“Si nuestro trabajo no vale, produzcan sin nosotras”, fue una de las consignas que se multiplicó junto a la vorágine del Ni Una Menos y que tomó fuerza poderosa en los Paros Internacionales de Mujeres, cada 8 de marzo desde 2017, en el Día Mundial de la Mujer Trabajadora.

Porque “trabajadoras somos todas”, como también se gritó. Aunque nos quedemos en casa cocinando, lavando, planchando, cambiando pañales y amamantando mientras los varones salen a trabajar. Aunque trabajemos por hora y de manera informal porque si no, nos quitan la AUH. Aunque después de ocho horas en la oficina tengamos que ocuparnos de llevar a uno de los chicos al médico. Aunque seamos campesinas amasando la tierra bajo el sol con nuestras criaturas colgadas a la espalda. Aunque tengamos que dejar a los mellizos con la abuela porque somos madres solteras y por tercer año consecutivo no conseguimos vacante en el jardín público. Y porque si lo mandamos a una guardería privada, no alcanza para pagar el alquiler, ni la luz, ni el gas.

“Eso que llaman amor es trabajo no pago”, dijo la filósofa y escritora feminista Silvia Federici. Y los feminismos que en los últimos años tomaron masivamente las calles usaron la frase como bandera. Y como provocación. “Desde la economía feminista venimos haciendo foco en visibilizar que el trabajo doméstico y el trabajo de cuidado son, precisamente, trabajo no remunerado. Y en aquellos en los que sí está remunerado (como el de las trabajadoras de casas particulares), está precarizado y feminizado”, señala Camila Barón, economista feminista.

El trabajo no pago que realizan millones de mujeres es el que sostiene el mundo tal como lo conocemos. Esa tarea históricamente invisibilizada se llama trabajo reproductivo y es lo que permite que se desarrolle el trabajo productivo. “Si nosotras quisiéramos resolver todo esto remunerando ese trabajo, probablemente estaríamos haciendo estallar el sistema capitalista tal como lo conocemos”, agrega Barón.

Las estadísticas también son claras. El tiempo social de cuidado es el triple en el caso de las mujeres: ellas ocupan en promedio seis horas de ese tiempo, y ellos apenas dos, según el INDEC. Si se pone la lupa sobre el nivel de ingresos de cada familia, aparece otro dato revelador: las mujeres de las familias más pobres dedican ocho horas a ese cuidado, es decir, una jornada completa; mientras que en los estratos más altos, las mujeres dedican tres horas a las mismas tareas. ¿Por qué? Porque pueden pagarle a otra persona para que se encargue de hacer ese trabajo que, en la mayoría de los casos, está precarizado. Una persona que, a su vez, en el 95% de los casos es una mujer, que regresa a su casa y debe ocuparse de esas mismas tareas en su propia familia.

Esa doble jornada laboral tiene conexión con la brecha salarial y la violencia patriarcal. “La dependencia económica hace que muchas mujeres que trabajan en sus casas sin remuneración terminen atrapadas en relaciones violentas de las que no pueden salir”, explica Barón. Y agrega: “Por eso decimos también que Ni Una Menos no es solamente terminar con los femicidios y la violencia doméstica”.

Mercado laboral feminizado

La ley de Protección Integral para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres (26.485), sancionada en 2009, tipifica la “violencia económica y patrimonial” en detrimento de las mujeres.

“Esta violencia también tiene que ver con la imposibilidad del acceso al empleo o el acceso a puestos inferiores y, por tanto, más precarizados; y con percibir salarios inferiores al de varones que realizan la misma tarea”, explica María Paula Lozano, secretaria general de la Asociación de Abogados y Abogadas Laboralistas e integrante de la Comisión de la Mujer Trabajadora. “En el Derecho del Trabajo existen profundas asimetrías y desigualdades en materia de géneros y eso se expresa fundamentalmente en el mercado de trabajo. El origen de estas discriminaciones está en los inicios del capitalismo, cuando hubo una especie de división sexual del trabajo: a los varones se les asignó una función vinculada al trabajo productivo y a las mujeres, el reproductivo, al que se calificó como su ‘rol esencial familiar’. Aunque suene increíble, todavía hay constituciones, como la bonaerense, que siguen hablando del ‘rol esencial familiar’ de la mujer”.

Lozano repasa las discriminaciones y desigualdades que siguen plasmadas en la letra misma de las normas vigentes. Entre ellas, las licencias por maternidad y paternidad dentro del mercado formal. “Los varones tienen sólo dos días. Si la mujer tuvo una cesárea, a los dos días sigue en el hospital”, señala. Y destaca que la norma toda está “vista a la luz de pensar que el rol de la mujer es el de cuidado”.

Una vez que la mujer termina de gozar su licencia por maternidad después de los tres meses, la ley establece que va a tener «la opción» de volver al puesto de trabajo, «la opción» de aceptar una indemnización reducida del 25%, u optar por un período de excedencia de tres a seis meses más. Es un período en el que se conserva el puesto de trabajo, pero la mujer no tiene salario. Ni siquiera aportes.

«Y lo que es peor –describe Lozano–: si después de los tres meses de licencia no vuelve a trabajar y no manifiesta expresamente que se toma licencia sin goce de sueldo, se presume que ha renunciado al empleo. Es increíble: en toda la normativa laboral nunca el silencio se presume en contra del trabajador, en cambio ‘en el trabajo de mujeres’, sí”.

Y si bien algunos convenios colectivos de trabajo ya empezaron a extender las licencias por paternidad, muchos varones se niegan a tomárselas, producto de los estereotipos patriarcales completamente arraigados. “No se trata sólo de modificar las licencias –concluye la abogada–, también es importante que se genere un sistema de cuidado con participación de todos los niveles del Estado y las empresas, que saque del hogar la cuestión de cómo se soluciona el cuidado de las personas, para que haya una responsabilidad compartida. Que el hogar no sea el principal responsable”.«


Cuidado de calidad, para que sea un derecho – Por Lucía Cirmi Obón – Docente y economista feminista

El cuidado ocupa tiempo e ingresos. Cuando decimos “Nosotras movemos el mundo”, una de las formas principales en la que lo hacemos es ocupándonos de los trabajos de cuidado. Debemos avanzar hacia un horizonte donde todas las personas, mujeres, varones y otras identidades, puedan elegir cuidar o elegir trabajar en otros sectores. Y que la responsabilidad de cuidar esté repartida.

Estamos incorporando una de las demandas del movimiento feminista: pensar una sociedad más igualitaria en términos de trabajo. Para eso iniciamos un mapeo federal sobre el cuidado, para que se conozcan los espacios de cuidado para las distintas poblaciones, y armamos una mesa interministerial para ocuparnos del tema.

Queremos poner el cuidado en el centro de la escena y pensarlo no como un costo, sino como una inversión. Y contemplar a todo tipo de familias, porque según cómo estén conformadas, aparecen o no aparecen los derechos de cuidado. Necesitamos, entonces, una oferta pública de cuidado de calidad, para que el cuidado sea un derecho. «

*Responsable del área de Políticas de Cuidado del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades.