En 2015 visité la Región Autónoma de Xinjiang, donde la mitad de sus 24 millones de habitantes pertenece a la etnia uigur. Ellos son los musulmanes de los que se habla. En las ciudades de Urumqi, Turpan y sobre todo Kashgar, los líderes uigures con quienes hablé mencionaron las facciones que querían independizar el territorio de la República Popular China, disentían completamente de sus métodos violentos y reclamaban al gobierno central medidas para mejorar las condiciones de vida de su gente. Pedían recursos para modernizar la agricultura, puestos de trabajo y mayor acceso de los jóvenes a la educación superior, seguros de que ello le quitaría piso al terrorismo.
Resulta interesante el gesto casi delicado del New York Times de hablar de «campos de internamiento» evitando «campos de concentración». En realidad, llamarlos «campos de concentración» parecería estar más a tono con la iniciativa de los dos partidos políticos mayoritarios de Estados Unidos.
Por otro lado, la asunción por parte del diario de que en tales lugares hay «más de un millón de musulmanes» ha tenido un cuestionamiento sólido por parte de otro medio norteamericano, The Gray Zone (21 de diciembre), en el artículo «¿China detiene a millones de uigures? Graves problemas con los reclamos de una ONG respaldada por Estados Unidos y un investigador de extrema derecha ‘liderado por Dios’ contra Beijing».
«Aunque la afirmación de que China ha detenido a millones de uigures étnicos en su región de Xinjiang se repite con una frecuencia cada vez mayor, está poco chequeada», dicen los autores, Ajit Singh and Max Blumenthal, que es el editor del medio. «Una mirada más cercana a la cifra y a cómo se obtuvo revela una seria deficiencia en los datos».
Agregan que esta afirmación, tratada como «inexpugnable en Occidente», se basa en «dos ‘estudios’ muy dudosos»: uno de la Network of Chinese Human Rights Defenders, organización respaldada por el gobierno de Estados Unidos, que sostiene su estimación en la entrevista a ocho (sic) personas, y otra investigación fundamentada sólo en «dudosos informes periodísticos y especulaciones».
El segundo informe, aclara The Gray Zone, «fue escrito por Adrian Zenz, un cristiano fundamentalista de extrema derecha», quien «cree que está ‘dirigido por Dios’ en una ‘misión’ contra China».
Singh y Blumenthal relacionan a Zenz con organizaciones filonazis de Europa y rastreando las fuentes de su informe encuentran al Movimiento Islámico del Turquestán Oriental (ETIM, por sus siglas en inglés), «un grupo separatista que tiene como objetivo establecer una patria independiente en Xinjiang llamada Turquestán Oriental» y que es considerado una organización terrorista con vínculos con Al Qaeda por el Comité de Sanciones de Al Qaeda de los Estados Unidos, la Unión Europea y el Consejo de Seguridad de la ONU.
La relación entre el Movimiento Islámico del Turquestán Oriental y facciones uigures ha aparecido en medios occidentales como Associated Press, que informó que desde 2013 miles de uigures han viajado de China a Siria para entrenar y luchar junto a Al Qaeda.
Sería una especie de comedia de enredos que los parlamentarios norteamericanos condenen a China porque China tome medidas preventivas contra la organización acusada de tirar abajo las Torres Gemelas.
En la misma nota de Associated Press se sostiene que, según sus funcionarios, «China también es víctima del terror», y que los uigures «están influenciados por la ideología yihadista global».
En el documento en que se defiende de las acusaciones de mantener a uigures en campos de concentración, China sostiene que «el terrorismo y el extremismo son los enemigos comunes de la humanidad, y la lucha contra el terrorismo y el extremismo es una responsabilidad compartida de la comunidad internacional». Asimismo, asegura que Xinjiang es «un campo de batalla» clave en la lucha contra el terrorismo en China, por lo que se han establecido «centros de educación y formación profesional de conformidad con la ley para evitar la propagación del terrorismo y el extremismo religioso, frenar de manera efectiva los frecuentes incidentes terroristas y proteger los derechos a la vida, la salud y el desarrollo de las personas de todos los grupos étnicos».
No le conviene a Argentina carecer de un análisis y una posición frente a este asunto, teniendo en cuenta el peso que Estados Unidos y China tienen en el mundo y en las relaciones exteriores de nuestro país, y no olvidando que por lo menos desde el 17 de marzo de 1992 estamos en el mapa mundial del terrorismo.
A los argentinos nos beneficiará que el nuevo gobierno no se entregue a la presión de tomar partido ni a demonizar a los actores en juego. Será inteligente asumir este tema con la soberanía que da un pensamiento crítico. «
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