Salamone: una obra monumental que recorre el territorio bonaerense

Por: Pablo Díaz Marenghi

Este lunes se cumple el aniversario de la muerte de este arquitecto italiano que creó municipios, mataderos y cementerios con un estilo único, mezcla de art déco y futurismo. Perlas y polémicas.

La provincia de Buenos Aires encierra enfrentamientos, contrastes y contradicciones. Hilos tensos que recorren su historia junto con la del país. Desde los enfrentamientos con la capital y la supremacía porteña —aquello que el gran ensayista Ezequiel Martínez Estrada bautizó como la «Cabeza de Goliat»—, a las narraciones cargadas de estereotipos que construyen un imaginario peligroso sobre el conurbano, el reinado de Rosas, y los enfrentamientos, matanzas e intentos por «civilizar al indio», desde Rosas hasta Sarmiento y Roca. Es en aquellos parajes, al sudoeste de la provincia, donde de manera misteriosa aterrizó un arquitecto nacido en Sicilia que en tiempo récord construyó más de 70 obras monumentales entre 1936 y 1940.

Mataderos, municipios, entradas de cementerios. producción, administración y muerte. Allí se centraría la mayor parte del trabajo del ingeniero y arquitecto Francisco Salamone que, en plena «Década Infame», bajo la gestión del conservador filo-fascista Manuel Fresco, le dio vida a una serie de edificaciones propias del film Metrópolis de Fritz Lang, de un estilo híbrido único (una cruza entre art déco , futurismo italiano, constructivismo ruso, funcionalismo, expresionismo alemán, neo colonial y la arquitectura fascista, algunos hasta encuentran elementos del arte egipcio o la Bauhaus) y rodeadas de enigmas y datos llamativos.

En la geografía rural que rodea a distritos como Azul, Laprida, Pringles, Carhué, Guaminí, Gonzáles Chavez o Saldungaray, sobresalen moles grises elefantiásicas que rebanan la serenidad horizontal de la pampa como un cuchillo. «Esta arquitectura monumental rompe con los cánones establecidos de belleza y cultura de la época –afirma Carlos Fortunato, arquitecto estudioso de la obra del italiano–. Generando una nueva identidad urbana, coherente con el pensamiento imperante en los ’30 y ’40, de la grandilocuencia con que se quería revestir la arquitectura oficial».

Municipalidad de Guaminí

Una obsesión llamada piedra líquida

¿Quién fue Francisco Salamone? ¿Un genio incomprendido? ¿Un megalómano? ¿Un fanático nazi? Su devenir es producto de un cruce de caminos poco dilucidado. Vivió como una ráfaga: nació el 5 de junio de 1897 en Leonforte, una localidad de 14 mil habitantes de la provincia siciliana de Enna. Llegó a la Argentina entre 1903 y 1906. Se recibió de arquitecto e ingeniero en la Universidad de Córdoba en 1920. En 1928 se casó con Adolfina Vlieghe de Croft y tuvo cuatro hijos. En esos años conoce a Fresco y se presenta a un concurso de licitación de obra pública. No se sabe del todo cómo logró ganarla, pero a partir de ahí obtuvo vía libre para darle rienda suelta a la construcción de diferentes edificios públicos a su gusto, dándole forma a construcciones hechas «bajo el signo alucinado y final de Ciudad Gótica», como las describió la periodista Josefina Licitra.

Según fuentes de la época, el proyecto de Fresco consistía en refundar la provincia. En particular la región sudoeste donde, hasta hacía poco tiempo, se encontraba la frontera con los pueblos indígenas. Salamone captó el mensaje del caudillo conservador (quien, se cuenta, tenía bustos de Hitler y Mussolini en su despacho): traducir el mensaje de la modernidad a través de edificaciones monumentales. Palacios municipales con torres que debían ser más elevadas que las iglesias o los mataderos cuyos extremos superiores solían tener terminaciones en forma de cuchilla. Esto cautivó a diversos artistas y pensadores. Desde Pino Solanas, Adrián Caetano y Mariano Llinás, quienes incluyeron la obra de Salamone en sus películas (El viaje, Historias extraordinarias) hasta Juan Forn o Mariana Enriquez desde la literatura. La escritora y periodista describe la fachada del Cementerio de Azul —custodiada por un inmenso ángel exterminador de hormigón armado macizo abrigado por las letras RIP en imponente mayúscula de más de veinte metros de altura— en su libro Alguien camina sobre tu tumba: «El Ángel no da ninguna idea tranquilizadora sobre la muerte, no es una imagen de alivio ni de pasaje, sino un juez severo, como una deidad egipcia dispuesta a arrancar y pesar un corazón. Es una aparición inesperada que no tiene nada que ver con el barrio, que no se anuncia, que parece depositada ahí, abandonada, como un artefacto de otro mundo».

En su mayoría, sus construcciones eran realizadas en hormigón, material poco utilizado en la época, lo cual resultó ser, con el tiempo, un procedimiento pionero y revolucionario. Por aquel entonces se lo conocía como piedra líquida.

