Una argentina elegida para integrar el organismo mundial de los climatólogos

Por: Gabriel Rocca

Inés Camilloni es climatóloga, investigadora del Conicet, profesora de la UBA y se ocupa de investigar las bases físicas del calentamiento global y el cambio climático.

Si seguimos la trayectoria en la que estamos ahora, los escenarios a los que nos enfrentamos son de olas de calor más severas y más frecuentes, sequías o inundaciones más graves, derretimiento del hielo. Es tan grave que algunos de los cambios identificados ya no son reversibles en los próximos cientos o miles de años, porque el derretimiento del hielo no lo vamos a recuperar”, expresa con preocupación, Inés Camilloni elegida recientemente como vicepresidenta del Grupo de Trabajo I del Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC), que se encarga de investigar las bases físicas del fenómeno.

Pero además, Camilloni, que es investigadora del CONICET en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA, UBA – CONICET) y profesora de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, también fue designada como representante de Sudamérica en el Comité Ejecutivo del IPCC, que es un núcleo todavía más restringido de conducción del Panel. “Es una responsabilidad muy grande sobre todo porque sigo los pasos de gente muy grossa que me precedió. Estuvo Vicente Barros primero, después Carolina Vera y ahora me toca seguir a mí con la bandera argentina en lo alto”, cuenta con orgullo.

Con la presentación en marzo de este año del Sexto Informe de Evaluación, el IPCC cierra un ciclo de trabajo que empezó hacia el 2015 y comienza una nueva etapa, el séptimo ciclo, que culminará para el 2030. “Creo que el 2030 va a ser un año clave que nos va a mostrar qué pasó con ese Acuerdo de París. Estamos encaminados a que la foto que nos muestre sea bastante poco agradable”, anticipa Camilloni.

– ¿Se están corroborando las proyecciones que hace algunas décadas vaticinaba el IPCC?

– Sí, lo que se dijo hace 30 años que iba a pasar es lo que los datos indican que está pasando. Eso le da solidez al vaticinio de que si seguimos haciendo las cosas como hasta ahora, el planeta se va a seguir calentando. En este informe, se hicieron importantes avances en términos de haber utilizado una nueva generación de simulaciones climáticas, que marcan con claridad que si continuamos en la trayectoria en la que venimos se va a configurar un escenario muy peligroso. El informe también tiene una suma de mensajes en el espacio de las soluciones. En ese aspecto está la mitigación, allí indica que la transición hacia energías renovables es el camino que tenemos que seguir, y muestra cómo fueron bajando sus costos, cómo se volvió más viable esa transición. Entonces, lo que uno puede leer es que son las decisiones políticas las que tienen que impulsar este proceso porque la tecnología en gran medida está. También hace una gran evaluación de los impactos en las diferentes regiones del planeta, y pone a disposición un gran número de estrategias de adaptación, que es el otro menú en ese espacio de soluciones frente al cambio climático.

– En julio de este año, durante dos días consecutivos, se registró la temperatura media global más alta de la historia, superior a los 17°C ¿Es un nuevo indicador de la grave situación por la que atraviesa el planeta?

– Yo creo que sí. Porque cuando empezamos a hablar de récords, de valores nunca registrados, a qué otra cosa se va a deber sino a que estamos metiendo cada vez más dióxido de carbono en la atmósfera. Esa relación causa efecto es indudable: más emisiones, más dióxido de carbono, significa más temperatura. Y no sólo fueron esos dos días, junio, julio y agosto ha sido el período más cálido del que se tiene registro.

