Hablar de Facebook es hablar de su creador, aquel que hace apenas cuatro meses le cambió el nombre a su primogénita para anunciar lo próximo: "el más allá". El sueño del supra Estado propio.
Mark Elliot Zuckerberg nació el 14 de mayo de 1984. Comenzó a programar a los 12 años, en 2002 ingresó a Harvard y en 2004 lanzó con sus compañeros de habitación de Universidad The Facebook, una red social creada para permitirles conocer chicas a esos jóvenes. En solo dos semanas, dos tercios de Harvard estaba conectada y ese mismo verano se integraron 30 universidades más.
Zuckerberg es (como Jack Dorsey de Twitter, Evan Spiegel de Snapchat y todos los creadores de redes sociales) un nerd que podría estar detrás de las caretas de Annonymous. Habla el lenguaje de ellos, se viste como ellos y decía pensar como ellos. Bien pudo haber sido protagonista de The Big Bang Theory, el producto con el que la industria cultural le dio a esa cultura geek el acceso al mainstream. De hecho, no es casual que la serie, nacida en 2007, muestre esos primeros años en que solo un grupo de desclasados sociales usaban Facebook y que para ellos existiera tal cosa como “estar en una relación” dentro de una plataforma. Los Quarterbacks y las porristas, es decir, los populares, no estaban ahí. No tenían Facebook. Facebook (con sus estatus amorosos, sus aplicaciones asociadas, el “are you interested”, que funcionaban como un proto-Tinder) era el lugar donde el nerd protagonista de la primera Internet consiguió sexo.
Y eso no es poco. Hablando mal y pronto, Mark y Jack hicieron coger a los «incogibles». Facebook y Twitter les dieron el aura social de influencers y personalidades a aquellos que no podían ganar en la interacción social tradicional. Para el desclasado, el que no había conseguido nunca prestigio social, las redes se convirtieron en sinónimo de éxito. Un éxito distinto, claro. Un éxito vestido de fracaso pero con todas las condiciones relacionadas a a la victoria. Gracias a Facebook primero, y luego al resto de las redes sociales, la avanzada del ejército cyberanarquista tuvo sexo, ganó dinero, consiguió trabajo, amigos (o esa nueva categoría que el propio Zuckerberg le imprimió al Siglo XXI) y presencia en las discusiones públicas.
Para 2008, Facebook había crecido tres veces más rápido que el My Space del magnate Rupert Murdoch. Zuckerberg se hace multimillonario y trepa rápidamente al top de la lista Forbes de ricos. En 2010, Time elige al cerebrito como personaje del año y en 2012 FB es valuada por primera vez en 100 mil millones de dólares. Pero no es esto lo que vuelve a Zuckerberg un hombre poderoso. Lo que lo hace descomunal es que lleva su juguete al olimpo de las creaciones con dominio cultural y le imprimió estética y lógica a lo que es hoy el corazón de las corporaciones más poderosas que la humanidad haya conocido jamás, Sillicon Valley. Y desde ahí moldeó e instaló la nueva forma de interacción social del planeta.
Zuckerberg era la persona que podía manejar los datos privados del mundo, destrozar a su favor el mercado entero de publicidad, quedarse con ella, segmentarla para ganar cuando todos perdieran, apurar a los legisladores de los EE UU con su “bueno, regulen esto. No me dejen a mí la responsabilidad de decir qué sí y qué no” y silenciar al hombre de Estado más poderoso de la Tierra. Donald Trump podía apretar el botón rojo pero no era capaz de postear en Facebook. Para inicios de la segunda década del siglo, Zuckerberg se había colocado por encima de los Estados.