El matadero de Villa Epecuén

Parte del aire

Luego de ese tren de construcciones en tiempo récord, la provincia es intervenida en 1940 por el presidente Castillo . Salamone se dedicaría a la construcción de caminos en el norte argentino. Se sabe poco de su vida. No dejó diarios, escritos, testimonios ni apuntes que expliquen su peculiar estilo. Murió a los 62 años el 8 de agosto de 1959. Mañana será un nuevo aniversario de este arquitecto futurista que supervisaba la construcción de sus obras desde el aire, para no perderse detalles. «Mi abuelo iba con su avioneta de un pueblo a otro, inspeccionando las obras», comentaba María Teresa Salamone Croft, descendiente directa, en una nota para la Revista Ñ.

Hace 60 años su obra no fue tan reivindicada como en las últimas décadas. Quizás por su relación con el conservadurismo fascista de Fresco, aunque no se conoce ningún registro de sus opiniones políticas, salvo un fugaz paso por la Unión Cívica Radical. Durante mucho tiempo sus creaciones sufrieron el olvido y el abandono. A partir de los ’90 comenzó el reconocimiento y la puesta en valor de algunos de ellos. En 2002 se sanciona la Ley Provincial 12.854 que declara «patrimonio cultural de la provincia a los muebles e inmuebles de dominio provincial o municipal, que sean obra del ingeniero arquitecto Francisco Salamone». En 2014 un decreto los declaró de interés histórico y artístico nacional. La arquitecta Alicia Lapenta, directora del Centro de Investigación, Creación y Nuevos Patrimonio, los describe como «objetos únicos de singularidad expresiva, pensados como parte de una serie, articulando singularidad y repetición. Una relación entre tradición y modernidad, que reconoce una extensa genealogía en nuestras vanguardias y las europeas. Sus intervenciones aparecerán como proclamas de futuro en plena llanura habitada por vacas y escasa población». Sandra Adam, antropóloga y directora del Museo Etnográfico de Azul, destaca el uso de la simetría, las líneas y lo escenográfico: «Toda su obra se ve desde lejos». Remarca cómo trabajó con morteros en la realización de materiales y colores especiales. Y agrega un dato sobre el Ángel del cementerio: «Se trata de Arcángel Miguel. Es quien le ofrece a las almas una última oportunidad de redención antes de la muerte». Cuentan que cuando el intendente lo vio dijo que parecía ser una obra del diablo. A lo que Salamone respondió, riéndose: «El diablo nunca hubiera llegado tan lejos». «

Un chalet de su autoría a 340.000 dólares

Los misterios alrededor del arquitecto italiano Francisco Salamone parecerían ser inagotables. Quizás allí radique el porqué de la obsesión que genera en las personas, vecinos y especialistas que recorren las rutas bonaerenses en busca de sus obras. Uno de los más recientes hallazgos apareció en la página web de Alem Propiedades, una inmobiliaria de Mar del Plata. Allí se informa que quien posea la nada escasa suma de 340.000 dólares podrá adquirir un chalet Salamone auténtico.


Ubicada en la calle Buenos Aires al 2700 de la Perla del Plata se encuentra esta casa construida por el ingeniero siciliano que consta de tres dormitorios, habitación de servicio y jardín. En julio de 2021 la Defensoría del Pueblo de General Pueyrredón presentó un proyecto en el Concejo Deliberante para declararlo de interés patrimonial y así evitar su demolición o alteración irreversible. Pero por el momento, el mercado inmobiliario, como suele suceder en estas tierras, le gana la batalla a la importancia cultural e histórica de los edificios.

Clásicos

Cementerio de Azul: una construcción de 22 metros de altura donde se ve un ángel custodio y severo.

Matadero de Epecuén: uno de sus clásicos, con letras diseñadas por él y una torre con forma de cuchilla. Quedó deteriorado tras la inundación de 1985 que dejó sepultado a todo el pueblo.

Cementerio de Saldungaray: una suerte de rueda de hormigón con mosaico azul y en el centro una inmensa cruz donde se ve la cabeza de Jesús flotando inquietante.

Municipalidad de Coronel Pringles: Junto al de Rauch y Gonzáles Chávez, los principales edificios gubernamentales que hizo. Además, creaba la plaza, los bancos y las luminarias. 

Cementerio de Laprida: una de sus más imponentes. Un cristo crucificado en un cruce entre arquitectura, escultura y muralismo, representando haces de luz divina y la escena de la crucifixión.

Fachada del cementerio de Saldungaray
Se queda acá

Uno de los mayores mitos (¿o verdad?) se centra en el cementerio de Laprida. Salamone trasladaba en tren la mayoría de sus materiales. Un tal Martínez, caudillo local devenido en intendente en la Década Infame, detuvo el tren y preguntó qué llevaban. Cuando le contaron que tenían piezas desarmadas de un futuro cementerio descomunal dijo, a punta de pistola: «El cementerio se queda acá». El resto es historia.

Matadero de Guaminí
Municipalidad de Rauch

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  • Respecto del resto de la arquitectura de Argentina, las maravillosas obras de Salamone, son como satétiles de un planeta distinto. No solo en la Pcia de Buenos Aires. En General Acha en Pcia de La Pampa, el edificio municipal es obra de él.

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