Un informe de la Fundación Ebert afirma que cerca del 10% de los alemanes vindican a la ultraderecha y se manifiestan por una dictadora supremacista: hace sólo dos años no superaban el 3 por ciento.
Ahora, la Fundación Ebert, afín al social demócrata SPD, ratificó en su clásico sondeo de año por medio sobre la evolución del pensamiento de los alemanes que casi el 10% se declara nazi. En concreto, el 8,3% de los alemanes –en los otros países europeos donde las expresiones nazis cobran fuerza bajo el indefinido rótulo de “neo nazis” no se han atrevido a emular la encuesta de la Ebert– se manifiesta decididamente de ultraderecha, cuando en el sondeo de 2021 el índice era del 2 por ciento. Ahora, además, pasan en limpio sus ideas y “el 6% se expresa a favor de una dictadura con un partido fuerte y un líder carismático”.
¿Una reencarnación de Adolf Hitler, acaso? Algo más del 16% reivindica la “superioridad nacional de Alemania”, pide “por fin de nuevo tener valor para imponer un fuerte sentimiento de identidad nacional y una política cuyo objetivo primordial debiera ser el de dotar al país del poder y de la importancia que se merece”. Todo eso analiza la Universidad de Bielefeld, autora de la investigación encomendada por la fundación social demócrata. En 2021 era sólo el 3%.
Ese 6% partidario del establecimiento de una dictadura supremacista se definió como claro exponente del darwinismo social, y cuando se le pidió expresamente que clarificara su pensamiento dijo que “hay una vida valiosa y otra vida no valiosa”. Los investigadores explicaron que ha crecido la zona gris entre el Sí y el No a la aprobación de expresiones de ultraderecha. En este caso, el 10% registrado hace dos años pasó ahora al 15,5%. El psicólogo social Andreas Zick, autor de un estudio titulado “El extremismo de derecha es una cuestión de dinero”, señaló que el vuelco ultra (el 48%) se da mayoritariamente entre quienes tienen ingresos más bajos. Esto va unido a una caída de la confianza en las instituciones y el funcionamiento de la democracia.
“Hasta hace no muchos años en Alemania había un definido consenso sobre lo que eran o no conductas ultra derechistas. De pronto observamos cómo cada vez más ciudadanos que se auto identifican como de centro, y se enorgullecen de ello, consideran que es ‘normal’ defender posturas históricamente propias del ultra derechismo”, explicó Beate Küpper, otra de las responsables de la Universidad de Bielefeld que condujo la encuesta encargada por la Fundación Ebert. El equipo de investigadores universitarios observó una “acelerada corrosión procedente de los extremos hacia el centro, que deja en peligro a la democracia alemana”, y puso énfasis al destacar que “algunos, muchos de estos parámetros o actitudes, son compartidos por la llamada izquierda radical”.
«Esto recién empieza»
Repasando los hallazgos de la investigación quedó claro y probado que entre los posicionamientos identificables como ultraderechistas –nazis en el caso de Alemania– pero ya extendidos al centro de la sociedad, a la orgullosa clase media germana, se encuentran cuestiones como la consideración de la dictadura, con un partido y un líder fuertes como un modelo político legítimo, o el hecho de que un 16% de la población reconozca sentimientos negativos hacia los inmigrantes, especialmente de Asia, el este de Europa y África. Un 34% dice que el solo hecho de recibirlos implica introducir en Alemania a un grupo de enemigos. Es aquí, en el capítulo del odio al extranjero, que se cuela el concepto de que “hay vidas valiosas y vidas no valiosas”.
Todas las “confesiones” recogidas no se dan sólo en el marco del supuesto anonimato garantizado por las encuestas, que ya dan a la AfD al mismo nivel electoral nacional que el SPD. Se vuelven bien concretas como cuando en Sonneberg, un distrito del estado central de Turingia con 48 mil electores, el candidato del nazismo le dio a su partido, a su ideología, sobre todo, el primer éxito electoral para un cargo electivo desde 1932. Robert Sesselmann recogió un envidiable 52,8% de los votos y ahuyentó los fantasmas que desde su creación como brazo político legal del nazismo, en 2013, perseguían a AfD, que siempre había votado con la soga al cuello de no poder alcanzar el umbral electoral que le garantizara seguir en pie hasta la elección siguiente.
No muy afectos a festejar los grandes acontecimientos, salvo si de fútbol se trata, al día siguiente de la elección en Sonneberg un militante nazi visitó los jardines de infantes de la ciudad y repartió entre los pequeños los globos azules sobrantes de la campaña electoral de Sesselmann, con el logotipo del AfD en blanco y bien grande. Se movilizaba en un llamativo vehículo coronado con la leyenda “Wehrmacht wieder mit” y la fotografía de un soldado nazi no identificado. La frase alude al nombre de las fuerzas armadas unificadas de la Alemania nazi entre 1935 y 1945 y, aggiornado, quiere decir “el Wehrmacht vuelve de nuevo”. Con una inocencia cuasi cómplice, el máximo referente de la comunidad judía organizada, Josef Schuster, se consoló diciendo que “sus líderes son nazis, pero sus votantes no”. Bien concreto, en cambio, el jefe local de AfD adelantó que “esto recién empieza”.
Las fronteras y los intereses rusos siguen siendo regiones en disputa, mientras prosigue la guerra en Ucrania. Más de la mitad de la población de Nagorno Karabaj dejó ese enclave en Azerbaiyán luego de que el líder de esa región de mayoría armenia, Samvel Shajramanyan, anunció la disolución de «todas las instituciones gubernamentales y organizaciones locales a partir del 1 de enero de 2024». Esto confirma que la república de Artsaj, como la denominaron los armenios, deja de existir luego de más de tres décadas. El primer ministro armenio, Nikol Panishinian, aseguró que en los próximos días no quedará ningún poblador de esa nacionalidad: los que estaban eligieron escapar de lo que avizoraban sería una limpieza étnica por parte de los azeríes.
En otro territorio donde el término “limpieza étnica” no es ajeno, como los Balcanes, la Otan reforzó sus fuerzas en Kosovo mientras EEUU exigió a Serbia el retiro de sus tropas de la frontera. «Vemos un gran despliegue militar serbio a lo largo de la frontera con Kosovo», incluyendo la instalación «sin precedentes» de artillería, tanques y unidades de infantería, adujo el portavoz del Consejo de Seguridad Nacional estadounidense, John Kirby.
Kosovo fue provincia de Serbia hasta que en 2008 declaró unilateralmente su independencia. La guerra civil habia dejado un saldo de al menos 13.000 muertos, la mayoría albaneses. En 1999 la Otan bombardeó Belgrado sin apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU. La independencia de Kosovo fue reconocida por unos 100 países. Sin embargo Argentina, Brasil y la mayoría de las naciones latinoamericanas, al igual de Rusia y China, consideran que Kosovo es parte de Serbia.
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