– En 2018 el IPCC planteó la necesidad de reducir la emisiones para limitar el calentamiento a 1,5°C. Cinco años después ese objetivo parece imposible de alcanzar…

– Sí, no hay indicadores que estén alineados con alcanzar los objetivos del Acuerdo de París de limitar el calentamiento en 1,5°C. Y pensemos que todo lo que estamos viendo ahora es con un planeta que se calentó 1,1°C ó 1,2°C. Dos grados ya sería terrible y fijate que, en la actualidad, estamos alineados hacia un aumento de temperatura de entre 2,6 y 2,8°C. Los objetivos del acuerdo de París son muy ambiciosos, para alcanzarlos había que bajar las emisiones un 45% para el año 2030 respecto de lo que emitíamos en el 2010. Estamos promediando el 2023 y las emisiones globales no solo no están disminuyendo sino que están aumentando. Y cuando pensamos en emisiones globales, las responsabilidades son diferentes porque no todos los países emiten lo mismo. Entonces, si los grandes jugadores, que en este momento son China, Estados Unidos, India, no alinean sus políticas según el Acuerdo de París va a ser muy difícil. Y, si bien tienen objetivos de reducción, como ser carbono neutrales para 2060 ó 2070, eso no nos resguarda de lo que se llama el overshoot que es superar un grado y medio. Tal como vamos lo vamos a superar, la pregunta es por cuánto y durante cuánto tiempo, porque eso es lo que nos va a dar una idea de la magnitud de los riesgos que estamos enfrentando.

– Al delinear los objetivos de reducción de emisiones suelen surgir conflictos entre países desarrollados y subdesarrollados y ahí aparece el concepto de “justicia climática” ¿En qué consiste y cómo juega en este tipo de negociaciones?

– Bueno, para eso se aprobó, en la última reunión de la Convención de Cambio Climático que se hizo en Egipto, un fondo de pérdidas y daños para empezar a compensar a los países en vías de desarrollo. Ese fondo debe entregar recursos a los países en desarrollo para hacer frente al cambio climático, estrategias de adaptación, estrategias de monitoreo, de alerta frente a tormentas intensas para, aunque sea, minimizar la pérdida de vidas. Pero son procesos extremadamente lentos y el clima va empeorando a pasos mucho más rápidos. Sin duda, hace falta que los países históricamente más responsables de las emisiones, que son los países más desarrollados, con más recursos, aporten para los países en desarrollo. Es un problema serio porque sabemos qué origina el cambio climático, sabemos qué es lo que tenemos que hacer para resolverlo, sabemos los riesgos que implica para las personas, para nuestros medios de vida, para los sistemas productivos, sabemos que pone en riesgo la seguridad alimentaria, los recursos de agua, tenemos todo ese menú y no logramos avanzar hacia la soluciones. Entonces, es bastante frustrante.

– ¿La descarbonización del transporte y de la producción de energía serían las vías más rápidas y efectivas para bajar las emisiones?

– Sí, en general, para tomar esas decisiones se tiene que mirar el inventario de emisiones de cada país. A nivel global, casi el 70% de las emisiones proviene del sector de la energía. El aporte del sector productivo es menor, está por el veintipico por ciento. En el caso de Argentina el inventario es algo diferente, creo que 51% corresponde a generación de energía, pero más del 30% viene del sector de agricultura, ganadería y otros cambios en el uso de suelo. Entonces, las oportunidades de mitigación tienen que venir por esos dos lugares. La transición energética hacia fuentes renovables, la electrificación del transporte y también el sector productivo.

– Durante este sexto ciclo del IPCC ocurrió una pandemia global que puso en pausa a gran parte del sistema productivo y el transporte global ¿Qué conclusiones se pudieron extraer de esa etapa?

– Mirá el estudio más relevante tiene que ver con lo qué pasó con las emisiones en el año 2020, que bajaron un 5% en términos globales. En 2021 rebotaron y desde ahí vienen subiendo. Pero el análisis particular de qué pasó en el 2020 mostró que, en gran medida, la reducción tenía que ver con la caída de emisiones asociadas al transporte terrestre. En cambio, el freno de la aviación no contribuyó demasiado en la reducción de emisiones. Esto indica que la transformación de transporte terrestre hacia la electrificación puede ser un camino relativamente rápido para reducir emisiones si se logra en la escala que hace falta. Ahora, esa caída de las emisiones del 5% durante el año de la pandemia nos dio una idea de lo difícil que resulta alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, porque para alcanzarlos habría que bajar las emisiones en alrededor de un 7% por año.

