Cuando parecía que el presidente Jair Bolsonaro tenía una defensa bien armada con las torres del Parlamento, logró colocar aliados como presidentes en Senadores y Diputados. Pero de repente tuvo una renuncia en bloque de la cúpula militar, lo que provocó un verdadero sismo en la política brasileña, que se desgrana a medida que avanza la pandemia, con más de 4000 muertes diarias y el sistema de salud colapsado, alcanzando un total de más de 320 mil decesos.
Mientras los militares conmemoraban la Dictadura Militar abierta el 1º de abril de 1964, la Folha de Sao Paulo, otro poder fáctico, titulaba “La mayor crisis militar desde 1977”, momento en que el gobierno de facto tuvo un proceso de declive y apertura a la democratización. Es que los cambios en la conducción castrense se entienden como un intento de los generales de desligarse del deterioro político de Jair Bolsonaro y un posible “autogolpe”.
Sin embargo, aún no implica un cambio de apoyo político y participación de los militares en la administración del presidente. Atento a que el remplazo del ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, es el general Walter Braga Netto, quien ocupaba la Casa Civil, uno de los cargos más importantes del gabinete federal.
También el establishment económico está cuestionando el accionar de Jair Bolsonaro, a través su ministro de Economía, Paulo Guedes, de corte ultra ortodoxo, quien critica el esquema de gestión ante la pandemia en foros del poder empresarial, sosteniendo que no se avanzó en los esquemas necesarios de privatizaciones y liberalización requeridos para orientar el crecimiento de Brasil.
Por el contrario, entiende el ministro, que se avanzó hacia endeudamientos con nuevos impuestos por el intervencionismo, sumados al desastre abierto por el laissez faire ante el coronavirus. En tal sentido, es quien impulsa más cambios en el rumbo económico y el manejo de la Pandemia.
Para colmo, la oposición recuperó a su reina. El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva está nuevamente en el tablero, entre las fichas de la oposición. En perspectiva a un eventual escenario electoral, las encuestas lo ubican con el 41 frente al 36% de Jair Bolsonaro en un supuesto balotaje, lo que lo dejaría sin chances de ser reelegido. Sin embargo, una contienda en las urnas se daría recién en 2022, y la crisis sanitaria y política se está carcomiendo la sustentabilidad del gobierno, por lo que muchos sustentan sus sueños con una obligada renuncia o un inexorable juicio político.
Es claro que el jaque mate no lo puede dar Lula solo, por lo que el ex mandatario apela a buscar consensos con el centro político, en búsqueda de un gobierno de Unidad Nacional, porque una salida de Bolsonaro podría dejar directamente a un representante de las Fuerzas Armadas, el vicepresidente Hamilton Mourao. Y de ese modo se consumaría un proceso de militarización del gobierno bolsonarista, donde se estima, hoy ya hay casi 6000 militares ocupando cargos en diferentes áreas de la administración, especialmente en direcciones de ministerios y en los más altos cargos de las empresas públicas. Un cuadro complejo para el tablero democrático de Brasil