La plataforma creada por el emprendedor chino Eric Yuan cumple diez años. La crisis sanitaria global la convirtió en una herramienta indispensable. Cuánto perdurará en la educación remota, en el teletrabajo, el contacto social y otros usos de la comunicación virtual.
No había pasado un mes desde que la Organización Mundial de la Salud decretara que el mundo enfrentaba un nuevo virus mortal a gran escala, cuando Yuan ingresaba a la selecta lista de multimillonarios de Forbes, con una fortuna estimada en aquel momento en casi 8000 millones de dólares. Luego, ese número se fue multiplicando (ver aparte), al mismo ritmo que los usuarios, que treparon de los 10 millones diarios que solían usar Zoom a 300 millones solo en marzo de 2020.
Por esos días, los directivos de Cisco Systems seguramente recordaron el instante en que uno de sus exempleados, el ingeniero Yuan, formado en el gigante asiático y a quien Estados Unidos le había negado ocho veces la visa, les propuso la creación de una aplicación de videoconferencias de fácil acceso para el común de los mortales que funcionara en computadoras, tablets y celulares. Los jefes entendieron que el mercado ya estaba saturado de ese tipo de productos y le dieron la espalda a la idea.
Finalmente, Yuan consiguió financiación de amigos y familiares y desde la meca tecnológica de Silicon Valley, en California, convirtió su sueño en realidad y creó Zoom Video Communications. La firma recién comenzó a operar en Nasdaq un año antes de la pandemia y se mantuvo a flote a pesar de los cimbronazos en el mercado del software. Pero todo cambió cuando el Covid-19 se expandió, al tiempo que los habitantes de todo el mundo quedaban obligados a adoptar nuevos hábitos de comunicación: el certero golpe de suerte que el empresario de origen chino necesitaba.
“La pandemia reveló un montón de cosas. Algunas estaban a la vista y otras no tanto, como la vulnerabilidad humana a un virus que puso en jaque a todas las economías, pero también evidenció que había recursos como Zoom de cuyo alcance no teníamos real conciencia, ni de las posibilidades en términos sociales de este tipo de tecnologías”, dice a Tiempo el psicoanalista Jorge Catelli quien al igual que muchos colegas usa la plataforma profesionalmente de modo habitual.
Catelli, a cargo de la cátedra de Psicología de la Educación de la UBA, considera que la herramienta “creció gracias a la eficacia simbólica que habita en el ser humano, que mirando una ventanita bidimensional logra sentirse más cerca de otros”. El especialista añade que “los gadgets de la tecnología son isomórficos con el pensamiento humano, extensiones artificiales de nuestros órganos sensoriales, que lo potencian. Sin embargo, los usos y las costumbres no le daban el suficiente lugar a este tipo de tecnologías para que habitaran y facilitaran nuestra vida cotidiana”.
La psicoanalista Diana Litvinoff, autora del libro El sujeto escondido en la realidad virtual, coincide en que “antes de la pandemia se cuestionaba todo el sistema cibernético. Se decía que desconectaba a la gente, que la alejaba, que creaba adicciones. Incluso en nuestra profesión se discutía si el psicoanálisis podía ser igualmente válido cuando transcurría por internet en vez del cara a cara”.
Hace más de 15 años que Litvinoff trabaja de forma “virtual”, ya sea online por Skype, Zoom y aun vía telefónica. “Ahora, la realidad superó a la polémica y el mundo se vio obligado a usarlo masivamente”, analiza, y agrega que en el contexto pandémico la plataforma no solo permitió “continuar los tratamientos y la educación; en ciertos trabajos también demostró que la oficina ya no es necesaria”.
El teletrabajo es uno de los efectos más claros de la crisis sanitaria. La Argentina y un puñado de países que ya habían incursionado por ese camino incluso antes del Covid, avanzaron en legislar estas nuevas relaciones laborales: uno de los ejes centrales de la nueva normativa es el “derecho a la desconexión”, desligando así al trabajador en sus horas libres de estar pendiente de las tareas mediatizadas por la tecnología. No en vano se recuperaron en esta época términos como burnout, en referencia al estrés crónico que padece un trabajador cuando está presionado física, mental y emocionalmente por el ambiente laboral.
Otro concepto vinculado directamente con la plataforma se denomina “fatiga de Zoom”, que alude al hastío de estar atento a las clases, reuniones o diferentes eventos virtuales que provocarían cierta ansiedad e irascibilidad en el usuario. También ha crecido, en tiempos de hiperconexión, el concepto de FOMO (fear of missing out), descripto como la angustia que percibe el usuario ante el temor de estar perdiéndose algo mientras no esté frente a una pantalla, sobre todo en las redes sociales.