Zuckerberg y más allá
Más que con otras empresas, para hablar de Facebook es obligatorio hablar de su creador. Para trazar un perfil de la compañía hay que trazar uno de la persona porque Facebook es Zuckerberg. Y esto que se dice rápido y fácil tiene un pliegue simbólico poco mencionado: Facebook repone una tradición simbólica que la humanidad necesita para saber a quién odiar. Zuckerberg nos devuelve lo que nos había quitado el capitalismo financiero y globalizado: una empresa con dueño conocido, con nombre propio y con cara conocida. Toma aquello del capitalismo de inicios del Siglo XX para volar directo al XXI y construirlo.
Allá por 2009, cuando la red social no era el emporio de hoy, algunos ojos atentos empezaban a mirar con atención el fenómeno y observaron que uno de quienes había metido una inyección de dinero a Facebook era Howard Cox, miembro del directorio de In-Q-Tel, una empresa que, aunque suene a teléfono, era en realidad el brazo de inversiones de capital de riesgo de la CIA. Aquello hizo pensar (porque así se leía aún a las comunicaciones por esos años) que el Estado de los Estados Unidos a través de la CIA estaba detrás. Era lógico, no se nos ocurría que pudiera existir una red de espías más poderosa que la Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Por eso se puso atención a este personaje y no tanto a otro. Se pasó por alto a un tal Peter Thiel, uno de los directores de Facebook, un alemán nacionalizado estadounidense, presidente de PayPal, fundador de The Sunday Review y un fanático anti regulación. Y al no ponerle atención a él, se minimizó lo que él sostenía y que sonaba a delirio. Él decía que su objetivo era reemplazar el mundo real por el mundo virtual.
Aquello que por 2009 no mereció relevancia o que incluso pudo generar alguna carcajada burlona es lo que hoy nos presenta Zuckerberg: el mundo META, que quiere decir sencillamente “más allá”.
Para este nuevo mundo al que Zuckerberg nos lleva inventó la computadora más poderosa y más rápida del mundo, la Al Research SuperCluster (RSC), una supercomputadora con Inteligencia Artificial que puede multiplicar por 20 su capacidad actual de procesamiento de datos y es capaz de hacer trillones de operaciones por segundo
El jueves 28 de octubre, Facebook cambió de nombre y los titulares se detuvieron en eso. Pero lo que en realidad sucedió fue que ese día Zuckeberg decretó el fin de época de las redes sociales digitales y nos avisó la llegada de una nueva era: la del metaverso.
Mark quería construir un supra Estado pero como no le resultó del todo eligió otro camino: crear un universo paralelo. “Facebook es uno de los productos más utilizados en la historia del mundo. Es una marca icónica de redes sociales, pero cada vez más, simplemente, no abarca todo lo que hacemos”, nos dijo. “Hoy se nos ve como una empresa que crea tecnología para conectar a las personas. Y el metaverso es la próxima frontera, al igual que lo eran las redes sociales cuando comenzamos”.
“No amamos mucho a Mark”
Para abordar el poder de los fenómenos comunicacionales, se deben tener en cuenta al menos dos aspectos: el dinero, por un lado, y la penetración cultural, por el otro. Al ver esos dos planos se comprende por qué siempre ha habido empresas o personas de más dinero que los emporios de medios pero no con más poder. En este caso estamos ante una etapa no solo superadora de este paradigma sino que también de otro orden: las TECH se devoraron o están devorando en un trámite a los oligopolios de medios.
Es bastante inevitable que los obsesivos de estos temas seamos fans de la serie Succession. El odio indisimulado de los King Kong mediáticos hacia los Godzilla de Sillicon Valley es junto a la trampa intrafamiliar el corazón argumental de esta ficción. En la última temporada tiene lugar una escena memorable que pinta en detalle lo que el mundo de hoy vive y en cuyo centro está Zuckerberg.
