A meses de las elecciones presidenciales, Jair Bolsonaro emprendió una minigira por Europa que tuvo como objetivo mostrar una agenda internacional dinámica que revierta la imagen de aislamiento diplomático que tiene su gobierno, tratando de recuperar una visión estratégica a nivel global, atento al fracasado seguidismo a Donald Trump y el distanciamiento con la administración de Joe Biden en Estados Unidos.
La movida se realiza en plena tensión entre Estados Unidos y Rusia por la situación de Ucrania, donde la Casa Blanca pronostica una inminente invasión del Kremlin a una nación bajo su protección, lo que le sirve como pretexto para interpelar a los países en su posicionamiento sobre el conflicto.
En tal sentido, la embajada estadounidense operó para evitar el viaje. Sin embargo, las gestiones no tuvieron éxito y desdibujan una alianza estratégica de Estados Unidos con la principal potencia regional, y revierte las relaciones internacionales de Brasil hacia un nuevo juego geopolítico.
Si bien el viaje tiene los mismos condimentos que la visita que semanas atrás realizó el presidente argentino, Alberto Fernández, el esquema de alianzas es bien diferente. Porque su par albiceleste buscaba un marco especialmente económico y comercial, centrado en un eje hacia recuperar la alianza BRICS (Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica), en tanto que Bolsonaro busca una articulación neoconservadora, por eso trata de acercar a Vladimir Putin hacia Víktor Orbán, primer ministro de Hungría, impulsando las ideas nacionalistas, xenófobas y homofóbicas que sustentan.
Es una diferencia sustancial en la estrategia internacional que propone Luiz Inácio Lula da Silva desde el Partido dos Trabalhadores, que comprende a Rusia como un “veto player” clave de la geopolítica internacional y eje estratégico de un multilateralismo global. De hecho, en 2014, cuando Rusia toma posesión de Crimea, una península estratégica en el este de Europa, la gestión petista encabezada por Dilma Rousseff hizo caso omiso y dejó pasar, a fastidio de los Estados Unidos. Lo que queda claro es que a Bolsonaro lo une con Putin su conservadurismo y no la lucha por derechos políticos y sociales.
No obstante, los lazos con el Kremlin se profundizan en otros temas sustanciales, como el Amazonas o la energía nuclear. En tanto que Bolsonaro agradeció al posicionamiento de Rusia en defensa de la soberanía nacional brasileña sobre la cuenca, dejó claro que el motivo no es el ambientalismo sino la expansión de los agronegocios.
A su vez, el interés de Bolsonaro por un acuerdo con Rosatom (corporación estatal rusa de energía nuclear), para participar en la construcción de pequeños reactores y de centrales nucleares terrestres y de profundidad, pone de relieve un posicionamiento de Brasil como potencia nuclear en la región, teniendo presente la necesidad estratégica de submarinos nucleares para la explotación de petróleo en aguas profundas.
De hecho, la privatización de Petrobras es la carta que intenta jugar Jair Bolsonaro para lograr su reelección, un tema central que fue factor del golpe de Estado a Dilma Rousseff y podría favorecer un tacleo a la vuelta de Lula.