En un centro cultural de Barracas se presenta a puro baile y tambores Estação Primeira, la escola del sur del Gran Buenos Aires que emula a sus pares cariocas. "Construimos familia", afirman sus fundadores.
Todos los viernes por la noche, con su velada de buen samba, el boliche de la Avenida Vélez Sarsfield al 200 se transforma en un puente milagroso que une el arrabal porteño con la Cidade Maravilhosa. Por un puñado de horas, hasta bien entrada la madrugada, en sus salones la alegría no tiene fin. Y lo más importante, no es sólo brasilera.
El eximio percusionista Leandro “Peta” Barsotti nació en Lanús, algo lejos del mítico Sambódromo da Marquês de Sapucaí. Sin embargo, de sólo verlo acariciar los tambores se puede inferir que su esencia es más carioca que el Cristo del Corcovado. Fiel creyente de la religión pagana del samba –esa “forma de oración”, en palabras de Vinícius de Moraes-, Peta aprendió la liturgia del ritmo dándole duro y parejo al parche.
“Llegué por un amigo del barrio que es hijo de brasileños, el ‘Piru’. Su casa estaba repleta de instrumentos: pandeiros, timbales y repiques. Después de jugar al fútbol nos tomábamos una chocolatada, tocábamos algo o nos pasábamos la tarde escuchando discos de samba-enredo, de Cartola y de Nelson Cavaquinho”, cuenta el muchacho, al tiempo que apura la primera cerveja gelada de la noche.
La formación musical de los pichones de sambistas se complementaba con los VHS. Pasaban miles de horas disfrutando de las andanzas y desandanzas de las escolas más célebres: “Con los pibes nos enamoramos de las orquestas de Salgueiro, Viradouro y Mangueira. Fueron las referentes, con más de 80 años de historia y casi 5000 integrantes. Fue amor a primera vista.” Eran los finales de los ’90, años del menemista 1-1 (“deme dois”) y de la “fiebre” de las batucadas bahianas en el Conurbano. Un boom, rememora Barsotti, que explotaba en las esquinas de la zona sur.
Años después, en un viaje iniciático a Río, el percusionista pudo conocer de primera mano el maravilloso mundo del samba enredo, el popular subgénero que brilla en carnaval y se alimenta de la raíz afro que trajeron los esclavizados africanos y del bohemio submundo carioca. En los ensayos de la Salgueiro tuvo una epifanía: “¿Y si armamos una escola en Buenos Aires?” El 4 de abril de 2008, cuatro o cinco valientes hicieron tronar los parches cerca de las vías del ferrocarril Roca. Así nació Estação Primeira de Lanús.
“Tenemos un himno, exaltação se dice en portugués, que cantamos en cada una de nuestras presentaciones –infla el pecho Barsotti-. ‘Directamente de la bajada lanusense / Mi samba te va a pegar / Va, va, Estación Primera / Es mi batería / Es samba en la Argentina”. Desde hace más de diez años, cada viernes, sexta feira, el ritual se repite. Sale el tren de la alegría.
Puro enredo
Desde aquellos ensayos germinales, la comunidad de Estação Primeira –como gustan llamarla sus miembros- no paró de crecer. Hoy suman más de 80 integrantes: una batería precisa, una docena de bailarines, entre las passistas y los malandros, y hasta una porta bandeira. Nada que envidiarle a una escola brazuca. “Las salas que componen la escuela reproducen el formato original. Desde los trajes hasta el canto, que es en fiel portugués. Tenemos talleres de percusión y diseñamos la ropa”, resalta Marcelo “Pelado” Casela, ritmista histórico. Incluso cuentan con una boutique donde los fanáticos de la verde-branca, que son varios, pueden comprarse gorros, banderas y vinchas.
La escola no se termina en la batucada. Al igual que en Brasil, sus líderes buscan que la agrupación sea un punto de partida para un fin social, de contingencia, entretenimiento y aprendizajes, todo en clave de samba. “En Río el mundo gira alrededor de la escola. Nuclea al barrio entero. Gente de todas las edades, las clases, los géneros… Es un espacio lleno de vida y una herramienta de construcción social zarpada. Nosotros la tomamos prestada, y construimos familia acá”, explica Nico Doallo, otro de los padres fundadores, mientras mece a su hijita Luana, con los tambores como canción de cuna. Y agrega: “El samba es amistad, trasmite valores y tiene mucho de contracultura. Los esclavizados le cantaban a los reyes, pero a la vez el samba era una cultura de la resistencia, con sus propias armas”. Para Doallo, la llegada al poder del conservador Jair Messias Bolsonaro quizá alimente esta veta: “La mano está jodida allá, nada muy distinto a lo que nos pasa por estos pagos. Varias escolas, no todas porque muchas dependen del aporte estatal y de empresas privadas, van a tratar el tema. La Escola Mangueira va a recordar a Marielle Franco, la militante social asesinada antes de las elecciones. El año pasado Beija–Flor lo atendió a Temer, caracterizándolo como un vampiro”.
Garota de Misiones
Algo de rouge, mucha base y, por supuesto, rubor. Las passistas se acicalan a contrarreloj antes de salir a escena. Plumas, flecos y fantasías para todas. Esta noche, la misionera Natalia Malveira tiene el reto de comandar el ala de bailarinas. Sus primeros pasos en el gremio danzante los tiró en los carnavales de su natal Concepción de la Sierra. “La buena passista tiene que tener mucha resistencia física, explosión y sabor en el samba no pé”, sentencia. Luego repasa ante el espejo los básicos: tres de pie, tres de cadera y los brazos en el aire. En 2015 tuvo su debut triunfal en el olimpo carioca con los Unidos da Tijuca: “En el Sambódromo sos como un granito de arena, te sentís parte de un todo enorme. Al principio las garotas me trataban de gringa. Me miraban medio mal, pero yo, súper perfil bajo. Al final estuvo buenísimo. Y eso que tuve que bailar con unos zapatos tres números más grandes”.
Samba, a ti te canto
Aunque arrancó dándole a los tambores, el principal instrumento de Matías Giordani es su voz. Es cantante, intérprete y compositor de los enredos que toca la escola. Su principal obra le rinde culto a Carybé, un artista plástico lanusense, referente universal de la cultura afrobrasileña. “Sabe usted, el samba es difícil de explicar, de poner en palabras. Hace unos años, me alejé del samba por seis meses. Fueron semanas que anduve mal, bajoneado. No sabía bien por qué. Tenía nostalgia, saudade lo llaman los brasileños. Una noche fui a una roda y se me pasó todo. Volvió la alegría vieja.”
A las diez de la noche, el retumbar mántrico de los tambores anuncia el inicio de la fiesta. A todo ritmo, el Peta Barsotti lleva la batuta como un Zubin Mehta surgido de las favelas. Entonces es imposible dejar de mover el esqueleto. Un frenesí de baile y excesos donde ya no existen las penas ni la angustia, y mucho menos la tristeza. ¡Bom carnaval! «
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