El magnate de medios Logan Roy y su hijo Roman se hacen “una escapadita” a la fabulosa mansión Villa La Cassinella en el lago Como de Lukas Mattson (un Elon Musk ficcionado bastante más guapo que el real). La escena comienza con este megamultimillonario de las TECH hablando de, así lo llama, Mark. “¿Ustedes conocen a Mark, no?”, les pregunta. Logan mantiene su permanente cara de fastidio y Roman responde desde atrás “sí, pero no amamos mucho a Mark”. Luego este Mattson-Musk va al grano y hace que la ficción ponga en palabras lo que piensa Sillicon Valley del territorio mediático que los TECH con el Zuckerberg real a la cabeza están aplastando. “No quiero ser ofensivo porque usted es una leyenda, pero no creo que usted tenga la tecnología o la orientación para llegar a donde debemos. Puede que nosotros no tengamos el contenido pero volamos en un cohete y usted no está en condiciones de ser un jugador en el mundo TECH porque su empresa es vieja”.
Dejar atrás o devorarse -según sea el caso- el mundo “viejo” es lo que Zuckerberg inventó.
Concibió que miles de millones de seres humanos diéramos gustosos y de modo voluntario toda nuestra información, hasta la más íntima, no solo en el modo consciente que implica relatarla en nuestras redes sociales, sino -y lo más importante- alimentando a base de scrolleos, likes y tiempo de lectura al algoritmo que luego nos lee y nos segmenta para que la inteligencia artificial nos entregue como presa a la publicidad personalizada.
Ideó una nueva escala de masividad. De los millones potenciales que tenían los medios como objetivos, nos llevó a la nueva concepción: 2000 millones de usuarios activos en Facebook, 2000 en Whatsapp, 1200 en Instagram y 1300 en Facebook Messenger.
Resignificó a nivel planetario una de las palabras más caras de la humanidad. Sin sonrojarse agarró el concepto “amigo” y al colocarlo en el territorio virtual obligó al territorio físico a tener que aclarar a qué se refería específicamente al usar el término.
Y lo más importante: nos hizo producto, objetivo de consumo, receptores y emisores. Todo al mismo tiempo. Nos hizo combustible de la propia industria que nos vende. Porque esta empresa, que de venderse debería ser valuada en dos o tres PBI de la Argentina, ¿qué fabrica? ¿Qué produce? Nada más y nada menos que vínculos, relaciones. Nos vende a nosotros mismos en sociedad. ¿Cuánto vale ahora algo que ya nadie resignaría? ¿Cuánto vale lo que nosotros mismos somos en el siglo XXI? «
Facebook es la tercera página más visitada del mundo. Posee el mayor archivo fotográfico de la historia de la humanidad, con más de 25 mil millones de fotos. Creó su propio robot que se mueve sobre el cableado eléctrico para desplegar la fibra óptica en cables de alta tensión. Domina Estados Unidos y Canadá pero Asia y África lideran la población de usuarios y el 38% de los usuarios es de Asia oriental. La mayoría usa la aplicaciones en el teléfono y los que más lo usan en ese dispositivo son los africanos. Y este último dato no es un detalle. Zuckerberg tiene una obsesión especial con ese continente
Había tenido un día largo y estaba por abordar un avión privado para viajar a Kenia cuando se enteró que un cohete de SpaceX (la compañía de Musk) que iba a llevar nada más y nada menos que un satélite propio de FB había estallado en la plataforma de lanzamiento.
Zuckerberg estaba furioso. Hizo caso omiso a las recomendaciones de su gente de relaciones públicas y posteó furioso para sus entonces 118 millones de seguidores: “Estoy aquí en África, profundamente decepcionado al escuchar que SpaceX falló en su lanzamiento destruyendo nuestro satélite”.
La ira no tenía tanto que ver con la pérdida de dinero o la demora o la reconstrucción. La furia era por no haber podido concretar su objetivo de ser quien diera conectividad a todo el continente. El fallo le había impedido al hombre que moldeó el siglo dar un nuevo paso en su camino de disputarle una nueva función al rol de los estados. Porque Zuckerberg no quiere emular a Luis XIV y ser el Estado. El quiere crear algo incluso por encima. Y lo está haciendo.</p>
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Muy buena nota
imaginate lo que cobra la base de datos