Sus dirigencias incursionaron en una nueva forma de comunicación política: el contra marketing.
Fue durante el frío invierno de 2007 cuando el gobernador de Neuquén, Jorge Sobisch –ya manchado por el crimen del maestro Carlos Fuentealba–, le propuso pelear por la gobernación bonaerense en la lista que encabezaba como candidato a presidente, y hasta supo ofrecerle una compensación crematística por el lucro cesante que las horas de campaña le quitarían a sus tareas de falso ingeniero. Las elecciones fueron el 28 de octubre.
Aquel día, Sobisch arañó el séptimo lugar con el 1,40% de los votos y Blumberg apenas obtuvo el 1,26 %.
Ya por la noche, en el desolado bunker partidario, Blumberg reclamó su estipendio. Pero, en vez de dinero, Sobisch le dio un cachetazo tan fuerte que fue a dar al piso. No es una metáfora: así concluyó el lazo entre ellos.
A más de tres lustros de semejante experiencia, el pobre Blumberg fue protagonista de otra desilusión: Javier Milei, por quien se sentía subyugado, le terminó por pedir miles de billetes verdes por una candidatura. Pero esta vez no se dejó timar y con su denuncia pública, junto a la de otros libertarios que anhelaban cargos electivos, puso al «León» –tal como a Milei le gusta que lo llamen– en el grave aprieto político y penal que lo envuelve actualmente. Lo que se dice «fuego amigo».
Hay quienes piensan que ello podría derivar en el desplome definitivo del hombre que vino a combatir «la casta». Un destino ingrato para quien, a través de su visión estrambótica del mundo, supo dejar una huella imborrable: el corrimiento hacia la derecha del discurso esgrimido por la oposición en su conjunto. Su signo más visible: la promesa, casi a coro, de gestionar –en caso de llegar al Sillón de Rivadavia– las peores calamidades para así obtener los votos de sus futuras víctimas. Una tendencia ya en pleno desarrollo e incluso naturalizada por esa imprecisa categoría sociológica denominada «la gente». Pero sobre este asunto no está todavía dicha la última palabra.
En medio de tal circunstancia, se viralizó un video de Franco Rinaldi, el influencer con discapacidad de Juntos por el Cambio (JxC) que encabeza la lista de precandidatos a legisladores porteños en la boleta de Jorge Macri (el pollo de Patricia Bullrich en la CABA). Allí, en tono de stand up, arremete contra la homosexualidad, vomita xenofobia y concluye con una pregunta: «¿Qué hago con la Villa 31?», para añadir la solución a boca de jarro: «Lanzallamas». Una hermosura de persona.
Pues bien, sus dichos merecieron un sobreactuado repudio de seres bien pensantes, como José Luis Espert (el profeta de «la bala y la cárcel»), Horacio Rodríguez Larreta (el profeta de la «represión inteligente») y Martín Lousteau (el profeta del «ajuste evolutivo»), quien incluso exigió su retiro del listado de candidatos.
¿Acaso Rinaldi había cometido el pecado de expresar sin disimulo todo lo que ellos realmente piensan y (aún) no se atreven a decir?
Por lo pronto, este «sincericidio» le valió ser acribillado por sus propios correligionarios. O sea, otra andanada de «fuego amigo».
Dicho sea de paso, se trata de una reciente modalidad del tiro al blanco, algunos de cuyos hitos bien vale refrescar: la advertencia de Elisa Carrió sobre el plan del macrismo de poner en marcha «un ajuste muy brutal, para el que habrá que reprimir, y por eso vamos a terminar en un juzgamiento por delitos de lesa humanidad». O la autocrítica de HRL sobre que «el modelo de Macri fracasó». O cuando Patricia Bullrich calificó a éste de «ventajero, oportunista deleznable y de una gran bajeza moral». O la vez que Miguel Ángel Pichetto describió a ésta como una «populista de derecha» (justo él). O las acusaciones de la precandidata bullrichista a gobernadora de Santa Fe, Carolina Losada, a su competidor en las PASO, Maximiliano Pullaro por –según ella– sus «vínculos con el narcotráfico». Un capítulo aparte merece el mismísimo Milei, quien –ya enlodado por su estafa piramidal con la venta de candidaturas– no vaciló en gatillar una ráfaga de acusaciones por Twitter que alcanzó a Augusto Rodríguez Larreta (el hermano menor del alcalde porteño), a Christián Coelho (el secretario de Medios de la Ciudad) y a Edgardo Cenzón (un ex funcionario bonaerense ligado a María Eugenia Vidal), a los que llama «recaudadores de coimas, repartidores de sobres y lavadores de dinero».
Sin ninguna duda, a todos ellos les asiste la razón.
Lo cierto es que, tanto al calor de la furiosa interna que divide a JxC como por el estilo belicoso de La Libertad Avanza (LLA), sus dirigencias han incursionado en una nueva forma de comunicación política que bien se podría denominar «contra marketing». Una suerte de autocrítica involuntaria en base a acusaciones cruzadas. Un juego de espejos que, en conjunto, refleja –más que las denuncias de sus enemigos «populistas», más que los descubrimientos del periodismo de investigación y hasta más que cualquier expediente judicial bien instruido– las miserias, las bajezas y las trapisondas de quienes circulan en las cúpulas de dichos espacios políticos.
Al igual que Saturno, la ultraderecha devora a sus criaturas. «
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Excelente como siempre el Sr. Ragendorfer.