.
–A diferencia de otras épocas hay gobiernos con una mirada parecida en México, Colombia, incluso Chile.
–México es geográfica y comercialmente un país de América del Norte. Pero histórica y culturalmente es un país del sur. Cuando tienen un gobierno neoliberal, miran solamente hacia arriba; con un gobierno que honra las tradiciones de la revolución mexicana, tiene que convertirse en uno de los nudos de la integración latinoamericana. Al gobierno y a las fuerzas progresistas de México siempre les gustó hablar de América Latina y Brasil prefería hablar de América del Sur. En este momento histórico, México, Argentina y Brasil, sumando a este polo progresista Venezuela y Colombia, tendrían que dar lugar a un momento de parición de un polo de poder autónomo.
–El contexto internacional es bastante complicado. Son tiempos interesantes, diría Eric Hobsbawm.
–Yo creo que el mundo que hemos conocido en los últimos tres siglos por la influencia del eje Noratlántico, ha llegado a tres puntos límites que son absolutamente incalificables. El primero es el de la concentración de la riqueza. No puede compartirse desde ningún punto de vista ético. Un mundo que se aproxima a que el 1% de la población cuente con la misma cantidad de recursos que el 99% restante es una inmoralidad. El segundo punto es las consecuencias que eso tiene sobre el clima. Y si esto no hubiera sido suficiente, la proximidad, aunque sea en la verbalización, de un conflicto nuclear que hasta hace pocos meses no figuraba en la agenda de ningún actor internacional. Una segunda descripción concatenada es: los organismos internacionales militares, políticos o económicos, Consejo de Seguridad, OTAN, Banco Mundial, FMI, G7. OMC, BID, OEA, ¿no tienen nada que ver con esta situación que hay en el mundo? Tercer punto: ¿cómo se sostienen financieramente? Cuando el capital financiero globalizado encuentra amenazas geopolíticas muy fuertes, como en este momento, echa mano una vez más al complejo militar industrial. Soy de los que piensan que este es un momento de una reconfiguración del orden mundial irreversible, donde todos los indicadores del eje Noratlántico están cediendo frente al ascenso del eje asiático, y eso implica una redefinición de la inserción geopolítica de la Argentina y de la región.
–No todos comparten esta mirada en la dirigencia política argentina en general.
–Si comparten el diagnóstico, creen que tenemos que seguir manteniéndonos como parte de Occidente, y yo creo que la idea del hemisferio occidental es un mito creado en la posguerra para garantizar el control de la doctrina Monroe. A mi me ha tocado vivir estos años en un país que tiene una infraestructura vial, de conectividad a través de autopistas que es impresionante. A la vez no hay un peso superlativo de los ferrocarriles o del transporte público. Esa infraestructura está ocupada por un parque automotor extremadamente extendido, que en un 80% está tripulado por una sola persona. Otro ejemplo, yo recibo todos los días en mi buzón de correo una pila de papeles a todo lujo de publicidad y cosas que son inútiles para la vida real. Esto es una descripción analítica que hago, más como docente que como funcionario. La pregunta que me hago es: ¿algún presidente demócrata o republicano o como sea, le puede decir a ese pueblo que va a bajar su nivel de vida? Para que no lo baje hacen falta guerras. La soberanía nunca va a venir de la ayuda de quienes necesitan que seamos cada vez menos soberanos, porque necesitan nuestra energía, el control de nuestros yacimientos, el off shore, el litio, los acuíferos. Necesitan lo que América Latina tiene, y la región necesita defender la administración autónoma de esos recursos. Entonces, las Américas son un mito, porque no hay una integración vertical sino un corte horizontal entre el G7, que son Canadá y EE UU, y el resto. No hay alternativa, no podemos mirar las cosas de la misma manera, porque los intereses son contrapuestos. Podemos tener buena relación, podemos tener diálogo, entendimientos parciales. En una etapa de disputa geopolítica a nivel mundial, el norte anglosajón tradicional necesita sostener su dominio sobre esta región y nosotros necesitamos independizarnos y construir cada día nuevos niveles de soberanía. Ese es el contexto que yo veo. Por eso soy escéptico de creer que la pertenencia a un organismos del mundo que está en declinación y nos llevó al borde de la guerra nuclear nos beneficia. Nosotros tenemos que estar por fuera de ese sistema.
–Este año precisamente se cumplen dos siglos justos de la doctrina Monroe, pero en el marco del conflicto en Ucrania hay muchos intereses en que el país juegue junto a Europa y EE UU.
–Yo creo que debería tomar cuerpo una reactualización del concepto de Tercera Posición, sabiendo que los contextos son muy diferentes. Yo creo que una Tercera Posición, o una política autónoma activa, significa asumir como propios y positivos determinados valores de Occidente. Como las libertades individuales, el pluralismo, la libertad de reunión, las libertades civiles y políticas. Podemos estar más identificados con una cultura occidental, una cultura que heredamos de Europa occidental, del sistema interamericano. No estoy planteando que hay que renunciar a eso, a lo que sí hay que renunciar es al aspecto de la colonización. Lo que digo es «déjennos en paz, dejen que cada pueblo latinoamericano construya su propio destino». Y si tenemos que integrarnos es con aquellos países que sufren los mismos problemas estructurales que nosotros, los que frente a la agenda global estamos del mismo lado. Que es el lado de la descolonización, del incremento de nuestra soberanía. Eso no implica para nada renunciar a los valores fundamentales de las libertades de Occidente. Es por eso que no creo que la prioridad sea hablar de multilateralismo, sino de multipolaridad.
–¿Cuál sería la diferencia?
–El multilateralismo es la conjunción de países dentro de un esquema de derecho internacional para frenar la fuerza del más poderoso. Pero cuando no está inserto en un esquema de multipolaridad, es una formalidad. Por ejemplo, el multilateralismo puede decidir que el Reino Unido tiene que dialogar con Argentina por la soberanía de Malvinas, y eso no ocurre. Hace poco tiempo, por 185 votos contra 2, el multilateralismo dijo que hay que levantar el bloqueo a Cuba. El multilateralismo le dijo a los laboratorios que tienen que distribuir democráticamente las vacunas y levantar los derechos de propiedad intelectual. Nada de eso sucedió. Para que el multilateralismo funcione tiene que haber multipolaridad. Vos tenés el eje noratlántico, que va a declinar pero no va a desaparecer, el eje asiático, que está emergiendo. Nosotros tenemos tres alternativas: nos insertamos en este esquema imperialista clásico, corremos los riesgos de alinearnos a un nuevo eje, o construimos un sistema autónomo de poder. Y yo creo que debemos convertir a la región en un bloque de poder mundial. Si existiera una visión estratégica de nuestros líderes, América Latina podría comenzar a vivir un proceso emancipador muy importante. Con muchos condicionamientos, pero con la necesidad de tomar decisiones políticas fuertes. Hay condiciones, pero hay que tener mucho coraje. «
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Poco frecuente el análisis de la realidad a escala mundial. Me parece que por la crudeza de la realidad que analiza Carlos Raimundi
Decía, por esa crudeza, una parte significativa de la dirigencia política que se inscribe en el campo "nacional y popular
... le saca el culo a la jeringa, desertando de la toma de posición y acción imprescindibles