El gobierno no cumple sus promesas de campaña ni con las nuevas leyes que impulsó: crece la violencia urbana y las prisiones están hacinadas.
La nueva política de criminalización hizo que a mediados de este año el país superara sus propios récords para alcanzar un índice de prisionización de más de 400 presos por cada 100 mil. Un informe que el Ministerio del Interior elevó la semana pasada a la Comisión de Seguimiento Carcelario del Congreso incluyó un dato que augura un explosivo fin de año, con cárceles atestadas: cada semana ingresa un promedio de 100 condenados al Centro de Diagnóstico y Derivación, el órgano encargado de determinar el futuro sitio de reclusión. Son algo más de 14 por día, lo que preanuncia que 2022 cerrará con 5.200 nuevos reclusos, llevando el total de presos a casi 20 mil. Esto seguramente hará estallar a un sistema que ya padece un nivel de hacinamiento que en algunas cárceles supera el 120%.
Más allá de las cifras, que de alguna manera ya aparecían perdidas en informes oficiales y en los reportes de la Oficina del Comisionado Parlamentario para el Sistema Carcelario, fueron los relatos orales de los funcionarios los que describieron al grupo legislativo un panorama siempre imaginado pero nunca explicitado. El director del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), Luis Mendoza, destacó que un alto porcentaje de los “delincuentes altamente peligrosos” que ingresan a las cárceles presenta claros signos de subalimentación que hacen que durante varios días no puedan coordinar lo que quieren decir. “Vienen de vivir en situación de calle, sin dormir, sin abrigos mínimos y sin haber tenido ni una sola persona con la cual hablar durante largos períodos”, dijo.
“Los problemas se multiplican cuando a las carencias de todo tipo se les agrega alguna adicción. Hay un porcentaje altísimo de reclusos que es adicto a algo”, explicó Jaime Saavedra un reconocido experto que ha consagrado su labor investigativa al estudio de la vida en las cárceles de distintos países. Refiriéndose concretamente al caso uruguayo, Saavedra señaló que hay que estimar que al menos un 70% de la población carcelaria está en la lista de los “adictos a algo”. De esos miles, “sólo 254 reciben algún tipo de tratamiento de parte de equipos de trabajo altamente especializados pero que tienen carencias de todo tipo para abordar una tarea de semejante entidad”.
Ante tal cuadro no sorprende que, desde el año pasado, el gobierno esté mostrando números que delatan la deficiencia de sus estrategias en materia de seguridad y política carcelaria. El número de asesinatos, hurtos y muertes violentas y suicidios dentro de las cárceles crece desde 2020, coincidiendo con la asunción de Lacalle. El índice saltó desde un 46% en ese año a un 59% en 2021 y un 71% en lo que va del actual. Morir en la cárcel pasó a ser una eventualidad cada vez mayor, y en eso tiene mucho que ver el hacinamiento –no hay ninguna cárcel del país que no presente escandalosos índices de ocupación–, producto de una estrategia de la represión fácil que ha llevado, según Saavedra, a que “Uruguay sea un alumno ejemplar a la hora de encarcelar a sus ciudadanos”.
A medida que aumenta la población carcelaria, las principales variables se deterioran de forma creciente. La nave insignia del gobierno –la Ley de Urgente Consideración exhibida como la clave del buen vivir– contempla al narcomenudeo como la llave de todos los males e impuso un grosero aumento de las penas por delitos menores, entre ellos los vinculados con el narcotráfico. Los analistas del tema adjudican un rol primordial a las mujeres, madres solteras generalmente, que con la venta de drogas al menudeo ayudan desde su rol de jefas de hogar a mantener el pobre vivir de sus hijos. Esto explicaría, por un lado, el bajo nivel de edad (menos de 29 años) de la desbordante población carcelaria uruguaya y, por otro, su participación dominante en la composición de los nuevos “delincuentes”: mientras el crecimiento masculino fue del 6,3% el femenino fue de 27,1%.
Un asesor de la Comisión legislativa relató que más de la mitad de los condenados que aguardan por su sitio de reclusión “llegan de la calle descalzos y semidesnudos, vestidos apenas con un short”. Con la ayuda de organizaciones como el Emaús se los viste antes de entrar a sus celdas, pero en pocos días ya no tienen nada: “todo, de los colchones a los cepillos de diente que se les entrega es canjeado con los ‘poderosos’ de la cárcel a cambio de una pizca de pasta base o una cebadura de yerba para el mate”, dijo el asesor. Así como el Emaús presta una asistencia invalorable, “se pensó en cierto momento que los pastores pentecostales podrían cumplir un rol similar. Se les abrió las puertas, pero ahora están bajo la lupa, sospechados de todo, incluso de traficar junto con quienes siguen en libertad”.
Restan sólo poco más de dos meses. El 2 de octubre de 2022 serán las elecciones presidenciales en Brasil. El próximo viernes se vencerá el plazo para hacer alianzas. Y en las últimas horas se oficializaron las últimas candidaturas.
Por un lado, el Partido de los Trabajadores (PT) y el Socialista de Brasil (PSB), oficializaron la fórmula de candidatura de Luiz Inácio Lula da Silva y Geraldo Alckmin, durante la convención de esta última formación en un hotel del sur de Brasilia. Tal como se aguardaba, fue confirmada por unanimidad y ante la presencia de ambos candidatos, diputados de ambos partidos, así como también de otras formaciones políticas que integran la coalición de apoyo al expresidente Lula.
Son largamente los favoritos según todas las encuestas, con una intención de votos de 47%, a sólo tres de ganar en primera vuelta, con 18% de ventaja sobre Jair Bolsonaro. Justamente el actual presidente, formalizó su candidatura a la reelección en un acto de su partido, el derechista Partido Liberal, en Río de Janeiro con un discurso centrado en Dios, las armas y la familia. La nominación se produce mientras lanza ataques sobre la fiabilidad del sistema de voto electrónico del país, lo que pone en duda que acepte la derrota. Y reitera una frase elocuente: «Es un Ejército que no acepta la corrupción, no acepta el fraude. Es un Ejército que quiere transparencia».
Los candidatos oficializados son: Lula (PT), Jair Bolsonaro (PL), Ciro Gomes (PDT), André Janones (Avante), Eymael (Democracia Cristã), Felipe D’Avila (Novo), Leonardo Pericles (Unidade Popular), Luciano Bivar (União Brasil), Pablo Marcal (Pros), Simone Tebet (MDB), Sofía Manzano (PCB), Vera Lúcia (PSTU).
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