Litvinoff indica que “poder tener contacto humano, aunque sea a través del celular, es indispensable para el desarrollo y la salud psíquica. Es una vía de comunicación. Sería como plantearse si el teléfono es bueno o malo. Depende para qué se lo use. Desde luego, si de ese uso surge una fobia o la herramienta se transforma en algo adictivo, tiene que ver con una característica previa personal”.
Catelli agrega otro enfoque: “Un aspecto negativo podría ser la hipertrofia de una situación que ahonde en algunos casos la fobia al contacto; o que bajo la supuesta excusa de la pandemia y la costumbre del Zoom, evitemos todo tipo de proximidad y de cercanía; que la humanidad pierda esa riqueza de la presencia, con todo lo que eso implica para la comunicación y el enriquecimiento humano”.
Y suma otro elemento sugestivo: las afecciones a la salud física que podría provocar este tipo de dispositivos en personas proclives al sedentarismo.
Ante el escenario que se plantea hoy, con el avance de la vacunación y la reducción de los contagios, los profesionales consultados remarcan que la sociedad va hacia un sistema mixto de contacto entre la presencialidad y la virtualidad, por lo que las teleconsultas médicas, las reuniones laborales, los encuentros con amigos y familiares, las teleconferencias del ámbito comercial, académico o político, serán parte indefectible de un lento regreso a la “normalidad” pospandemia.
Para no viajar diez horas
El empresario Eric Yuan, de 51 años, tuvo el sueño de crear su plataforma de videollamadas algunas décadas antes de hacerlo realidad, cuando en 1987, en medio de un viaje de más de 10 horas que realizaba periódicamente para visitar a su novia, se planteó la idea de mantener viva esa relación sin la necesidad de semejantes travesías.
Nació en la ciudad de Shandong y sus padres estaban vinculados a la ingeniería en minas, por eso el pequeño Eric Yuan solía extraer piezas de cobre de viejas construcciones para luego hacerlas dinero. A los 20 años ya era licenciado en Matemáticas Aplicadas en la Universidad de Ciencia y Tecnología de Shandong, y dos años más tarde se graduó en una Maestría en Ciencias de la Computación.
Poco después emigró a Japón, donde permaneció unos años. Fue allí donde una conferencia de Bill Gates le cambió la vida. A partir de ese momento, sabía que debía trasladarse a Silicon Valley, California. Luego de que Estados Unidos le negara la visa en varias oportunidades, finalmente pudo instalarse allí, donde primero trabajó para terceros y más tarde pudo desarrollar su propio negocio.
A un año de la pandemia, el empresario decidió donar más de un tercio de su participación en Zoom Video Communications, unas 18 millones de acciones valuadas en ese momento en unos 6000 millones de dólares. De esta manera, el multimillonario asiático entró al muy reducido grupo de magnates que, tras amasar una impresionante fortuna, se deshacen de parte de ella.
Los vaivenes de un hito
El avance de la vacunación aplaca la cantidad de contagios y muertos en el mundo por el SARS-CoV-2, aunque las nuevas variantes provocan en algunas regiones rebrotes difíciles de regular. Lo cierto es que Zoom, tras su exponencial crecimiento durante los primeros meses de la pandemia, ya se plantea cómo evolucionará el negocio cuando los efectos del aislamiento vayan poco a poco desapareciendo.
En promedio, la plataforma registra 3,3 billones de reuniones al año, y la capitalización de mercado de la empresa supera los 100 mil millones de dólares. Solo en 2020, la aplicación fue descargada 485 millones de veces.
Además, la empresa tiene unos 467.100 clientes comerciales, de los cuales 88 pagan más de un millón de dólares al año por el servicio. Al 31 de diciembre de 2019, Zoom contaba con 10 millones de participantes diarios en sus reuniones; al 31 de marzo de 2020, 200 millones; y al 21 de abril, 300 millones.
Respecto de sus ingresos, en 2018 la empresa había percibido152 millones de dólares; al año siguiente, 331 millones; el primer año de la pandemia, facturó 623 millones; en lo que va de 2021, 2651 millones.
Si bien a Eric Yuan los números le sonríen, Zoom tuvo ya varios golpes cuando los inversionistas vendieron a la baja sus acciones al advertir que la pandemia está cada vez más cerca de llegar a su fin. Pocos días atrás, por ejemplo, Zoom pretendía adquirir como parte de su nuevo modelo de negocios la firma Five9, líder global en atención al cliente, pero el acuerdo se cayó porque las acciones de la plataforma de videollamadas se derrumbaron un 28% en apenas un mes.
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