Desde un programa de colaboración con la Universidad de Kyoto para la búsqueda de nuevas terapias que complementen a la efectividad de una vacuna creada en Argentina contra el cáncer de piel, hasta un vegetal serrano que serviría contra el de mama, colon, ovarios y próstatas. Los equipos de investigadores argentinos siguen avanzando con más resultados claves para la salud.
Días atrás, en el marco del Día Mundial contra el Melanoma, se anunció que científicos argentinos trabajarán en el desarrollo de una vacuna recientemente aprobada contra el melanoma en colaboración con la Universidad de Kyoto (Japón).
La iniciativa es parte de un programa en conjunto entre la entidad nipona y el Conicet y la Fundación Sales para la búsqueda de nuevas terapias que complementen a la efectividad de la vacuna terapéutica contra el melanoma desarrollada por el doctor José Mordoh, tras una investigación que ha llevado más de 30 años.
La vacuna argentina contra el melanoma, cuya investigación básica se llevó a cabo en la Fundación Instituto Leloir y la investigación clínica en el Centro de Investigaciones Oncológicas de la Fundación Cáncer (FUCA), se basa en la inmunoterapia: la capacidad de generar en el sistema inmunológico de las personas una respuesta para enfrentar a este tipo de cáncer, el más grave de los basados en la piel.
“La vacuna está indicada para pacientes que fueron operados de melanoma y presentan un riesgo intermedio, es decir que pueden tener posibilidades de volver a tener melanoma”, señaló Mordoh.
El medicamento, que ya fue aprobado por la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica (Anmat) se encuentra en su etapa de producción.
«No hay dos personas iguales, por eso tenemos que ver qué vacuna necesita cada persona. Este es otro aprendizaje sobre el cual estamos trabajando», puntualizó el especialista.
En la década de los 80, el doctor Mordoh comenzó a trabajar en la inmunoterapia, y durante los 90, decidió centrar su investigación en melanoma, dado que las cifras de muertes por este tipo de cáncer iban en aumento. Luego de más de 30 años de investigación, logró desarrollar una vacuna terapéutica contra el melanoma para pacientes que ya fueron operados y que tienen un riesgo medio de recaída.
Con respecto a los futuros pasos, el médico señaló que “hace poco tuve la oportunidad de presentar en Japón los resultados de la vacuna. Estuve en la Universidad de Kyoto, donde se quedaron muy impresionados con nuestros resultados, y vamos a hacer proyectos en colaboración. Es una nueva era de mucho entusiasmo y de mucho aprendizaje. Siempre hay que estar aprendiendo y tratando de ver en qué medida cada cosa se puede aplicar, porque nadie tiene que morir antes de tiempo”.
Junto con Japón buscará mejorar la efectividad que actualmente posee la vacuna contra el melanoma para que cada vez más personas se beneficien con su aplicación. Para Mordoh llegó el momento de las vacunas antitumorales: «fue una intuición en ese momento, es una especie de reconocimiento pero que, por otro lado, no permite descansar en ningún momento porque van apareciendo cosas nuevas”.
En paralelo, otra investigación desarrollada por un equipo argentino va en buen camino. Y lo novedoso es también el insumo en que se basan: el trabajo de científicos de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y del Conicet demuestra que un componente de una planta conocida como “revienta caballos” es muy eficaz para inhibir un gen cuya mutación está detrás de cánceres de mama, colon, ovarios y próstata.
Los compuestos para tratar enfermedades tienen muchas veces su base en especies de plantas que llevan millones de años de ventaja en la carrera evolutiva. No siempre se da con aquel que sirva para curar o para aportar a la sociedad. Pero cuando ocurre, se abre un nuevo mundo. En este caso se trata de una planta que nace en los espacios serranos cordobeses. En el mundo científico se llama Solanum pseudocapsicum. Pero en el campo se la conoce como “revienta caballos”.
Como cuenta Lucas Gianre, para UNCienia, equipos interdisciplinarios del Centro de Investigaciones en Bioquímica Clínica e Inmunología (Cibici) y el Instituto Multidisciplinario de Biología Vegetal (IMBIV), ambos de la UNC y del Conicet, experimentaron con esta especie y obtuvieron resultados asombrosos: un componente del “revienta caballos”, un alcaloide llamado solanocapsina, bloqueaba las células que tienen mutado el gen BRAC2, responsable de la aparición de cánceres de mama, colon, ovarios y próstata, principalmente.
Así pudieron identificar cuál es el “blanco molecular”, el componente que es necesario bloquear para matar de forma selectiva las células cancerosas: se trata de la enzima dCK (Desoxicitidina Quinasa). El trabajo fue publicado a comienzos de este año en la revista Drug Resistance Updates.
“El proceso es como un mecanismo llave-cerradura. Encontramos la ‘llave’ indicada, que es solanocapsina, y que nos llevó a la ‘cerradura’, el blanco molecular con el cual interactúa, que es una proteína, la enzima dCK”, grafica Manuela García, doctora en Ciencias Químicas, investigadora de la UNC y una de las autoras del proyecto.
“Cuando tenés esta cerradura, se puede perfeccionar en el laboratorio una ‘llave’ mejor, un compuesto que sea más activo que la solanocapsina. Se crea una molécula decorada químicamente para que funcione de manera más activa, selectiva y menos tóxica”, acota.
La planta es conocida como “revienta caballos” por su toxicidad, crece en las sierras de Córdoba y se puede ver cerca de los corrales de las vacas, en lugares donde hay sombra. «Usamos toda la planta, incluidos los frutos, para extraer la solanocapsina”, menciona García.
El hallazgo permitirá crear nuevas drogas y terapias para tratar tumores que surgen cuando muta el gen BRAC2. Ya existe un tratamiento para tratar estas mutaciones, que también opera matando selectivamente las células dañadas, llamado inhibidores de PARP, con otro blanco molecular, otra “cerradura”. Sin embargo, se comenzaron a reportar casos de resistencia a dicho compuesto, por lo que el desarrollo de la UNC se convierte en una alternativa novedosa.
“Nuestro mecanismo de acción es diferente a los tratamientos actuales. Genera menos daño al DNA de las células normales que las terapias actuales, lo que se traduce en menos efectos secundarios para la persona que recibe el tratamiento. Lo probamos en distintos tipos de mutaciones y en todas fue muy activa, lo que nos indica que puede ser una muy buena terapia”, comenta otra de las autoras del experimento, Laura Guantay, becaria doctoral del Conicet e integrante del Cibici.
“Hay que tener en cuenta que cada tumor es único -agrega Guantay-. Desarrollamos un mecanismo que plantea vías alternativas para matar células mutadas, que muchas veces escapan a las drogas antitumorales porque, justamente, mutan”.
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