Académicos de la prestigiosa London School of Economics hablan del riesgo de que las familias jóvenes estén postergando tener hijos «por miedo a una salida de Reino Unido de la Unión Europea». Los religiosos adventistas reparten libros a sus fieles sobre el futuro que quieren para Europa, basándose en interpretaciones bíblicas. Están los dueños de los restaurantes de curry, aliados en reclamar que el Reino Unido corte lazos con el continente, porque así esperan conseguir cupos migratorios para extracomunitarios para traer chefs especializados desde Bangladesh. Y los Amigos para la Protección de los Murciélagos, que temen que si Gran Bretaña se independiza queden sin efectos las leyes europeas que catalogan a estos mamíferos como especie protegida.
Así es la vida en tiempos de Brexit: el 23 de junio, el Reino Unido votará en un referendo si quiere seguir siendo parte de la Unión Europea (UE). To Brexit or not to Brexit, esa es la cuestión. Y la abreviatura, acuñada a partir de Britain y exit (salida), permea todos los discursos, en un debate furioso que sorprende a un país donde las campañas electorales rayan en la apatía.
Las últimas encuestas no traen tranquilidad a ninguno de los bandos: según la BBC, el 42% de los votantes quiere una salida del conglomerado continental y un 43% quiere mantener el statu quo, con 15% de indecisos. Así las cosas, no hay analista que se atreva a anticipar resultados, sobre todo cuando aún está fresco el recuerdo del papelón durante la última elección general, cuando ninguna encuestadora pudo anticipar el triunfo de los Tories.
Fue precisamente en esa elección donde el referendo del Brexit cobró forma, una promesa de campaña del primer ministro conservador David Cameron a los euroescépticos que reclamaban que no se habían pronunciado sobre la alianza con el continente desde 1975.
Cameron lo intentó primero por la vía de la negociación: en febrero, viajó a Bruselas para conseguir un paquete de beneficios que le dieran un «estatus especial» en el club de los 28 países. Pero volvió con menos de lo que esperaba y lo acusaron de «debilucho y traidor». Los propulsores del Brexit calentaron motores y no han levantado el pie del acelerador desde entonces.
Es una pregunta simple: ¿Debe el Reino Unido permanecer como miembro de la UE o abandonarla? Luego, dos casilleros a marcar con lápiz, Leave (salir) o Remain (quedarse).
Sin embargo, lo que está en juego es de una complejidad extrema. Una osadía, dirán los que creen que la unidad continental es garantía de estabilidad y defienden una visión de mundo con fronteras más abiertas.
El contrapunto recurre, claro, a argumentos económicos. Los que promueven ser parte de la comunidad europea destacan sus beneficios, basados en la eliminación de trabas para el comercio y la libre circulación de trabajadores, en su mayoría jóvenes y en busca de oportunidades laborales, que ayudan al crecimiento económico y a sostener los servicios públicos con sus aportes.
En cambio, los euroescépticos consideran que la burocracia y las normativas técnicas a las que deben adherir los estados miembro no hacen sino obstaculizar el crecimiento y destacan que el costo de la membresía supera con creces los beneficios. Es que el Reino Unido es uno de los países que contribuyen al presupuesto europeo con más de lo que reciben, sólo por detrás de Francia y Alemania: un aporte de casi 18 mil millones de libras, del que sólo la mitad vuelve en concepto de fomentos para distintos sectores.
Pero, para muchos votantes del común, la decisión se basa en otro asunto: el de la inmigración, que los gestores del Brexit han usado para su causa ante el flujo incesante de desplazados que llegan a Europa desde África y Medio Oriente. Creen que una salida del bloque permitiría a Gran Bretaña retomar el control de sus fronteras y decidir cuántos y cuáles inmigrantes quiere recibir, una vez que la libre circulación continental quede sin efecto.
Claro que la divisoria de bandos está lejos de ser predecible: este es, ante todo, el referendo de las alianzas improbables.
Así, el primer ministro Cameron se encuentra haciendo campaña por «Gran Bretaña más fuerte en Europa», junto a la mayoría de los parlamentarios del partido opositor y al alcalde londinense Sadiq Khan, el hombre del momento del Laborismo. También con el Partido Verde, que comparte causa con un gran empresario ex director de la cadena Marks & Spencer y hasta con el presidente estadounidense Barack Obama.
En el otro bando, hay cinco ministros de gobierno rebeldes a Cameron, así como numerosos parlamentarios conservadores, algunos menos del Laborismo, los de la derecha nacionalista UKIP, Trabajadores Agrícolas por Gran Bretaña, organizaciones musulmanas y otras como Out and Proud, un grupo de militancia gay antieuropeo.
El referendo no ha hecho sino dejar a la vista las fracturas al interior de los partidos y la sociedad toda. Y pocos dudan de que sentará un precedente, frente a un proyecto regional iniciado al final de la Segunda Guerra, ante el que ninguna nación se ha rebelado. Sólo Groenlandia, territorio danés de ultramar, pidió salir de la UE en 1982. Casi la mitad de los ciudadanos del Reino Unido quiere ahora seguirle los pasos. «