Buenos Aires y el teatro conforman, quizás, una de las alianzas más inoxidables de nuestra historia. La ciudad que nunca duerme cuenta con más de 300 salas, incluyendo el circuito comercial, independiente y el oficial. La avenida Corrientes, con sus pizzerías y librerías de culto, surge como la mayor referencia, el faro teatral que mira hacia la 9 de Julio.
Sin embargo hay vida más allá de la Broadway porteña: apenas a unas pocas cuadras, en la intersección de la avenida Córdoba y Libertad, sobresale una sala histórica, que es mucho más que un reducto de la dramaturgia. Con más de un siglo de vida, el Teatro Nacional Cervantes (TNC) es el primer y mayor teatro nacional de la Argentina.
Y su edificio –que sobrevivió a incendios, crisis, dictaduras y derivas dirigenciales varias– se convirtió en un símbolo arquitectónico urbano, un pedazo de historia viva cuya fachada homenajea al barroco español y se mantiene tan viva como el primer día.
El origen del Teatro Cervantes
Todo empezó con un anhelo. El amor entre dos artistas y el teatro. Los españoles María Guerrero y Fernando Díaz de Mendoza y Aguado habían conformado una compañía teatral que renovó la escena hispanoamericana, llevándolos a girar por Latinoamérica, Francia, Bélgica e Italia. Durante los comienzos del siglo XX comandaron exitosos espectáculos en el desaparecido Teatro Odeón (en avenida Corrientes y Esmeralda) con obras de autores como Jacinto Benavente, Eduardo Marquina, los hermanos Quintero, Ortega Munilla y Calderón, entre otros.
Este éxito porteño motorizó la construcción de un teatro en plena ciudad. Para eso contó con la colaboración económica del Rey Alfonso XIII de España, quien autorizó a que sus buques cargueros transporten piezas exclusivas para la obra.
Así fueron llegando azulejos y damascos de Valencia, losetas rojas para los pisos desde Tarragona, butacas y bargueños sevillanos y pinturas para los frescos del techo procedentes de Barcelona. De Madrid, los cortinados, tapices y el telón de boca, «una verdadera obra de tapicería que representaba el escudo de armas de la ciudad de Buenos Aires bordado en seda y oro«, describen actualmente desde el teatro.
La obra comenzó en 1918 y fue proyectada por los arquitectos Fernando Aranda Arias y Emilio Repetto. Su ADN marca un estilo proveniente del Renacimiento español con detalles y columnas neoplaterescas, símbolo de la arquitectura ibérica del siglo XVI. La fachada emula al Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares, más conocido como la Universidad de Alcalá.
Tanto detalle, tanto material que cruzaba el océano y tanta maquinaria a cargo de 700 operarios necesitaba tiempo. Casi tres años. Se inauguró el 5 de septiembre de 1921 con La dama boba, de Lope de Vega protagonizada –como no podía ser de otra manera–, por la propia María Guerrero quien hoy le da nombre a la imponente sala principal.
El Teatro está repleto de homenajes hispánicos: “las balaustradas de los palcos reproducen las rejas de la Casa Consistorial de Salamanca. Otras barandas son tramos de las rejas de la Capilla de los Reyes Católicos en la catedral de Granada.
A su vez, las verjas exteriores son similares a las de la Casa del Greco, en Toledo, y la alfombra del gran foyer, en el primer piso, reproduce una que por entonces se encontraba en la Sala María Luisa del Palacio Real de Madrid”, describe el arquitecto Lucas Pedro Berman citado en el libro Historia del Teatro Nacional Cervantes (2010) de Beatriz Seibel. Cuenta la leyenda que María Guerrero supervisó cada detalle de la obra en cuestión. Tenía tan solo 30 años.
Pero no todo fueron alegrías para este matrimonio teatral: debido a la enorme inversión que les demandó la construcción, quedaron casi en la bancarrota y fueron obligados a rematar el inmueble que pasaría a manos del Estado en 1926. Por decreto de Marcelo Torcuato de Alvear, presidente por aquellos años, se creó en 1933 el Teatro Nacional de Comedia. El Cervantes pasaría a ser su sede principal.
El edificio lleva en su cuerpo las cicatrices de diversas derivas y problemas presupuestarios que lo harían atravesar varios cimbronazos. En 1995, en un intento de protección y revalorización, fue declarado Monumento Histórico Nacional a través de la Ley 24.570.
El mayor y más importante de los teatros nacionales (el Colón y el San Martín pertenecen a la CABA), emplea actualmente a unos 190 técnicos y técnicas teatrales que trabajan en los distintos talleres. Hay dos grandes ramas: la electrotecnia, donde trabajan la iluminación, sonido, laboratorio, movimiento escénico y audiovisual; y la escenotecnia, con escenografía, utilería, vestuario, maquillaje y maquinaria. Es todo un mundo con estructuras de hasta nueve pisos que se mueve diariamente, como un mecanismo de relojería artística que pasa desapercibido al espectador.
El fuego y la reconstrucción
El año 1961 es, sin dudas, el año más difícil de la historia del Cervantes. El 10 de junio se desató un incendio que destruyó el escenario y parte del edificio. Victor Róo, por aquel entonces secretario técnico, evitó que el desastre fuera incluso mayor al bajar un telón de seguridad que logró contener el avance de las llamas.