– ¿Qué opinión te merecen las soluciones tecnológicas para el cambio climático y en que instancia de la discusión internacional se encuentran?

– Bueno yo vengo trabajando en algunas de ellas. Dentro de esas soluciones tecnológicas hay algunas que están incluidas en los escenarios previstos para alcanzar el acuerdo de París que consideró el IPCC. Una de ellas pasa por remover dióxido de carbono de la atmósfera a través de procesos químicos e inyectarlo en reservorios geológicos, o que se genere energía a través de la quema de biomasa y que ese dióxido de carbono se capture y también se inyecte en reservorios geológicos. Esas son las estrategias que cuentan con una aceptación mayor.

– ¿Y cuáles son las otras?

– Hay otras estrategias que son más controversiales. La que tiene más desarrollo científico y mayor factibilidad técnica es tratar de replicar artificialmente el efecto de los volcanes. Cuando hay una erupción volcánica, las cenizas y gases que despide se incorporan a la atmósfera y son precursores de que se formen pequeñas partículas que llamamos aerosoles. Esos aerosoles cuando llegan a niveles altos de la atmósfera, alrededor de 20 kilómetros, en la capa que llamamos estratosfera, devuelven más energía de la que nos llega desde el Sol hacia el espacio y eso genera un enfriamiento. Cuando se produjo la erupción del volcán Pinatubo en Filipinas, en 1991, por más de un año la temperatura bajó medio grado en términos globales. Entonces, lo que se está estudiando es si esto se podría replicar artificialmente para que, mientras reducimos emisiones, logremos evitar los peores peligros asociados a un planeta cada vez más caliente. Eso tiene una factibilidad tecnológica. En Estados Unidos ya están diseñando aviones especiales que puedan volar a 20 kilómetros de altura para que inyecten las partículas porque si se tiran más cerca del suelo se depositan muy rápido. Las simulaciones, con la información que contamos hasta ahora, muestran que la temperatura efectivamente bajaría pero todavía hay muchos posibles impactos y riesgos asociados que tenemos que estudiar. Por ejemplo, se sabe que cambiaría la distribución de las lluvias, eso modifica la disponibilidad de agua, el rendimiento de los cultivos, la generación de energía. Impactos locales que pueden ser muy importantes y riesgos sobre la salud humana que todavía no conocemos.

– ¿Estás de acuerdo con avanzar con la aplicación de este tipo de tecnología?

– Yo no tengo una posición sobre si es algo bueno o malo, pero creo que es algo que merece la pena que sea investigado. Particularmente por países en desarrollo, del Sur global, que claramente no tenemos el acceso a esa tecnología, pero tenemos que saber cómo nos cambiaría el clima global, cuáles serían las consecuencias, porque esto tiene que tener un sistema de gobernanza global. Porque ¿quién va a decidir cómo se implementa?, ¿quién define si se apunta a bajar un grado o medio grado? Y en esa gobernanza tienen que estar presentes voces de todo el mundo. Es un tema que ya no podemos hacer como que no existe porque en el mundo la discusión está instalada. Claramente esto está avanzando muy rápido.

– ¿Qué expectativa tenés para los próximos años? ¿Se avanzará hacia una reducción efectiva de las emisiones?

– Mirá, hasta hace unos meses era relativamente más fácil ser optimista, pero todo lo que pasó con el clima en estos últimos meses, con la aceleración del cambio climático y la escala de los fenómenos, es para preocuparse. Porque cuando hablamos de incendios, ahora estamos hablando de miles de kilómetros cuadrados que se queman, que afectan ciudades que están a cientos de kilómetros. Todos vimos las fotos de Nueva York y Washington tapadas por el humo que venía de Canadá. La escala de alguno de estos eventos se está volviendo incontrolable. Lo que empezamos a ver es que la adaptación al cambio climático tiene límites. Entonces, es difícil mantener una cuota de optimismo cuando uno ve estas consecuencias. Pero creo que el pesimismo nos lleva la inacción y creo que en nombre de los jóvenes, de nuestros hijos, de las generaciones que nos siguen es que tenemos que seguir insistiendo.

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