Mientras a Donald Trump le cuesta asumir la derrota, y expone la fragilidad institucional de la democracia norteamericana, se inician los análisis del impacto político del triunfo del candidato demócrata Joe Biden, especialmente sobre aliados incondicionales como el presidente brasileño Jair Bolsonaro, quien parecería haber llegado hasta la puerta del cementerio y estaría reevaluando su política exterior de alineamiento, tal como se lo venían aconsejando todos sus asesores de relaciones internacionales.
El seguidismo de la gestión Bolsonaro se inició en el mismo mes de su asunción, en enero de 2019, cuando se puso en pie y al orden para sostener al autoproclamado presidente de Venezuela, el diputado Juan Guaidó, ofreciendo una base militar en Brasil y al propiciar una intervención militar. La prudencia del vicepresidente Hamilton Mourão y del nacionalismo de las FF AA brasileñas evitaron semejante demencia, más allá de acompañar la estrategia de caída de Nicolás Maduro.
Ahora parecería que Bolsonaro no estaría dispuesto a acompañar un posible atrincheramiento de su amigo Trump en la Casa Blanca. El jueves pasado comenzó a desmarcarse de su amor político y sostuvo: «Yo no soy la persona más importante de Brasil así como Trump no es la persona más importante del mundo, como él mismo lo ha dicho. La persona más importante es Dios. La humildad tiene que hacerse presente entre nosotros».
Es que la hipocresía de afirmar que el régimen venezolano es fraudulento y no reparar en todo el espurio proceso electoral norteamericano, expuesto por el propio Trump y solo no visto por el presidente de la OEA Luis Almagro, es sencillamente insostenible. Y no se trata de aceptar la idea de fraude del magnate presidente de los EE UU, sino de reparar sobre todas las sinecuras a las que se presta el sistema de votación de ese país, ya que no tiene neutralidad su autoridad electoral ni de los lugares de votación. Incluso, no hay simultaneidad de elección de candidaturas internas ni externas, hay empadronamiento previo sin cédulas de identidad de votación y otras vulnerabilidades, que solo dejan en pie a esa poliarquía, como decía el politólogo Robert Dahl –quien tenía la ética de no llamar a eso democracia–, el apretón de manos de reconocimiento de la victoria, algo que Trump no quiere hacer.
Por otra parte, además de repensar su posición sobre Venezuela, Jair Bolsonaro tendrá que revisar su Gabinete pro-Trump, no solo ante la victoria del candidato demócrata Joe Biden, sino también por los triunfos de las expresiones de centroizquierda de la región, como Alberto Fernández en Argentina; Luiz Arce en Bolivia; y la misma ciudadanía chilena que logró empezar a tirar por la borda la Constitución pinochetista. Incluso, su aislamiento se podría profundizar si prospera el pedido de destitución del presidente Iván Duque de Colombia, por parte del senador Roy Barreras.
Otro punto de política internacional, que a la vez se pone en agenda interna, es que en su seguidismo a Trump, Bolsonaro prefiere tensar las relaciones con su principal socio comercial, rechazando comprar vacunas contra el Covid-19 a China. Algo que se coloca en la política nacional, no solo porque lo hace contra la opinión de su ministro de Salud Eduardo Ponzuello sino también contra las pretensiones de 24 gobernadores de comprar un medicamento que ya está aprobado para aplicarse por parte de organismos reguladores.
Además, el rechazo de Bolsonaro a la vacuna china tiene un trasfondo político, porque uno de los principales promotores de comprarla es el gobernador del estado de San Pablo, João Doria, quien tiene las principales chances de ser candidato presidencial en 2022 por el Partido de la Social Democracia Brasileña.
Encima, el próximo 15 de noviembre, Brasil tiene elecciones municipales que, si bien tienen una lógica parroquial –por eso Bolsonaro decidió no cobijar candidaturas e intentar mantenerse al margen de la contienda–, lo cierto es que su vicepresidente Mourão se apresta a pasar la medio mundo en el bolsonarismo electoral, buscando cosechar un buena cantidad de prefeitos y vereadores (intendentes y concejales) con su debutante Partido Renovador Trabalhista Brasileiro, lo que profundizará la presencia militar en la política nacional.
En el espectro opositor de izquierda, las elecciones municipales de Porto Alegre podrían posicionar a Manuela d’Ávila, del Partido Comunista do Brasil, para las presidenciales de 2022, porque tendría altas posibilidades de ganar la intendencia. Ella acompañó a Fernando Haddad en la fórmula 2018 y podría ser nuevamente una compañera en la fórmula del PT, acompañando a Lula Da Silva o siendo su relevo.