El estudio de arquitectos liderado por el prestigioso Mario Roberto Álvarez se puso al frente de un proceso de reconstrucción y ampliación que se extendería por siete largos años, desde la democracia frondizista hasta la dictadura de Onganía. La reapertura llegó el 17 de agosto de 1968. El nuevo edificio respetó las características originales (mayólicas, tapizados, pisos, muebles, alfombras) y agregó salas de ensayo, depósitos, oficinas y nuevos talleres.
Con más de un siglo de historia, el Teatro resistió administraciones militares, siniestros y desinteligencias dirigenciales de todo tipo. Por prepotencia de trabajo, a fuerza de un espíritu colaborativo y de camaradería que se respira al recorrer sus pasillos y cada una de sus salas, logró reconvertirse y salir airoso incluso en tiempos de restricciones pandémicas.
Allí en tiempos del aislamiento social, preventivo y obligatorio montaron una notable estructura de obras teatrales y contenidos online en su canal de YouTube que aún hoy están disponibles. Así lo recuerdan Carolina Desinano y Mariana Echaide, trabajadoras del Área Técnica del Teatro, en diálogo con Tiempo, y agregan un plus: está ubicado en el centro de CABA, sí, es cierto, pero una de sus claves radica en la importancia de conservar el espíritu federal vivo del único teatro nacional.
Escribía Gisela Benenzon en una nota del suplemento Radar de Página/12 del 2000: “La historia del Teatro Nacional Cervantes es una historia de falta de dinero. Tal vez su construcción, allá por el año 1918, haya marcado el destino trágico que retorna a lo largo de su existencia: el de querer ser un Teatro Nacional y no morir en el intento.”
Así se lo pregunta el historiador teatral Jorge Dubatti en su notable texto incluido en el libro Teatro Nacional Cervantes, El Primer Siglo (2021): “¿Por qué es necesario construir visiones de conjunto, polifónicas, múltiples, de este primer siglo del TNC? Porque permiten detenerse tanto en los logros, como en lo que aún está pendiente. Imaginar los desafíos a futuro, las prácticas teatrales y políticas de gestión a concretar por las próximas generaciones”.
Mario Roberto Álvarez y la reconstrucción
Nacido en 1913 en Buenos Aires, donde falleció en 2011, Mario Roberto Álvarez fue un símbolo del Movimiento Moderno en el país. Se recibió de Arquitectura con honores en la Universidad de Buenos Aires en 1936. Al poco tiempo comenzó un trabajo muy variado que lo llevó a construir desde monumentales torres de oficinas y departamentos (como IBM o Le Parc) hasta hoteles emblemáticos (el Hilton de Puerto Madero, el Costa Galana de Mar del Plata), galerías comerciales y teatros (el San Martín, inaugurado en 1960). Luego del incendio del Cervantes en 1961, su estudio arquitectónico fue elegido para la reconstrucción que también incluyó la ampliación del Teatro al incorporar un nuevo edificio ubicado en avenida Córdoba, con tres subsuelos, planta baja y trece pisos más. Su reapertura fue el 17 de agosto de 1968.
Para Álvarez fue un desafío: identificado con el modernismo racionalista (Walter Gropius, Oscar Niemeyer, Le Corbusier eran algunos referentes internacionales destacados de esta corriente) debió acoplar su sello al estilo previo vinculado al barroco español ya que la idea siempre fue respetar sus características originales. Esto guarda coherencia con una frase dicha por el mismo Álvarez respecto a otro prestigioso colega contemporáneo, el brutalista Clorindo Testa: “Testa es un arquitecto-artista, yo hago una arquitectura más bien ingenieril”.
De las salas a lo virtual
El Cervantes cuenta hoy con tres salas y está prevista la construcción de otras dos nuevas de corte experimental. La principal lleva el nombre de María Guerrero en homenaje a su fundadora. Tiene un diseño de estilo clásico a la italiana y posee capacidad para 860 espectadores distribuidos en los 348 sillones fraileros de la platea; en los palcos; en la platea balcón, tertulia y paraíso. En la actualidad tiene en cartel La Gesta Heroica, escrita y dirigida por el prestigioso dramaturgo y maestro de actores Ricardo Bartís.
La Sala Orestes Caviglia es más pequeña. Se creó donde solía funcionar la confitería. Su capacidad es más reducida, aunque nada despreciable: 165 espectadores. Hoy se encuentra en cartel Las Tres Edades, escrita y dirigida por Walter Jakob y Agustín Mendilaharzu.
Por último, la Sala Luisa Vehil alberga a 67 espectadores. Está inspirada en el Salón María Luisa del Palacio de Oriente de Madrid y se destacan sus bellos cortinados y pátinas doradas en las columnas que rodean las butacas. Allí se está presentando Condolencias, de Alicia Muñoz, protagonizada por Alejandra Darín.
Además el TNC cuenta con contenidos online en su canal de YouTube (Cervantes Online) motorizados en el aislamiento por el Covid-19. Son más de 170 videos que reúnen entrevistas, obras grabadas con calidad cinematográfica y ciclos de conversaciones. El menú es variopinto y de primer nivel para amantes de la dramaturgia: desde charlas con prestigiosos artistas teatrales como Agustín Alezzo o Rubén Szuchmacher hasta obras dirigidas por Pompeyo Audivert o Alejandra Flechner.