El país que aparecía como modelo, Chile, estalló tras un aumento en el precio del transporte. No eran 30 pesos, eran 30 años.
El regreso del MAS al gobierno de Bolivia en octubre de 2020, tras el golpe contra Evo Morales un año atrás, el triunfo del banquero Guillermo Lasso en Ecuador en abril pasado, el proceso constituyente chileno, las manifestaciones contra el presidente colombiano Iván Duque y el triunfo del maestro Pedro Castillo en la segunda vuelta de Perú configuran la cartografía política más fresca de la región. O una expresión compartida de “malestar social”, como lo traduce Emilio Taddei, doctor en Ciencias Políticas por el Instituto de Estudios Políticos de París.
“Lo que se está reflejando en los procesos electorales, con el triunfo de fuerzas de izquierda y centroizquierda en Chile y Perú, es la condensación del malestar provocado por una nueva ola de contrarreformas neoliberales, que se ha visto enormemente potenciado por los efectos sociales y económicos de la pandemia”, señala. En este sentido, el investigador del Instituto América Latina y el Caribe (IEALC) de la UBA destaca la “emergencia de un nuevo ciclo de conflictividad” originado en 2019 en Chile y Ecuador que, incluso en plena pandemia, se extendió a otros países, como Haití, Paraguay y Brasil.
Hasta el momento, la confrontación entre las fuerzas progresistas y las derechas latinoamericanas arroja un resultado para nada concluyente. “Es un nuevo momento político. Es difícil hablar de empate porque la situación es compleja y heterogénea”, dice Taddei, en alusión a una suerte de juego de contrapesos en el que los presidentes de dos potencias regionales como México y Argentina, aun con sus diferencias, parecen compensar el accionar de su par brasileño.
Para el sociólogo Javier Calderón, investigador del Centro Latinoamericano de Geopolítica (CELAG), se trata de “olas de ascenso de los sectores populares que a veces retroceden y es cuando la derecha avanza”. “En eso estamos en las últimas dos décadas. La característica de la ola actual es que los países que no cambiaron en la década pasada –Chile, Perú, Colombia y México– empiezan a dar un giro y para romper con el modelo neoliberal combinan la protesta social con movimientos políticos de izquierda y progresistas mucho más diversos que en la década pasada”, asegura.
La otra cara de esta ola, continúa Calderón, es la tendencia de las derechas a descreer de las pautas democráticas: “Keiko Fujimori, Jair Bolsonaro o Patricia Bullrich, que comienzan a mostrar su desacuerdo porque los sectores populares avanzan en la lucha electoral, están posicionando la idea del voto cualificado”. Taddei coincide en que “el ciclo democrático quedó atrás para las derechas” y menciona “la estrategia golpista en marcha” en Perú, donde Fujimori se niega a reconocer los resultados oficiales.
Por su parte, la historiadora Patricia Funes sostiene que las fuerzas conservadoras de la región comparten “el cuestionamiento de los Derechos Humanos, garantes ineludibles de la democracia, los movimientos de mujeres y diversidades y todas las políticas de ciudadanías más inclusivas y más polifónicas”. Es decir, un choque con aquellas políticas que en mayor o menor medida explicaron la sintonía ideológica que primó entre los gobiernos de América Latina en las primeras décadas de este siglo.
“Tampoco es azaroso que en los últimos años los proyectos neoliberales hayan perforado sistemáticamente la integración regional con sus meritocracias, individualismos y sus miradas bilaterales al norte”, apunta la titular de la materia Historia Social Latinoamericana en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Sin embargo, observa en espacios como el Grupo de Puebla –conformado en oposición al Grupo de Lima–, en las movilizaciones que tomaron las calles del continente y en las decisiones de los electores “una inflexión favorable a los proyectos asociativos y a las articulaciones regionales”.
Aunque este panorama recién terminará de aclararse en octubre de 2022, cuando los brasileños elijan a su próximo presidente en una contienda que con seguridad volverá a elevar los niveles de polarización. “Brasil es un actor imprescindible”, aclara Funes, “y la derrota de (Donald) Trump en Estados Unidos dejó más solo a Bolsonaro”. “Como contraparte, la figura de Lula da Silva, a mi juicio uno de los líderes más inteligentes, afectivos y sabios que ha dado la historia de la región, no deja de crecer e ilusionar”. «
EE UU quiere volver
El presidente Joe Biden comienza a desplegar una política exterior que intenta romper con el legado de Donald Trump, quien minó las relaciones con sus aliados tradicionales y privilegió los asuntos domésticos. En América Latina, los primeros pasos dejan entrever continuidades y quiebres. La politóloga Victoria Murillo, directora del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, sostiene que “se ve un regreso a las políticas en las que el Departamento de Estado tiene un peso más importante, con un énfasis en México y Brasil”.
“El hecho de que América Latina esté en un momento de tanta fluidez y crisis de representación hace que EE UU busque interlocutores en la región. Cualquier país que hable un lenguaje similar al de la administración demócrata también tiene una cierta oportunidad de cooperación en temas como el BID. Es una oportunidad también para Argentina”, explica. Sin embargo, para Murillo, la prioridad será en Centroamérica y el asunto migratorio. Su colega Emilio Taddei considera que lo que intenta la administración demócrata «es recuperar terreno con respecto a las posiciones que China ha ido ganando en la región. La política exterior de Biden, en particular hacia el Caribe, que la burguesía norteamericana considera una zona de influencia natural, se va a agudizar. Y eso puede ser fuente de tensiones con algunos de los gobiernos progresistas en América Latina”, dice.
El académico señala que “toda la atención que EE UU les está prestando a los pesqueros chinos en el Atlántico Sur pone en evidencia la intención de promover una retórica que potencialmente podría generar un conflicto que obligue al gobierno argentino a un posicionamiento más claro en favor de la política exterior norteamericana”. Una estrategia que en su opinión se vincula con la renegociación de la deuda con el FMI y el eventual apoyo de Estados Unidos a la posición argentina.
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